Este autor reflejó en su prolífica obra de ciencia ficción la discriminación que sufrió como inmigrante judío y anticipó para la humanidad un futuro que, en parte, ya está aquí.
Una de las ironías en la vida de Isaac Asimov estuvo en que, a pesar de que concibió viajes interestelares a bordo de poderosos cohetes, en realidad temía volar en avión.
Y otra estuvo en que, a pesar de que vislumbró un futuro altamente tecnológico, su vasta obra fue influenciada con los pavores del siglo XX, en especial la destrucción del mundo por una guerra nuclear.
El centenario de su nacimiento, ocurrido un 2 de enero en una pequeña aldea rusa cercana a Bielorrusia, es la oportunidad para evocar el legado de este autor que tuvo una existencia digna de película, desde su condición de inmigrante ruso-judío discriminado y su solitaria adolescencia de nulas habilidades sociales, hasta su muerte a causa del VIH/sida, pasando por su enorme inteligencia (tenía un cociente de 160 puntos) y su obsesión con los robots.
La conmemoración resalta, como no podía ser de otra forma, la influencia de sus libros de relatos cortos y novelas de ciencia ficción, así como sus textos en que ejercía la divulgación de temas históricos y literarios, que fueron de impacto en una época en que no existía Wikipedia y hacía falta una explicación amigable de, por ejemplo, la caída del Imperio Romano o la formación de Estados Unidos.
Sus escritos de ciencia ficción, no obstante, fueron los que lo sacaron del anonimato y le permitieron obtener una reputación tanto de hombre de letras como de científico. Bueno, sabía de ciencia porque estudió Bioquímica en la Universidad de Columbia, aunque su primer deseo era seguir Medicina, lo que no pudo lograr porque fue rechazado en todas las universidades a las que se postuló. Luego, obtuvo un título de químico y, en plena Segunda Guerra Mundial, fue enrolado como investigador químico en los astilleros de la marina de guerra estadounidense.
Sus estudios y empleos le servirían para armar con verosimilitud sus relatos; pero el fondo, el nervio, provenía de sus experiencias como judío discriminado en los años 30 y de las intensas discusiones sobre la igualdad y la obsesión sobre el futuro de los círculos que frecuentaba a los 20 años.
Llegó a Nueva York a los 3 años como parte de una familia pobre que huía del horror soviético, de adolescente no tenía amistades porque debía trabajar en el quiosco de su padre en Brooklyn y de joven luchó para estudiar en la Universidad de Columbia, un lugar que apenas permitía el ingreso a los judíos con dinero.
Eso se refleja en, por ejemplo, ‘El hombre bicentenario’, donde el robot protagonista intenta ser aceptado por los humanos, o en ‘Bóvedas de acero’, en que los robots son tratados como seres inferiores, o en ‘Evidencia’, donde debían ocultar su identidad para ser elegidos por los votantes.
Los personajes humanos también tienen sombras de su pasado, como Lucky Starr, protagonista de seis novelas en que el trasfondo es el respeto a todas las formas de vida del universo, respuesta obvia a la exclusión que el autor sufrió. (Un paréntesis: antes de que George Lucas creara a Luke Skywalker, Asimov ya había inventado a Lucky Starr).
Su obra también fue influenciada por los llamados Futurianos, aficionados a la ciencia ficción y su Edad de Oro (1939-1959) y que terminarían como escritores de ese género, aunque también eran militantes de izquierda radical. Algunos eran editores, como Frederik Pohl, de la revista Astonishing Stories, que publicó los primeros relatos de Asimov, quien se declaró un ferviente ateo.
El editor que moldeó a Asimov, sin embargo, no fue un futuriano sino el implacable John W. Campbell, piedra angular de la ciencia ficción de los años 40, que escribió, entre otros relatos, ‘Who Goes There?’, publicado en 1948 y que fue llevado al cine dos veces.
El gran aporte de Campbell al género fue en su papel de editor de la revista Astounding Science Fiction, cargo desde el cual impulsó una revolución en el género al exigir a los autores rigurosidad científica.
Campbell rechazó muchos textos de Asimov. Nunca le publicó nada que tuviera extraterrestres. Y es coautor de las tres ‘leyes de la robótica’ que Asimov aplicó en ‘Yo, Robot’, una de sus novelas más célebres, y luego en toda su obra, las cuales se reducen a la premisa de que los robots no pueden matar a los humanos.
Sin la rigurosidad de Campbell, Asimov no hubiera previsto algunos de los avances que se han dado en los últimos años, como la televisión plana y en 3D, la inteligencia artificial, los autos inteligentes, las videollamadas y la Internet, entre otros. Ni tampoco hubiera inventado los términos ‘positrónico’, ‘psicohistoria’ y ‘robótica’, recogidos por el Diccionario de Inglés de Oxford.
Asimov bajó considerablemente su producción de ciencia ficción desde 1958, pues la Guerra Fría había puesto de moda los relatos de espías, así que optó por la divulgación, vio cómo Hollywood filmaba parte de sus relatos o se inspiraba en ellos, y disfrutó de su categoría de sabio, al punto que lo llamaban para asesorar tanto a los escritores de la serie ‘Star Trek’ como a los militares encargados de la Defensa.
Optó por escribir segundas partes de sus relatos originales y por agruparlos. Se destaca la ‘Serie de la Fundación’, un conjunto de 16 historias escritas entre 1942-1957 y 1982-1992, este último el año de su muerte. Ahí, Asimov narra la expansión humana por el universo, la decadencia de la Tierra, y presenta y desarrolla al personaje R. Daneel Olivaw, su humanoide más célebre, que anticipa lo que parece inminente: un robot decidirá el destino de la humanidad.