Entre 2° y 0°C. Esa es la temperatura en el verano del continente Antártico, cuando los días no tienen noches. En el invierno, los termómetros marcan hasta -50°C. En ese ambiente, entre hielo y nieve, el Instituto Antártico Ecuatoriano (INAE) ha desarrollado investigaciones durante 22 años. En ese tiempo, la estación científica Pedro Vicente Maldonado ha sido el eje de 15 expediciones. El medioambiente, la interacción Ecuador-Antártida, la búsqueda de nuevas tecnologías y el cambio climático son los temas que analiza el INAE, según su director, José Olmedo Morán. El estudio de las poblaciones microbiológicas antárticas es uno de los estudios más recientes. Nadia Ordóñez, del Centro de Microbiología de la Espol, explica que la meta fue obtener bacterias, microhongos y levaduras, y descubrir sus aplicaciones en salud, industria, energía y agricultura. “La Antártida es una zona seca, fría, con ventiscas. Hay muchas limitantes ambientales para la vida. Lo interesante es que desde bacterias hasta aves crearon estrategias para sobrevivir”. Los investigadores recolectaron 269 cepas, entre muestras de suelo (musgos y líquenes), sedimento y agua. La punta Front William, la punta Ambato y la isla Barrientos fueron el área de exploración.Luego, en el laboratorio, Ordóñez detalla que aplicaron métodos de cultivo para su reproducción y conservación. Tres muestras fueron sembradas a 10°C y a 4°C. El resto se almacenó a -80°C para su futura identificación. Ángel Gualotomo, del centro de estudios marinos Fundemar, desarrolló un sondeo similar. Junto a su equipo de trabajo se enfocó en comparar la evolución de las bacterias de la zona andina con las antárticas. Específicamente, la idea era conocer su capacidad para degradar hidrocarburos. El estudio partió de los derrames petroleros en Papallacta, donde se tomaron muestras. También analizaron las bacterias de despacho de combustible de las estaciones ecuatoriana, chilena y rusa en la Antártida. “En la estación rusa, en el año 57, hubo derrames importantes de diésel y búnker, que nunca fueron tratados y que curiosamente hoy están casi limpios. La única respuesta es que ahí hubo bacterias que hicieron ese trabajo”. Gualotomo explica que hasta ahora han recolectado 21 cepas. El estudio es de siete fases y actualmente están en la segunda. Explorar la Antártida también demanda de implementos tecnológicos. De ahí que Arturo Cadena desarrolló robots marinos con este fin. En el 2007 presentó un proyecto al INAE para crear un vehículo submarino no tripulado para la adquisición de datos científicos en el continente blanco.Luego, Cadena creó un robot con cuatro propulsores. Su función fue transportar equipos y sensores a lo largo de una ruta programada en su memoria. Este fue probado en la ensenada de Ayangue, con buenos resultados. Ambos modelos dieron la pauta para diseñar un robot con sistema de inteligencia artificial para la Antártida. Fue adaptado para operar en la superficie con un sistema GPS y en inmersión con un sistema de navegación inercial.La relación entre los glaciares antárticos y los ecuatorianos -específicamente el Antisana y el Quito, de la isla de Greenwich (Antártida)-, es otra investigación. Bolívar Cáceres, del Instituto de Meteorología e Hidrología, explica que partieron de una hipótesis: hay conexión entre ambos. Para confirmarlo se instaló una red de estacas. Así se conocerá la cantidad de hielo, nieve y agua que se ha perdido o recuperado. Los resultados están en análisis. Según informes anteriores, Cáceres señala que hasta 1999 hubo una fase de recuperación de los glaciares. Pero desde el 2000 hasta ahora hay una fase cálida, es decir, la nieve va retrocediendo.El director del INAE indica que este análisis es clave para detectar las posibles soluciones al cambio climático. “Si el hielo de la Antártida se derrite, kilómetros de espesor de masa irían a los océanos. El nivel del mar en hasta 70 metros, causando daños a las costas”.