Ausimario Espinoza asegura que hay bomba sonada, rítmica y
pausada. Foto: Cortesía/ Sebastián Alvear
Ausimario Cotobito Espinoza Padilla es considerado el custodio de la música bomba de los afrodescendientes de Íntag (Cotacachi, Imbabura).
A diferencia del ritmo alegre que caracteriza a la música del valle del Chota, la bomba inteña es más suave y pausada.
Como la mayoría de afros que habitan en parroquias como García Moreno, Peñaherrera, Vacas Galindo y Apuela, los ancestros de Espinoza llegaron del territorio ancestral Chota-Salinas-La Concepción-Guallupe. Lo hicieron en busca de mejores días.
La madre del músico, María del Rosario Padilla, era oriunda de Santa Ana en Mira. Su padre, Julio Miguel Espinoza, es de San Vicente de Pusir, en Bolívar. A él le gustaba cantar, pero nunca aprendió a dominar ningún instrumento.
Los siete hijos varones de esta pareja aprendieron este arte con los tíos Telmo y Célimo Padilla, quienes se mudaron al Tollo Íntag cuando eran jóvenes. Así nació el grupo de los Hermanos Espinoza, en el que prácticamente Cotobito empezó su carrera artística.
Actualmente es un músico de tradición oral. Interpreta letras centenarias que se han convertido en patrimonio de la música bomba del cantón.
Espinoza es un artista polinstrumentista. Toca guitarra, requinto, bomba, güiro, sonajas y maracas. Él es experto en la fabricación de los cuatro últimos instrumentos.
Para elaborar una bomba utiliza madera de balsa, tallo de penca, cuero de chivo y una fibra conocida como ‘Juan Quereme’, que crece en Íntag. Con estos materiales naturales da forma a los aros del tambor. Como buen músico sabe que la piel de chivo es el material más noble para la percusión.
Cotobito es director del Grupo Ideal, que tiene tres décadas de trayectoria. Destaca que es el único conjunto de música bomba integrado por afrodescendientes de Íntag. Ha paseado su arte en Quito, Guayaquil, Cuenca y Ambato.
La agrupación está conformada solo por familiares. Cotobito toca el requinto, su hijo Kleber, la segunda guitarra. Su primo Fabián Méndez, la bomba. Sus yernos David Palacios, sonajas, y Christian Arce, el bongó. En el güiro alternan su nieto Steven Palacios o su sobrino Hamilton García.
A sus 65 años, Ausimario Espinoza se mantiene vital. Continúa labrando la tierra en un pequeño terreno que heredó de su padre. Allí siembra fréjol, yuca, plátanos, morocho, aguacates y papayas. Recientemente se dedica también al cultivo del café.
En varias de esas jornadas agrícolas surgieron las 15 canciones de su autoría. Su método de creación es poco convencional: mientras trabaja en la huerta arma los estribillos en su mente y en casa les pone música con su guitarra.
Lenin Alvear resalta que el autor compone en torno a la línea metódica y armónica de tradición oral, como lo hacían sus ancestros. “En sus letras reflejan sus vivencias y las necesidades de su pueblo”. Así nacieron temas como Ave Herida, dedicada a las organizaciones ecologistas de Íntag.
Otra de sus facetas es la de animero. Su nombre está dentro del inventario del patrimonio cultural del país como el último animero afro de Íntag.
El músico popular es representante de la zona afro de Íntag en la Asociación Humberto Padilla, que aglutina a varios artistas de Imbabura, Carchi y Pichincha. El colectivo trabaja para que la bomba sea reconocida como Patrimonio Inmaterial. Mientras tanto, el artista dice que seguirá cantando hasta que Dios se lo permita.