Lobsang Espinoza es psicoterapeuta y un estudioso del lenguaje y la semiótica; cuenta que su nombre es uno de los siete que lleva el Dalai Lama, y que significa erudito. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
La palabra no existe en el diccionario, pero los estudiosos del comportamiento humano la conocen muy bien; y aunque la Academia no la reconozca la idea y el estado que representa, seguro han sido conocidos por todos en algún momento y en cualquier ámbito de la vida; quizá ahora mismo, ante la inconformidad con la realidad exterior. El insilio es lo contrario al exilio; es decir, una forma de irse sin moverse del sitio físico, o de quedarse sin en realidad estar. Es el encierro/destierro dentro de uno mismo. De este concepto habla Lobsang Espinoza, desde su experiencia con el lenguaje y la psicoterapia.
¿Cuáles son las circunstancias que comúnmente motivan el insilio?
Veamos el insilio como una circunstancia netamente existencial, porque se va para adentro. Entonces, una de las características prototípicas del insilio es la ansiedad, una sensación muy fuerte de angustia por el futuro. Al no haber un futuro “cierto”, al no haber un camino, uno decide caminar hacia adentro. Y en muchos aspectos el caminar hacia adentro puede hacer que te pierdas, porque es necesario metafóricamente perderse para volver a encontrarse. Pienso que es una cuestión que va profundamente marcada por una sensación de pérdida de sentido, de pérdida del camino lineal y que termina en un camino circular, en espiral.
¿Podría esto volverse una situación permanente o siempre se vuelve a encontrar la salida del insilio?
Filosóficamente los hindúes dicen algo que es muy profundo: “En la vida, todo pasa”. Entonces quizá sea un reencuentro con algo, un camino alterno. Cuando uno se siente exiliado hacia adentro, en el insilio, sí hay una especie de esquizofrenia y una necesaria división de la persona para poder encontrar el sentido de su vida.
Ya…
Porque uno entra en un insilio el momento en que no se conoce a sí mismo, porque se deja llevar hacia allá por las circunstancias de afuera.
El exilio siempre tiene carácter político, el insilio no es necesariamente así, pero puede ser, ¿no?
Claro, si lo vemos desde una perspectiva metafórica nosotros tenemos nuestra propia república. Somos la república de Lobsang o la república de Ivonne. Si tienes un cuarto, una casa, una ciudad, un país que te acoge, pero para adentro no sabes cuáles son tus límites, es importante conocer las propias repúblicas internas, que vendrían a ser nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestras conductas.
¿Son necesarios unos breves períodos de insilio para conocer esas repúblicas?
Sí, totalmente. A medida que extendemos nuestra exploración en el territorio nuestro mapa se amplía; cuando tenemos la capacidad de perdernos en el territorio ese extravío y esa vuelta a encontrarse generan un mapa más amplio. Entonces, cuando podemos ampliar nuestros mapas creo que los insilios vendrían a ser hasta terapéuticos, necesarios.
¿El insilio implica más que nada el silencio?
Yo creo que es un silencio parlante.
¿Cómo funciona eso?
Es un silencio hacia afuera pero es parlante hacia adentro, porque, como estamos atravesados por el lenguaje, nos estamos hablando a nosotros mismos constantemente. Imagínate que al día tenemos cerca de 60 000 pensamientos, y de esos pensamientos hay un grupo específico que son los del verbo ser y te dices a ti mismo: yo soy o yo no soy. Cuando tú te hablas a ti mismo lo que sucede dentro de ti es la construcción de la realidad, y es por eso que el silencio de afuera vendría a permitir una adecuada conversación hacia adentro, con esas islas de soporte psicológico.
¿Cuántos tipos de insilio dirías que hay?
Pienso que habría uno que es muy importante y que sería el político y estaría directamente conectado con el exilio y que es esa sensación de no estar sintiendo que vives en tu propia patria. Aun cuando te toca vivir allí por las circunstancias. Y hay otro que yo vería como más filosófico: el insilio voluntario para el crecimiento personal. Sería importante darte cuenta de que por tus relaciones diplomáticas internas, tienes que generar una buena relación con tus emociones, tus pensamientos y tus conductas.
Entonces habría dos formas de asumir el insilio: ¿una más a favor del crecimiento personal y otra en un ánimo de despecho?
Exactamente, y las dos son producto de una decisión personal. No estás obligado a ninguno de los dos.
¿Cómo se reconoce a un insiliado? ¿Cuáles son las señales?
Una de las características fundamentales estaría en la comunicación no verbal. Quizá una connotación de tristeza en el rostro; principalmente en los ojos y la parte de arriba de los pómulos.
¿Una expresión apagada?
Exactamente. Sería el primer síntoma, lo no verbal.
¿Y no hablar mucho?
No necesariamente, porque quien no habla mucho conversa mucho consigo mismo, y entonces no necesita estar insiliado porque ya se conoce más.
¿A qué crees que, en general, le teme el insiliado?
A sí mismo, porque puede confundir lo real con lo no real; entonces el insiliado puede generar esta sensación que ya psicopatológicamente es la esquizofrenia: vivir en un ambiente completamente alterno a aquel en el que no te gusta vivir. Esa es la explicación psicoanalítica de la esquizofrenia. Alguien que decide no vivir la realidad que le toca vivir y que por eso se desenchufa.
¿Los regímenes autoritarios producen más exiliados o insiliados?
Pienso que más insiliados.
Hay mucha gente que no se puede ir.
Exacto. Y se somente a un encierro paradójico, con respecto de lo que sucede afuera. Así se genera un limbo, una sensación de vacío que puede crear incertidumbre y desesperación.
¿Qué le pasa a una sociedad que empieza a llenarse de insiliados?
Se vuelve una sociedad consumista, que necesita llenar sus vacíos con algo concreto. Y consume cualquier cosa; desde unas simples gafas hasta una casa nueva, pasando por libros o estudios… uno quiere llenar esa sensación y empieza a consumir porque puede tocar, sentir.
Eso ocurre en cuanto a lo material, pero ¿hay algún otro síntoma que sufran las sociedades con muchos insiliados?
Pienso que la guetización también empieza. Los insiliados, desde esta perspectiva, empezarían a formar grupos aislados que les permiten estar entre ellos, para poder compartir este lenguaje de ausencia.
¿Es decir que el insilio también se puede vivir colectivamente y no es una experiencia esencialmente individual?
Es totalmente individual, porque uno crea su propia realidad internamente.
Pero acabas de hablar de comunidades de insiliados, con lenguajes o inquietudes comunes.
Es una cuestión propia, debido a que tú generas tu propio lenguaje y puede ser que ese lenguaje se encuentre en algún momento, por ejemplo, a través de las redes, con otros que también lo compartan.
¿Qué crees que es lo mejor y lo peor del insilio?
Empecemos desde lo peor, que sería la esquizofrenia, es decir el extremo en el que estás escindido, roto.
Desconectado por completo del mundo.
Exacto, eso sería lo peor que podría pasar. Y en el otro extremo estaría la divinización, porque si te conoces a ti mismo surge un proceso muy especial en el que se empieza a encontrar la divinidad. Ya (Friedrich) Nietzsche decía que cuando se llegaba a las cimas de los estados alterados de conciencia se entraba al conocimiento de uno mismo, que es como llegar a la parte más gélida. Estaríamos entre los dos extremos: la estupidez que generaría la escisión y la genialidad que consistiría en conocer tu divinidad. Entre esos límites se juega el insilio.