Israel empezó esta semana con su campaña de vacunación. Usará la fórmula de Pfizer y BioNTech. Foto: EFE
El primer día de este año, Occidente se enteró del cierre de un mercado de Wuhan (China) en el que se habían identificado más de dos docenas de casos de una neumonía “de causa desconocida”, según los reportes de las agencias internacionales de noticias. En ese momento eran todavía titulares casi tan poco rimbombantes como las campañas de vacunación contra la influenza (gripe estacional).
Hoy, con más de 1,7 millones de muertes por covid-19 en el mundo -de acuerdo con recuentos hasta el 23 de diciembre- la inmunización está en el centro del debate global como nunca antes. No solo por la expectativa ante el desarrollo de diferentes propuestas de vacunas alrededor del orbe y su aprobación por las correspondientes autoridades de control sanitario, sino por todo el marco económico y social, incluso religioso, que acompaña a lo que seguro será de los hechos más monitoreados en el 2021.
Tal como apunta Anne O. Krueger, economista e investigadora de Johns Hopkins University, la velocidad en que el mundo controlará esta pandemia no solo dependerá de la constancia en las medidas de bioseguridad (mascarilla, distanciamiento social, lavado de manos). Será trascendental la capacidad de superar los desafíos de logística y distribución para administrar las vacunas a nivel global. En estos días se añade el debate sobre la eficacia de las vacunas frente a nuevas cepas descubiertas.
Cuando en el tercer trimestre del 2020 empezaron a volverse más firmes las esperanzas de conseguir una o más inmunizaciones eficaces en pocos meses, también comenzaron los quebraderos de cabeza. Llevarlas hasta todos los puntos donde se necesitan se vuelve una tarea casi tan compleja como inventarlas.
Nada Sanders, docente de cadena de suministros en Northeastern University, advirtió a la revista The Economist del verdadero “cuello de botella” que significará el proceso de empacar la fórmula en las respectivas ampolletas y hacerlas llegar a destino final.
Todo esto sin contar, recuerda, que actualmente el 25% de inmunizaciones contra otras enfermedades arriban dañadas por problemas con las cadenas de frío convencionales, mucho menos sofisticadas que las que deben mantener, por ejemplo, a 70 grados centígrados bajo cero la vacuna desarrollada por Pfizer y BioNTech contra el SARS-CoV-2.
Conforme avance el desarrollo y aprobación de las fórmulas que actualmente se están probando -el diario The New York Times contabiliza un total de 90 en distintas fases- la interrogante sobre cuánto influirá la geopolítica en el tema irá palideciendo. Iniciativas como Covax, con más de 180 países firmantes, tomarán más fuerza y buscarán cumplir con el objetivo de que las naciones más ricas subsidien a las menos favorecidas.
Sin embargo, la reticencia y desconfianza social empieza a constituirse en el siguiente monstruo de muchas cabezas. En el 2019 la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya situó al movimiento antivacunas como un peligro para la salud planetaria. Para ponerlo simple, los cálculos epidemiológicos afirman que en un pueblo de 100 personas deberían vacunarse al menos 80 para que el resto esté a salvo. Y si se cumplen los resultados de la encuesta publicada por la revista Nature en octubre, donde solo un 71,5% de entrevistados en 19 países piensa vacunarse, la lucha contra el covid-19 simplemente se hará más larga.
Los gobiernos endeudados y las economías tambaleantes buscarán formas para garantizar acceso al fármaco. Así, el debate sobre la inmunización estará a la orden del día, sobre todo en actividades como la atención sanitaria o el turismo. En este escenario, es probable que la historia se repita y que en pleno siglo XXI vuelvan a aparecer caricaturas como las de 1802, cuando el inglés Edward Jenner intentaba vacunar contra la viruela y la gente pensaba que, por ser extraída del ganado bovino, le saldrían cuernos por todo el cuerpo.