Sus lágrimas no siempre son por frío, hambre o incomodidad, pueden tener un componente emocional. Foto: El Tiempo/GDA
“Cada vez que Fabián lloraba, le daba de mamar. Mi primera reacción siempre era pensando que tenía hambre, pero de a poco fui notando que a veces rechazaba el pecho y entonces empezaba a probar otras cosas, como revisar los pañales, ponerle más ropa, acunarlo hasta que se quedaba tranquilo”, cuenta Alicia Ferrer, mamá de Fabián, de cuatro meses.
“Al principio me costaba más y hubo noches que no paraba de llorar y me veía sobrepasada. Pero estoy segura de que es una mezcla de instinto con ensayo y error“, agrega. Para María José Pinto el tema fue más sencillo. “Antes de tener a Sofía -su hija mayor, hoy de 2 años- tenía temor de no saber reaccionar bien; sabía de amigas que sus hijos lloraban toda la noche o que incluso debían partir a la clínica; pero para mí fue un proceso fluido”.
“Vas calculando por horarios y descartando factores, y uno está más alerta; al final lograba diferenciar cuatro motivos de llanto, sobre todo hambre y sueño. Y con Sarita -su hija de tres meses- ha sido aun más fácil”.
Aunque es un proceso que toma tiempo, la habilidad de una madre para entender y dar respuesta al llanto de su hijo está determinada por varios factores. Y uno de ellos parece ser su propia infancia.
Así lo plantea un nuevo estudio que muestra que las mujeres que tuvieron experiencias positivas con sus madres o cuidadoras aprenden a reaccionar más rápido y mejor que quienes tienen una historia familiar de desapego.
A María José no le cabe duda. “Mi mamá no trabajó y siempre estuvo pendiente y bien conectada conmigo y mi hermana chica. Incluso ahora ha sido fundamental como soporte en la crianza de mis guaguas”.
La psicóloga Esther Leerkes, de la Escuela de Salud y Ciencias Humanas de la U. de Carolina del Norte (EE.UU.), lideró la investigación -publicada en Child Development- en la que observaron el comportamiento de 259 madres primerizas durante su embarazo y hasta los seis meses de vida de sus hijos.
En un primera etapa, durante la gestación, se les pidió llenar cuestionarios sobre su personalidad y características emocionales, además de ser entrevistadas acerca de su infancia y la relación con sus padres o quienes las criaron. Luego, debían mirar videos de niños llorando.
Luego de ver los videos, “les pedimos a las futuras mamás que nos dijeran lo que pensaban y sentían en relación al llanto de esos niños”, explica Leerkes a El Mercurio. “Observamos que las mujeres con experiencias positivas en su infancia emitían opiniones más orientadas al bienestar del niño y a tratar de identificar la causa del llanto”.
En cambio, la reacción de aquellas con experiencias infantiles negativas apuntaban más a las emociones -como incomodidad- que el llanto provocaba en ellas más que pensar en el niño. Algo parecido se observó en las mujeres con depresión o con dificultades para controlar sus emociones.Mediciones similares se hicieron posteriormente, esta vez analizando qué tan sensibles eran al llanto de sus propios hijos. Y los resultados fueron los mismos.
“Existe toda una línea de investigación que muestra que conductas de cuidado inadecuadas son producto de que la madre está más preocupada de controlar sus propias emociones más que el llanto del niño”, comenta el psicólogo Felipe Lecannelier, director académico del Centro de Apego y Regulación Emocional de la U. del Desarrollo.
“En algunas madres, el llanto activa procesos fisiológicos, mentales y emocionales negativos, de su infancia, que la desconectan del niño”, agrega el especialista. “Se ha demostrado incluso que conductas de negligencia o maltrato son formas que tienen los padres para evitar sentir ese mal recuerdo”.
Ester Leerkes precisa que “algunas madres necesitan ayuda para controlar la angustia que el llanto les genera, y que no les permite interpretar qué es lo que está viviendo el niño”. Para ello, plantea que una forma de cambiar esa realidad es recibir apoyo profesional para identificar y aprender a superar esas experiencias negativas. Además, los programas de apoyo parental, en los que a través de psicólogos se enseña a regular el estrés personal y reducirlo, permiten responder mejor a los requerimientos del niño.
“Es un proceso dual -complementa Lecannelier-. La madre debe aprender a estar consciente de qué es lo que le pasa a ella con el llanto, qué emoción le genera (rabia, pena, culpa). Una vez que se logra, es capaz de dar una mejor respuesta al niño”.
El llanto en los recién nacidos y niños pequeños es la forma que tienen de comunicar algo que les incomoda o les provoca estrés. “La sensibilidad del adulto hacia el llanto del niño es un aspecto central del apego, más allá del contacto piel a piel, la lactancia o el juego”, explica el psicólogo Felipe Lecannelier.
Es tan relevante esta acción en los niños y su relación con los demás que incluso se habla de la ‘paradoja del llanto’: puede activar lo mejor y lo peor de una madre. “Puede generar más sensibilidad, empatía y conductas ‘maternales’, pero también se ha demostrado que la principal causa de maltratos de bebés por su padres es el llanto”.