De los miles de memes pseudofisolóficos que circulan en Internet, hay uno sobre el triste destino del ciudadano actual. Foto: Ingimage.
De los miles de memes pseudofisolóficos que circulan en Internet, hay uno sobre el triste destino del ciudadano actual. Empezar a estudiar cada vez más temprano -hay oferta para escolarizar a los bebés desde los dos años- y no parar hasta completar por lo menos un posgrado a los 25; después, conseguir un trabajo y mantenerse en esa actividad hasta los 65 años, es decir, ser libre para hacer lo que uno siempre quiso hacer cuando ya no tiene las mismas fuerzas.
A lo mejor esta pesimista reflexión podía resultar brutalmente cierta hasta finales del siglo pasado, pero las estadísticas de estas dos últimas décadas muestran que, por lo menos en el tema del empleo, la aspiración de un joven que se gradúa no es conseguir un puesto en el que pueda jubilarse, como talvez sí ocurrió con sus padres y abuelos.
Una encuesta realizada por el diario británico The Guardian mostró que el 90% de mileniales (nacidos entre 1982 y el 2001) tiene planeado cambiar de puesto de trabajo antes de cinco años, y un tercio de este grupo piensa que no durará más de dos años en su posición actual. Se trata de un fenómeno tan marcado, que incluso ya tiene su propio término en inglés, ‘job hopping’ (algo así como saltar de un trabajo a otro).
Varios artículos compartidos a través de la red social Linkedin analizan los porqués de este nuevo perfil profesional que ya no aspira solo a un contrato indefinido, vacaciones anuales y un salario fijo. En primer lugar, según el análisis de la IMF Business School de España, se trata de jóvenes que tienen pocas responsabilidades y sin cargas familiares; se trata del mismo grupo etario que no tiene en sus planes tener hijos en los próximos 10 años, e incluso se plantea no tenerlos nunca.
A esto se suma que, al tener una educación que en una gran cantidad de casos incluye varios ‘cartones’ de cuarto nivel, aspiran a ganar más y a escalar posiciones más rápido que quienes hacen carrera dentro de una organización. Y quienes no encuentran un puesto a la medida de sus expectativas buscan crearlo. Los mileniales, según el estudio BNP Paribas Global Entrepreneur Report 2016, han creado el doble de emprendimientos que quienes hoy tienen más de 50 años.
Las estadísticas muestran también que la frase “ese trabajo no me llena” va más allá de una expresión de niños mimados de clases acomodadas. Así como los expertos en mercadeo saben que entre los jóvenes consumidores el precio más bajo ya no es el factor preponderante para la decisión de compra, una de las motivaciones de los ‘job hoppers’ es también encontrar un lugar de trabajo que le permita ser consecuente con sus ideales.
Y en la misma forma en que una certificación de alimentos orgánicos, libres de transgénicos y que respetan las reglas de comercio justo tienen como su principal nicho de mercado a los más jóvenes, las organizaciones y empresas mejor rankeadas en las listas de Best Place to Work (Mejor Lugar de Trabajar) o con reconocidos programas de Responsabilidad Social y Sostenibilidad se convierten en la meta de muchos nuevos profesionales. Los trabajos previos se vuelven, entonces, solo una experiencia que enriquece la hoja de vida para participar en un proceso de contratación en el ‘dream ‘job’ (empleo soñado), y por eso no interesa pasar mucho tiempo en ellos.
También es cierto que es más fácil cambiar de empleo con frecuencia en unas industrias que en otras. La tecnología, desde el desarrollo de software hasta el marketing digital, tiene más opciones y permite una mayor flexibilidad para cambiar de empleos y ensayar nuevas modalidades de trabajo (contratos eventuales a nivel de consultoría y teletrabajo) que el sector energético y de alimentos, por ejemplo.
¿Qué tan listas están las empresas y el Estado?
Yendo hacia el otro lado de la relación laboral, incluso las grandes corporaciones están apenas empezando a plantear estrategias para lidiar con esta ola diferente en la fuerza de trabajo. Extensos artículos de revistas como Forbes todavía intentan convencer a los más prestigiosos reclutadores de personal de ignorar el cliché de que quien cambia mucho de empleo es menos merecedor de confianza.
Entre sus cualidades se enumera el hecho de que no están preocupados de afrontar cambios, que cuentan con una red mucho mayor de contactos que quien solo estuvo en un sitio y tienen una mayor capacidad de adaptarse a distintos estilos de gerencia. “Esta gente tiene cicatrices de guerra que prueban su experiencia con proyectos exitosos y que han fracasado. Esas cicatrices son increíblemente valiosas para su compañía”, escribía la experta Liz Ryan, en un artículo a mediados de este año.
El paradigma de cómo retener el talento se transforma en cómo hacer sentir a esos empleados que llegan con ganas de comerse al mundo que, literalmente, su trabajo diario está generando un verdadero cambio en la sociedad.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ve como un desafío y una preocupación el cómo lograr un entorno favorable para ofrecer empleo a estas nuevas generaciones en la forma que ellos esperan. Su encuesta sobre los jóvenes y el futuro del trabajo refleja que más de la mitad de los participantes en países desarrollados y cerca de un tercio en los países emergentes y en desarrollo contemplan su futura vida laboral con temor o incertidumbre. Muchos de ellos inician su vida laboral con empleos más inestables e inseguros.
Eso lleva a la inevitable cuestión de cuán atrás avanzan las políticas públicas para ofrecer un marco regulatorio que se adapte a este entorno cambiante, sobre todo en nuestros países. ¿Cuándo se normarán en forma justa para empleadores y trabajadores prácticas como las jornadas a tiempo parcial, o los profesionales que trabajan para más de una empresa al mismo tiempo?
Eso sin contar que casi nadie habla de que esos que hoy son jóvenes, en algún momento tendrán que jubilarse. ¿Se están construyendo sistemas de seguridad social sostenibles en este contexto?