La incertidumbre activa el pánico

El psiquiatra José Luis Ibáñez, en uno de los jardines exteriores del Instituto Psiquiátrico Sagrado Corazón, donde trabaja en el área de crisis desde hace 12 años. Foto: Diego Pallero/ELCOMERCIO

El psiquiatra José Luis Ibáñez, en uno de los jardines exteriores del Instituto Psiquiátrico Sagrado Corazón, donde trabaja en el área de crisis desde hace 12 años. Foto: Diego Pallero/ELCOMERCIO

El psiquiatra José Luis Ibáñez, en uno de los jardines exteriores del Instituto Psiquiátrico Sagrado Corazón, donde trabaja en el área de crisis desde hace 12 años. Foto: Diego Pallero/ELCOMERCIO

Desde que la Organización Mundial de la Salud dio la alerta sobre el brote del coronavirus covid-2019, la palabra pánico volvió a popularizarse en los discursos de políticos, en los titulares de muchos medios de comunicación y en las conversaciones cotidianas. En esta entrevista, José Ibáñez reflexiona, desde la psiquiatría, en lo que hay detrás del pánico ­individual y social, más allá de su acepción semántica.

¿Qué se esconde detrás de la famosa expresión ‘entrar en pánico’?

Me parece interesante recordar que etimológicamente pánico viene de pan, que es el nombre de un semidiós griego que vivía en los bosques y que acosaba, sobre todo, a las mujeres. Desde la psiquiatría, el pánico implica un problema de salud vinculado a la ansiedad. Dentro de la clasificación de trastornos de ansiedad tenemos el trastorno de pánico, que se caracteriza por episodios en los que la ansiedad aparece de forma anormal y paroxística muy intensa. Esos episodios tienen una duración de minutos, en los cuales la persona tiene un descontrol importante.

¿Cuál es la diferencia entre el pánico individual y el pánico colectivo?

El pánico individual está más vinculado al trastorno de pánico del cuál te hable. El pánico colectivo tiene relación con lo que nosotros llamamos trastorno adaptativo, que tiene que ver con un hecho o una circunstancia que sentimos que está amenazando o va a amenazar la historia de un grupo de personas. Por ejemplo hay pánico colectivo frente a una catástrofe natural o a una pandemia, como lo que estamos viviendo con el coronavirus.

¿El crecimiento de ansiedad en las personas es lo que está provocando que los brotes de pánico colectivo sean más frecuentes?

Los trastornos mentales han aumentado, y entre los que más lo han hecho están los de ansiedad vinculados al pánico. Ese aumento de ansiedad es producto de que vivimos en una sociedad que cada vez nos exige más en el ámbito laboral y social pero, al mismo tiempo, nos llena de más inseguridades. Las personas, en general, tienen dificultades en establecer nuevos vínculos con otros y manejar de manera adecuada sus emociones, y eso genera estrés. Los niveles altos de estrés producen ansiedad y la ansiedad genera pánico. Si vemos con detenimiento, todo es parte de una cadena cíclica. Cada persona es capaz de soportar diferentes niveles de estrés dependiendo de las herramientas emocionales que haya adquirido en su infancia.

¿Entonces, entre menos herramientas emocionales tiene una persona, más vulnerable es al pánico?

Una persona es más vulnerable al pánico cuando ha tenido psicotraumas, castigos y limitaciones en la infancia. Otro factor es la herencia genética. Si una persona tiene familiares que hayan sufrido de estos trastornos está predispuesta a ser más vulnerable al estrés.

Hace un momento mencionó el caso del coronavirus. Se ha hablado sobre el pánico que se ha generado en Occidente pero muy poco del pánico que se vive en Oriente Lejano.

Justo hace unos días, la Asociación Americana de Psiquiatría publicó una investigación de cómo el coronavirus está influenciando en la conducta de las personas. Resulta que una de las cosas que descubrieron es que se está generando una conducta xenófoba hacia la gente, no solo de China, sino hacia los asiáticos en general. Lo que muy pocos se han puesto pensar es que para ellos ese rechazo se está convirtiendo en una carga emocional, que sin duda está aumentando sus niveles de estrés.

¿El pánico que la gente ha mostrado por esta pandemia, en el fondo no es una muestra del miedo exacerbado que se sigue teniendo a la muerte?

Si vemos la historia de la humanidad, siempre se ha luchado para favorecer y mejorar la vida de las personas. Todos los esfuerzos científicos y tecnológicos apuntan hacia eso en este momento. Se busca prolongar la vida, pero también disminuir el dolor. Con este tipo de pandemias lo que salta a la vista es lo limitados y frágiles que podemos ser en ese empeño de alargar la vida.

¿El pánico es síntoma de fragilidad social?

La persona que vive con pánico muchas veces es la que, de forma constante, está sobre­exigiéndose. La que se somete a un estrés mayor del que puede manejar. En relación con la depresión, las estadísticas nos dicen que los índices en el país son similares a los del resto de naciones de la región. Un dato que es curioso y que se debería estudiar más es que hay mayor predisposición a la depresión en las mujeres que en los hombres. Creo que en relación con otras sociedades, la nuestra sí facilita la expresión de las emociones. Nosotros estamos más acostumbrados a estar acompañados.

Pienso, por ejemplo, en la sociedad japonesa, en la cual culturalmente expresar lo que alguien siente es complicado. Suelen sentir mucha vergüenza en mostrar fragilidad. Eso favorece a que tengan mayor riesgo de depresión y de suicidio.

¿Las fobias y el pánico están conectados?

Dentro de la clasificación de los trastornos de ansiedad está por un lado el trastorno de pánico y por otro, las fobias. En este punto creo oportuno aclarar que una cosa son los episodios de pánico y otra los trastornos. El primero está influenciado por los medios de comunicación y las redes sociales y el segundo aparece muchas veces de forma inesperada sin un motivo claro y suelen ser más generales. Las fobias son más específicas y una persona la desarrolla al tener contacto con lo que teme. El 25% de la población mundial en algún momento de su vida va a tener un episodio de pánico, mientras que solo el 3% va a desarrollar un trastorno.

¿En qué medida las redes sociales contribuyen a la generación de episodios de pánico colectivo?

Contribuyen mucho porque, lastimosamente, son usadas para desinformar a través de la circulación de noticias falsas y hasta malintencionadas, cuyo objetivo precisamente  es generar sentimientos de f­ragilidad y vulnerabilidad en las personas.

Generalmente se confunden histeria colectiva con pánico colectivo, ¿por qué?

Las dos son resultado de expresiones de ansiedad. Pero sí hay que hacer una distinción. La histeria colectiva es una expresión de ansiedad que está más mediada por la sugestión. Hay personas que en determinadas circunstancias pueden sugestionarse y motivar para que otros lo hagan. En cambio el pánico implica un mayor grado de ansiedad y un mayor sufrimiento, porque hay la sensación de que la amenaza es inminente y eso puede descontrolar a la persona.

¿En este contexto cree que nos hemos convertido en una sociedad muy ansiosa, que no sabe controlarse?

Creo que sí. Somos una sociedad ansiosa, está sumida en esta idea de constante pánico porque vivimos en la incertidumbre, una incertidumbre que atraviesa lo laboral, lo económico y, sobre todo, lo afectivo. La falta de certezas lo ha trastocado todo.

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Frente a un episodio de pánico individual o colectivo lo más importante es tratar de mantener el control. No hay que olvidar que el pánico muchas veces está mediado por pensamientos automáticos, que aparecen sin que la persona se dé cuenta y generalmente son pensamientos negativos sobre sí mismos, sobre los otros y su entorno. Si los episodios de pánico se vuelven constantes, estamos hablando de un trastorno.

¿Qué pasa cuando una persona o una sociedad se dejan llevar por el terror?
Lo que pasa es que si no tenemos control sobre nuestras ideas y sobre lo que pensamos, el terror nos va a dominar y a ocupar buena parte de nuestra vida. Pensemos en las personas que desarrollan agorafobia, la fobia a estar en espacios abiertos. Lo que pasa con esa gente es que lamentablemente termina confinada a su casa, sin ningún contacto social.

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