Imbabura: Kayambis velan por sus páramos

Las montañas tapizadas por la vegetación tienen la forma de una herradura. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

Las montañas tapizadas por la vegetación tienen la forma de una herradura. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

Las montañas tapizadas por la vegetación tienen la forma de una herradura. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

Un hilo de agua parece brotar del vientre de la montaña. Seis grandes rocas, que parecen tapizadas con una alfombra verde, flanquean el paso del líquido que baja de los páramos de La Rinconada, en el sur de Otavalo, Imbabura.

Esta zona natural se extiende en el área de las parroquias San Pablo y González Suárez, que son parte de la cuenca hidrográfica del lago San Pablo.

Con sus dos manos, Daniel Quishpe, vecino de San Pablo, que improvisó de guía para recorrer la zona, retira la hojarasca de una rejilla de hierro por donde se escurre el agua.

En este sitio, conocido como Lomas de Cusín, el líquido, cristalino y frío, inicia su recorrido que ingresa por una red para abastecer a 11 086 habi­tantes de la parroquia San Pablo de Lago. Aquí hay 11 comunidades que se identifican como indígenas.

Una de ellas es la parcialidad de Gualabí, en donde habitan 240 familias, la mayoría kichwas kayambis. Tienen una concesión de 10,5 litros por segundo que proviene de la vertiente de San Francisco, destinada al consumo humano, explica Renán Méndez, líder de la jurisdicción.

Al ser la única fuente que ­calma la sed de Gualabí, los campesinos cuidan con celo esta esponja natural, que capta las aguas.

Algo similar ocurre en los manantiales de Milán Pogyo, que dotan del recurso hídrico a la parcialidad de Pijal, en la vecina González Suárez.

Las 700 familias kichwas kayambi que habitan en el sector, que es un mirador natural del lago San Pablo, aprovechan 2 de los 10 litros por segundo que tienen en concesión.

Aunque tienen cubierto la demanda buscan proteger este elemento. Por ello, los comuneros sembraron, el año pasado, plantas nativas como pumamaqui, quishuar y aliso para frenar la rápida ampliación de la frontera agrícola.

El objetivo es proteger las vertientes que están localizadas a 3 700 metros de altitud, explica Manuel Castillo, dirigente del Cabildo de Pijal.

Por ahora, el cuidado de esta zona natural está a cargo de Lucas G., comunero de Pijal Alto. Este el segundo de los tres años que se desempeña como urkucama, como se conoce a los cuidadores del páramo en las localidades indígenas.

Castillo indicó que esa es la sanción impuesta por una asamblea de comunas del Pueblo Kayambi por haber sido declarado responsable deun incendio forestal accidental.

El fuego consumió 2 800 hectáreas de páramo en el límite entre Imbabura y Pichincha, en septiembre del 2015. La deflagración redujo los pajonales a cenizas. Luego se propagó a otras áreas similares como San Francisco, San Isidro, El Prado, en el cantón Cayambe.

“Los pajonales -que cumplen con la función de retener el líquido- desaparecieron”, rememora Castillo. Los caudales de agua casi desaparecieron.

En La Rinconada, compuesta por el bosque húmedo montano, es posible aún encontrar conejos, lobos, raposas, ratones de monte, entre otros.

Igualmente, en este territorio florecen plantas de achupallas, chuquiragua, mortiño, valeriana, uña de gato, matico, cerote, shanshi y otras.

Los dorados pajonales siempre están húmedos. Desde aquí no solo se alimentan los sistemas de agua de los poblados vecinos.

También lo hace el lago más grande de Imbabura, dice Fernando Chiza, vocal de la Junta Parroquial de la localidad de San Pablo.
Por ello, ese organismo emprendió un proyecto para pedir que se declare como área protegida a La Rinconada. Se estima que la zona de conservación serían 1 120 hectáreas.

El objetivo es que no existan más afectaciones a este reducto natural, asegura Amadeo Cazco, presidente de la Junta Parroquial de San Pablo.

Ellos pidieron ayuda al Municipio de Otavalo para que se concrete el trámite y sea incluida en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas.

Entre algunos de los requisitos está elaborar el plan de manejo para verificar la flora y fauna endémica e introducida, indica Pablo Vela, coordinador de Calidad Ambiental de la Municipalidad otavaleña. La propuesta está en estudio.

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