La reforestación tuvo asesoría de técnicos del MAG y de los comuneros. Foto: Álvaro Pineda/ EL COMERCIO.
En las montañas de la comunidad de La Magdalena, en el suroriente de Ibarra (Imbabura), crece un bosque con árboles perfectamente alineados, que parece fueron trazados con una regla.
Se trata de 81 hectáreas cubiertas con la variedad de pino (Pinus radiata), que fueron plantados hace tres años. Víctor Cuasqui, presidente de la Asociación Agrícola Manuel Freile Barba La Magdalena, recuerda que elaboraron un proyecto forestal, para reemplazar 30 hectáreas de árboles de eucalipto por los de pino.
El objetivo es tener un área boscosa que garantice el bienestar ambiental y en el futuro, aprovechamiento de la madera. Además, cuentan con 30 hectáreas de pajonales.
En un recorrido por la zona, el paisaje se va tornando verde. Celso Molina, vecino de esta parcialidad, explica que también es posible encontrar especies como pumamaqui, alisos y almurias. El área de bosque y pajonal es parte de las 404 hectáreas de un predio que adquirió hace ocho años esta agrupación, que aglutina a 50 campesinos de familias indígenas con ancestros del pueblo Karanki.
En el 2010, la asociación fue reconocida por el Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador. Estas tierras se encuentran en el valle, entre las faldas orientales del volcán Imbabura y la cordillera de Angochahua.
La región está llena de historia. Por la bondad de su clima, en la época preincaica fue seleccionada para la edificación de aposentos y fortalezas del asentamiento Karanki, uno de centros poblados norandinos más importantes. Los pisos varían desde los 2 589 hasta 3 400 metros de altitud.
Para los comuneros, la organización es una oportunidad para practicar el Sumak Kawsay, que es la relación armónica del ser humano con la naturaleza y todos los seres que en ella habitan, de acuerdo con la cosmovisión andina. Por eso, si bien las actividades agrícolas y pecuarias son el puntal, no se descuidan las tareas de defensa de la naturaleza y el medioambiente.
En los cultivos tradicionales como trigo y cebada hay un limitado empleo de agroquímicos, asegura Amado Ayala, administrador del grupo.
En el área hay dos vertientes conocidas como Chulcuhuayco y Cubabi. En la estación seca, cada una aporta con medio litro por segundo, mientras en la época lluviosa llega hasta 1,5 l/s. Las dos fuentes están protegidas con un cerco de plantas de polylepis, aliso y arrayán.
Con la plantación de Pinus radiata se busca bajar la presión sobre el aprovechamiento de árboles de bosques nativos, explica Leonidas Nicolalde, técnico de la Dirección Distrital del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG).
El plan de reforestación también permiten que los árboles capturen el CO2 del ambiente y ayuden a la descontaminación, asegura el experto.
El próximo objetivo es que esta zona sea tomada en cuenta dentro del Programa de Incentivos Forestales del MAG. Eso les permitirá generar un ingreso económico a la asociación agrícola para los siguientes cuatro años. Nicolalde calcula que en ese lapso la organización recibiría USD 1 400 por cada hectárea cubierta de este nuevo bosque.
Al ser una plantación comercial, a futuro se podrá aprovechar la madera. Se estima entre 18 y 20 años para beneficiarse de esta especie que tiene diferentes usos.
Uno de ellos es la producción de tableros de MDF, empleados en la fabricación de camas, mesas, juego de sala, entre otros.