Los primeros individuos del reptil fueron liberados en el Puerto Principal hacia 1960. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO
Hace más de 10 000 años estas tierras eran su dominio. Sus colonias cubrían desde el bosque húmedo hasta el manglar, desde las zonas más secas hasta las playas.
Así empieza Melvin Hoyos su libro sobre la historia de Guayaquil, en el que la iguana es protagonista y testigo del paso de los años.
En ‘Los recuerdos de la iguana’ (2008), el historiador hace un recorrido desde el año 1500. En su trayecto por la ciudad es inevitable toparse con este reptil, que dio vida al parque Seminario o de Las Iguanas.
En esta zona regenerada, por estos días, se concentra una gran colonia de la iguana verde común. La iguana de Guayaquil, como también es conocida, es una atracción turística. Reposa en los árboles o junto a la pileta, al pie de la glorieta o frente a la imagen de Simón Bolívar. Ha hecho de este parque, entre las calles Chile y Clemente Ballén, frente a la Catedral, su casa.
La iguana verde es parte de la familia Iguanidae y comparte esa categoría con otras cuatro especies asentadas en las islas Galápagos. Además de Guayaquil, en Ecuador se encuentra distribuida en ocho provincias, principalmente en zonas tropicales y subtropicales.
Y tiene buena presencia también en América, desde México pasando por Centroamérica y hacia el sur en Colombia, Venezuela y Brasil.
La bióloga Rafaela Orrantia, gerenta de responsabilidad social y ambiental de la Empresa Pública de Parques, comenta que son reptiles arbóreos, que miden hasta 1,5 metros y pesan hasta 6 kilogramos.
Su cuerpo está cubierto de escamas que le sirven de camuflaje entre las ramas de los árboles. Su coloración varía de verde en los juveniles, a verde oliva y café en los individuos que son adultos.
Orrantia explica que la época seca es propicia para su reproducción, pues al nacer las crías hallan buena disponibilidad de alimento en la época húmeda. Anidan en cavidades de 45 cm a 1 m de profundidad y ponen entre 10 y 30 huevos.
La incubación dura de 90 a 120 días y al nacer las crías son totalmente independientes.
Por su aspecto, los reptiles parecen intocables; rudos. En estado silvestre este tipo de iguana puede vivir hasta 10 años. En cautiverio esa probabilidad se duplica.
En cuanto a su población es catalogada de preocupación menor. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la ubica como no estudiada. Y está incluida en el apéndice II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites).
Esto quiere decir que “no se encuentra en peligro de extinción, pero su comercio debe controlarse a fin de evitar una utilización incompatible con su supervivencia”.
Aunque los reportes de su población no son alarmantes, la bióloga Katty Garzón, de la exposición Vivarium en Quito, advierte algunas amenazas para la especie. El cambio climático es una de ellas.
La especialista señala que los reptiles, como tortugas, caimanes e iguanas, dependen de la temperatura para determinar su sexo. Al variar esta temperatura, se alteran las proporciones de hembras y machos en los nacimientos, lo que podría ponerlas en riesgo.
Las especies introducidas son otro peligro, pues compiten con las locales por espacio, alimento y pueden introducir virus. La cacería es otro problema; en algunos lugares las iguanas son consumidas por su carne o huevos que, de no haber un control, puede alterar el equilibrio de sus colonias.
Además de ser muy fotogénicas, pues los turistas siempre buscan llevarse una foto de recuerdo cuando pasan por Guayaquil, las iguanas son buenos bioindicadores. Su presencia da señales de las buenas o malas condiciones del bosque.
Por ello Garzón recalca que es importante no solo conservar la especie sino también proteger el bosque seco tropical de la Costa y mantener los espacios verdes que quedan en las grandes ciudades, como el parque de Las Iguanas.
Y para quienes se preguntan cómo llegaron las iguanas verdes a este parque, el historiador Hoyos tiene la respuesta. Fue en la década de 1960, cuando un grupo de mormones intentaba llevarse algunas de ellas al regresar a sus países. Ante la negativa de los guayaquileños, los reptiles fueron liberados en el parque. Y de ahí no se han movido, hasta hoy.