‘Hoy no se toma en serio a Brasil’

Rogério Pereira reflexiona desde el mirador de Guápulo sobre las grandes contradicciones que vive su país, Brasil. Foto: Misael Morales/ELCOMERCIO

Rogério Pereira reflexiona desde el mirador de Guápulo sobre las grandes contradicciones que vive su país, Brasil. Foto: Misael Morales/ELCOMERCIO

Rogério Pereira reflexiona desde el mirador de Guápulo sobre las grandes contradicciones que vive su país, Brasil. Foto: Misael Morales/ELCOMERCIO

El escritor, bibliotecario y fundador del periódico literario Rascunho, Rogério Pereira, analiza este momento de Brasil, tan cerca y a la vez tan lejos de la región 

Brasil de fútbol -Copa América-, de samba, pagoda y grandes escritores y artistas plásticos. Es también el Brasil de Jair Bolsonaro, el presidente latinoamericano que democráticamente se colocó dentro de los líderes populistas de ultraderecha.

En Quito estuvo uno de sus escritores, Rogério Pereira, quien ha llevado adelante uno de los proyectos emblemáticos de difusión de la literatura: el periódico -no revista- Rascunho (Borrador) circula mensualmente desde hace 19 años. Fue también director de la Biblioteca Pública de Paraná y habló con EL COMERCIO sobre lo que vive ahora ‘el gigante sudamericano’.

Brasil es un país tan cercano y tan lejano del resto de Sudamérica...

Somos el único que no habla el castellano y la gente en Brasil no intenta hablar la lengua de sus vecinos. Busca el inglés, que es algo que ocurre en todo el mundo, pero el brasileño siempre ha mirado más a Estados Unidos. Ahora mismo, Brasil es un enigma no solo para la gente que vive afuera, sino para el que vive ahí por ser un país tan grande, con una población de casi 220 millones de personas. En el sur, en donde vivo, hay un movimiento tremendamente estúpido para ser un país independiente. En el sur somos provenientes de migrantes italianos, alemanes, japoneses. Pero en el norte y el nordeste es otro país, otra gente. Las costumbres son otras. Es un país muy grande y muy diferente, pero todos hablamos un portugués distinto.

¿Y se comunican a pesar de estas distinciones?

Culturalmente hay mucha comunicación. En el sur consumimos la cultura del nordeste. No somos un país con disputas internas, aunque sí hay esas típicas bromas regionales, como decir, por ejemplo, que los del nordeste son perezosos. Pero el problema es que es un país muy grande y por ello hay montones de problemas. Tenemos el Brasil muy rico, pero también el muy pobre. En un mismo barrio conviven gente muy rica y gente muy pobre. Los números de Brasil son muy locos: tenemos cerca de 60 000 muertes al año por la violencia. Eso es una guerra. Y, además, tenemos una gran cantidad de analfabetos y semianalfabetos.

Hablar de analfabetismo en estos días es prácticamente un horror.

Pero la gente no hace caso, me parece. Estoy involucrado con la difusión de la lectura y el trabajo de las bibliotecas y es algo grave. Además, el problema no es solo de los semianalfabetos, como mi papá, mamá, hermanos, tíos, que apenas saben leer. Hay un número importante de personas en las universidades que son analfabetos funcionales, que no comprenden lo que leen. Y Brasil está mal ubicado en los índices de educación en el mundo.

Sin embargo, el Brasil que nos legaron los expresidentes Fernando Henrique Cardoso y Lula es el de un país influyente en el mundo, el del BRIC...

Brasil es un desastre social. La gente se enfada con los intelectuales cuando hablan mal del país en el extranjero, como si no se pudiera hablar de los problemas del país. A veces parece que la gente viviera como en sueño. Lo más impresionante de Brasil son las diferencias sociales entre los ricos, los pobres y la clase media muy grande. Esta diferencia crea la violencia. El ejemplo más importante es Río de Janeiro, que es bellísima, donde va todo el turismo, pero la violencia está involucrada en la ciudad y hace parte ya de su cultura.

Una violencia con constantes incursiones militares en las favelas de Río de Janeiro, como si viviera en un estado de guerra...

Es difícil de comprender. La droga está en todas las ciudades, aunque no la producimos. Pero no hay ganas de encontrar una solución al problema. ¿Qué pasa con las incursiones militares en las favelas? Nada. Es apenas una imagen y todo sigue igual. La vida de la gente ha mejorado, es cierto, pero son problemas que vamos a llevar por muchos años. Yo vivo en Campo Largo, una ciudad de apenas 100 000 habitantes. Se roba y se mata todo el tiempo. Y Curitiba es una ciudad considerada modelo, por la planificación, y los problemas de violencia son impresionantes. Las personas que tienen un poco de condiciones viven en un Brasil lindísimo. Pero los demás no. Somos festivos, tenemos el fútbol, el Carnaval, pero somos racistas y homofóbicos.

¿Y eso explica el momento político del país?

El señor que está ahí es un tonto. No tiene ideas, no sabe manejar la gente. No sabe hacer las cosas. No tiene preparación para nada y menos para ser presidente de un país como Brasil. Estuvo en el Parlamento como 30 años y no hizo nada. Pero es listo con el discurso. Cardoso, que era moderado, de centro, hizo cosas importantes para Brasil. Y después llegó Lula, que era de la izquierda fuerte, pero no radical. Hizo cosas importantes pero también hizo daño al país: robaron mucho. Pero me parece que es algo que pasa en toda América.

Con el añadido de que es una empresa brasileña el factor de la corrupción regional: Odebrecht.

Sí, pero Lula también hizo cosas importantes para el pueblo más pobre. Mi madre estuvo en los programas sociales porque ella era pobre. También mis tíos y otros familiares. Ante esta trama de corrupción muy fuerte, Bolsonaro se presentó como el salvador de Brasil. Y él dice todo el tiempo que es como que fuera un enviado de Dios para mejorar el país. Pero ya estamos a seis meses de gobierno y no ha hecho nada. En educación, dice que va a cambiar el marxismo en la educación brasileña. ¿Qué es eso de la educación marxista? No hay marxismo. Claro que hay profesores de izquierda, pero también hay de derecha. Lo que se ha ganado con el tiempo en Brasil se ha ido perdiendo y nos encaminamos a ser un país aún más violento porque van a liberar las armas. El Gobierno, además, dice que está en contra de las minorías, de los homosexuales, de los trabajos solidarios. Y el Gobierno, que debiera apoyar este tipo de trabajo, está empeñado en eliminarlos.

Es, además, alguien que desprecia la cultura...

Hay una cosa en Brasil que es interesante: el antiintelectualismo. Si se es un intelectual ya está en contra del Gobierno. Claro que estamos en contra del Gobierno pero porque no defiende la educación, la cultura. Pero sí cree que hay que tener armas; creen en el matar a los bandidos para acabar con el crimen. Pero no se sabe cuál mismo es su proyecto.

¿La institucionalidad del país se lo permitirá?

Hay límites. Por eso el Presidente no hace nada porque está peleando todo el tiempo con los diputados. También está la justicia. Hay un montón de instancias que hay que pasar para hacer algo. Ahora estamos con la reforma de la previsión social. Es un tema importante, pero no lo maneja bien. El diálogo perdió el valor en Brasil.

Ante lo antiintelectual, ¿será bueno tener en la Presidencia a un intelectual?

Bolsonaro no iba a los debates porque sabía que no tenía condiciones y los rivales iban a romper las pocas ideas que tiene. Tuvimos un intelectual como Fernando Hernique Cardoso, que fue muy importante. Dejó abierto el camino para Lula, quien no era nada intelectual, pero sí era un hombre brillante. Si bien hubo corrupción, tiene una inteligencia y una capacidad de pensar en un Brasil que ofrecía a los más pobres una oportunidad de vivir sin tantas dificultades. Ahora me parece que todo eso se está terminando. Y la extrema derecha no está pensando en un proyecto que sea importante para el Brasil sino preocupado para estar en el poder.

Y la visión internacional de Brasil, ¿en qué queda?

Me parece que el mundo no toma a Brasil en serio. Sabe que es un país grande, que compra y vende, que tiene plata, y eso interesa a China, a India. Pero no toma en serio al país. Tengo vergüenza de Brasil. ¿Puedo pensar que para los seguidores de Bolsonaro los libros y las bibliotecas son importantes? No. Y no sabemos qué va a pasar, por ejemplo, con nuestras bibliotecas.

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