El héroe sale del deporte y no de la guerra

Jordan Augier es uno de los héroes del país de Santa Lucía.

Jordan Augier es uno de los héroes del país de Santa Lucía.

Jordan Augier es uno de los héroes del país de Santa Lucía.

Los Juegos Olímpicos nos vuelven a recordar la enorme sed de héroes que tiene la humanidad. No importa que antes los actos heroicos estuvieras asociados con la guerra (Abdón Calderón, Hugo Ortiz, el Mariscal Antonio José de Sucre...) y ahora sean menos sanguinarios: la necesidad de referentes se mantiene intacta.

Los eventos deportivos y en especial los Juegos Olímpicos son la oportunidad para que cada país renueve su panteón de héroes nacionales, aunque también son la oportunidad para que algunas naciones forjen sus primeros ídolos.

Majlinda Kelmendi se convirtió esta semana en la primera ciudadana de Kosovo en ganar una medalla olímpica luego de obtener oro en una de las categorías del judo.

Lo que convierte en heroína nacional a Kelmendi no es solo el dato del triunfo, sino el contexto. Ella ya había competido por Albania en los Juegos de Londres 2012 pero, tras la última guerra civil yugoslava, optó por Kosovo, país empobrecido y que fue reconocido por el Comité Olímpico Internacional en el 2014.

Kelmendi tuvo ofertas para seguir por Albania pero sobre todo por otros países europeos con más recursos, pero las rechazó.
Consciente de la enorme significación de su oro, dijo lo siguiente: “Esta medalla significa mucho para mí y para mí país. He hecho feliz a todos los niños kosovares que me veían como una heroína en la tele”.

A eso se agrega que el entrenador de Kelmendi, el exjudoka Driton Kuka, fue un deportista yugoslavo que nunca pudo competir por culpa de las guerras de los Balcanes.

Las definiciones de los diccionarios para la palabra ‘heroe’ se enfocan en el valor de las hazañas. Y, hasta que el capitalismo se globalizó y esparció las ideas de civilización, lo normal era considerar como las máximas proezas las que se cumplían en el campo de batalla. En las primitivas tribus el más fuerte era el más admirado, pero lo era mucho más si derrotaba al más fuerte de las tribus rivales. ¿No es parecido en los juegos olímpicos? ¿Acaso no celebramos que el boxeador Carlos Mina derrote a sus rivales en Río de Janeiro?

El sociólogo español Juan Carlos Zubieta recuerda que los héroes han acompañado a todas las culturas en todos los tiempos. Son un modelo de comportamiento. Un ideal. Por eso, el héroe casi siempre entra en el terreno del mito, sobre todo cuando muere joven.

También hay algo de literatura en esto. Somos culturalmente herederos de los griegos, quienes inventaron la palabra ‘heros’ para diferenciar a los dioses, los héreos y los hombres normales. Aristóteles consideraba que un héroe era alguien superior moral y físicamente a los comunes.

La literatura ayudó a formar, al menos en Occidente, los elementos de los héroes: valientes, bondadosos, serviciales, forjados a sí mismos, salidos de la pobreza a la gloria.

Los deportistas, los héroes actuales, calzan perfectamente. Abundan las historias de los boxeadores que antes eran mecánicos, de los pesistas que de jóvenes no fueron a la escuela e incluso de los nadadores que superaron alguna limitación física. El mito del genial futbolista Lionel Messi, por ejemplo, no estaría completo sin el dato de que a los 11 años se le detectó deficiencia de la hormona de crecimiento y que un club no pagó el tratamiento.

Estos elementos no dejan de estar adornados con las reminiscencias militares que los Juegos Olímpicos exaltan. Los ganadores suben al podio. Se izan las banderas. El himno del ganador suena. El atleta se lleva la mano al corazón. Llora. Hay una medalla. Está listo para que se bauticen en su nombre escuelas o canchas. En las canchas del remodelado parque La Carolina se acaban de poner nombres de destacados deportistas ecuatorianos. Nadie discute que se lo merezcan.

Los héroes deportivos, sin embargo, han logrado posicionar rasgos particulares que difieren de la hazaña militar: reflejan el éxito como una conquista del esfuerzo propio, de la constancia, la disciplina y no de la violencia en contra del otro. El deporte tiene árbitros, la guerra no. El deporte tiene reglas que igualan a los contendientes, en la guerra lo normal es que las tropas mejor equipadas son las vencedoras.

El periodista colombiano Javier Darío Restrepo explica que la hazaña deportiva también nos seduce porque refleja que la humanidad se supera constantemente. Cada récord es un triunfo de la especie. Por eso, el deportista a veces tiene la gloria no solo de ser héroe nacional sino mundial. Usain Bolt o Michael Phelps son lo mejor de lo mejor y han logrado ser cómo Hércules.

O al revés: nada más eufórico para una pequeña comunidad, un pueblo o un Estado chico tener un campeón. A pesar de que no ganó, el nadador Jordan Augier es un héroe para el país de Santa Lucía, de solo 173 907 habitantes. Tenerlo en Río de Janeiro es un hito.

Por eso, la sociedad es implacable cuando el héroe comete un error que lo regresa a lo terrenal. Al mismo Phelps le ha costado dejar atrás la foto en que fumaba marihuana.

Incluso ganando hay que ser perfecto: en estos Juegos de Río de Janeiro la gimnasta estadounidense Gabby Douglas, pese a su medalla de oro, fue severamente criticada porque no escuchó el himno de su país con la mano en el pecho.

El auge del héroe deportivo ha significado que personalidades de otras actividades no sean tan reconocidas. Los artistas son los que más se le aproximan, pero nadie o muy pocos consideran héroes a los científicos, los médicos, los arquitectos, los maestros, las amas de casa o los misioneros. Si pedimos a nuestros jóvenes una lista de modelos a seguir, los deportistas definitivamente llevarán la delantera.

Quizás esto sea injusto para los deportistas. Es mucho peso ser un modelo de comportamiento, una guía, una representación de un país. Un motivo de orgullo. Un héroe.

La kosovar Majlinda Kelmendi llora tras recibir la medalla de oro olímpica en la categoría 52 kg de judo.

Suplementos digitales