El 16 de octubre pasado, en Puerto Príncipe, Haití, una niña llora durante el funeral de su padre, quien murió en las protestas. Foto: AFP
Cuando se habla de las protestas sociales en América Latina, las búsquedas en Google muestran a Chile, Colombia, Argentina, Bolivia, Brasil o Ecuador, en ese orden.
Muy atrás está Haití, un país del cual se habla y se escribe muy poco, pese a que fue el primero en la región donde los disturbios se volvieron violentos y no han parado, con decenas de víctimas que han caído en las calles.
Aunque las recientes movilizaciones en Haití comenzaron hace poco más de un año, su crisis política, económica y social ya lleva décadas, como si una maldición hubiese caído sobre este país de 11 millones de habitantes, el más pobre de la región y del hemisferio occidental, que sigue ocupando los últimos lugares en cualquier indicador que exista, al igual que las economías más atrasadas de África.
Pero las protestas en este país caribeño, las más recientes, empezaron cuando el gobierno de Jovenel Moïse decidió elevar los precios de combustibles a mediados del año pasado, hasta en un 51%, acorde con los lineamientos del Fondo Monetario Internacional, algo similar a lo ocurrido en Ecuador en octubre pasado.
Esa decisión fue abortada tras un estallido social, con miles de haitianos en las calles, indignados además por los resultados de una auditoría que revelaba la supuesta malversación de fondos de Petrocaribe, el acuerdo por el cual Venezuela suministra petróleo en condiciones favorables a varios países caribeños.
Moïse, un empresario de 50 años y sin mayor experiencia en política, llegó al poder el 7 de febrero de 2017 con el reto de levantar a un país en ruinas. Cuatro meses antes de ser posesionado, Haití había sido azotado por el huracán Matthew, dejando más de 500 muertos y millonarios daños materiales. Y eso ocurrió cuando el país todavía no se recuperaba de las secuelas del demoledor terremoto de enero de 2010, que dejó cerca de 300 000 muertos y 1,5 millones de damnificados.
Cuando se pensaba que el país había tocado fondo, las cosas se pusieron peor. Dos meses después de la fallida eliminación de subsidios a los combustibles llegó la crisis energética. Y el 2019 arrancó con una fuerte depreciación de la moneda oficial y el consecuente aumento de la inflación, motivos suficientes para empezar a calentar nuevamente las calles, en un contexto de dos años del gobierno de Moïse y ningún resultado que destacar.
Por el contrario, a inicios de junio pasado llegó el informe final de la Corte Superior de Cuentas, que involucró a una empresa del Presidente en el escándalo de Petrocaribe, además de 15 exministros y actuales funcionarios.Ese informe calificó de “grave” la manera en que varios gobiernos han gastado más de USD 2 000 millones de los fondos de Petrocaribe entre el 2008 y el 2016, la mitad de los recursos generados por el programa durante ese período.
¿Qué clase de ser humano puedes ser, para estar robando dinero de aquellos que no tienen nada?, preguntó la activista Velina Elysee a Moïse al conocer el informe de la Corte.
A partir de junio, miles de personas salieron a las calles de Puerto Príncipe y otras ciudades a exigir la salida del Presidente, algo que no debiera causar mucha sorpresa porque los mandatarios en Haití duran menos de dos años en el poder, en promedio. Desde 1990 se registran 17 presidentes en este país.
Aunque los manifestantes reclaman la renuncia del Moïse, este ha respondido que no dejará el país “en manos de bandas armadas y de narcotraficantes”, que quieren utilizar la empobrecida nación para sus intereses personales.
Pero lo cierto es que la nación sigue pobre y no hay visos de que ese panorama cambie, por el contrario, los indicadores están deteriorándose.
El mes pasado, un informe publicado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) señaló que la crisis que atraviesa Haití no tiene precedente y puede causar una contracción económica del 1,2% del producto interior bruto (PIB).
La directora del equipo del FMI enviado a Haití, Nicole Laframboise, advirtió que, si la crisis continúa, podría tener “consecuencias devastadoras para el país a largo plazo”, incluyendo probables pérdidas de capital físico y humano.
La producción agrícola de Haití ha disminuido a lo largo del tiempo y no satisface la demanda interna, lo cual significa que el suministro de alimentos depende de las importaciones, según el Programa Mundial de Alimentos.
Y aunque Haití ha registrado mejoras entre 1990 y 2017, incluido el aumento de nueve años en la esperanza de vida al nacer, los avances se han estancado en gran medida desde 2015, señala un informe reciente de Naciones Unidas, el cual añade que Haití es uno de los países con mayor desigualdad del mundo.
Si a lo anterior se suma la pobreza crónica y la corrupción, el estallido social es un resultado natural. Tal vez por eso no sorprende lo que sucede en Haití, un país que resulta extraño incluso para sus vecinos, como lo dijo Samuel Huntington en su obra El choque de civilizaciones. “Los haitianos son tan extraños para alguien de Granada o Jamaica como lo serían para alguien de Iowa o Montana. Haití, el vecino que nadie quiere, es verdaderamente un país sin parientes”.
Jesús Millán, analista internacional, destaca que pocos se acuerdan de que Haití fue la primera república en fundarse en América Latina y el Caribe y la segunda en el continente luego de Estados Unidos. Su creación como Estado independiente fue el resultado de una revolución de esclavos.