Los grupos que surgieron en los años 60 se inspiraron en la guerrilla que
triunfó en la Revolución cubana. Foto: AFP
La firma del acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla marxista de las FARC -que quedó en el limbo por el triunfo del No en el plebiscito– y la negociación en suspenso con el ELN, reflejan la disfuncionalidad, en Occidente, de un ciclo de acciones ilegales armadas que ha perdurado más de medio siglo.
Sin duda, se trata del ocaso de los movimientos guerrilleros. Aunque en América Latina aún quedan rezagos -la guerrilla indígena Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en Chiapas México; el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP); columnas de Sendero Luminoso, en Perú- en la mayoría de países los grupos insurgentes no han sobrevivido al eclipsamiento de la utopía socialista. Hoy son un fenómeno en proceso de extinción o se han deformado.
La fiebre guerrillera ocurrió entre el triunfo de Fidel Castro en Cuba (1959) y la desintegración de la Unión Soviética (1991), combatiendo dictaduras militares anticomunistas que proliferaron durante ese período en que Latinoamérica fue trinchera destacada de la Guerra Fría.
Varias organizaciones sobrevivieron más allá de 1991, como Sendero Luminoso en Perú, y otras remanentes en distintos países, incluso grupos nuevos como el frente Zapatista de México, surgido en 1994. Pero fueron expresiones aisladas y nada representativas en términos de amenaza política o militar a los gobiernos, señala el historiador y catedrático de la Universidad Andina, Pablo Ospina.
La mayoría de los participantes en la lucha armada se desmovilizó o sucumbió a la represión, principalmente en los años 70. Algunos de sus dirigentes, después de sufrir torturas y prisión por alzarse en armas, se adhirieron a partidos democráticos y ascendieron al poder mediante elecciones.
Es el caso de Dilma Rousseff, elegida presidenta de Brasil en 2010 y reelegida en 2014 por el Partido de los Trabajadores y ahora suspendida del cargo. Ella fue miembro de la Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares, encarcelada en 1970 por la dictadura militar.
José Mujica afrontó 14 años de cárcel y resultó herido a tiros como militante Tupamaro, antes de pasar a la política y ser elegido presidente de Uruguay por el Frente Amplio en 2010. Otros exguerrilleros ocupan posiciones claves en gobiernos izquierdistas, como Álvaro García, vicepresidente de Bolivia, que estuvo preso en los 90 por participar en un grupo armado indigenista.
Caso único de guerrilla triunfante, además de la cubana, el nicaragüense Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) alzó a la jefatura del gobierno a su comandante Daniel Ortega en 1979, tras derrocar al dictador Anastasio Somoza. Luego de perder la presidencia en 1990, volvió al poder en 2007, y se mantiene en él hasta ahora, aunque con un giro ideológico radical.
Otro presidente de pasado guerrillero es Salvador Sánchez Cerén, de El Salvador, líder del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que combatió a los gobiernos oligárquicos hasta 1992, cuando negoció los acuerdos de paz.
Como el FMLN, otros grupos insurgentes de la región, tras abandonar las armas, decidieron incorporarse a la lucha política y presentar candidatos en comicios nacionales.
El que más lejos llegó por esa vía fue el M-19 de Colombia, que tras su legalización en 1990 consiguió atraer una fuerte corriente de simpatía y cosechó buenos resultados electorales. Pero poco después fue prácticamente barrido como expresión electoral, en parte por su carencia de un proyecto político claro, según analistas de ese país.
En otros países latinoamericanos, las guerrillas de los años 70 y 80 -como Alfaro Vive Carajo, en Ecuador; el MIR, en Chile; Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), en Argentina; las FALN, en Venezuela; el grupo Araguaia, en Brasil; el URNG, en Guatemala- lisa y llanamente terminaron disolviéndose.
Salvo Sendero Luminoso y el MRTA (Perú), las FARC y el ELN -que al cometer sus horrendas masacres exaltaban la violencia como purificadora- la mayoría de guerrillas que en las décadas del 60 y 70 parecían en condiciones de tomar el poder, abandonaron las tesis marxistas y guevaristas y su idea de transformar -mediante el terrorismo- la sociedad capitalista, opina el internacionalista de IPS, Abraham Lima.
Colombia es un caso extremo de desvinculación de los objetivos ideológicos originales, cuando la insurgencia se apoyaba en la energía revolucionaria latente en el sector social más oprimido, los campesinos sin tierra. La guerrilla colombiana -sostiene Lima- fue alcanzada por la distorsión moral e institucional que propicia el narcotráfico. Una de las causas del declive de estos grupos es que han perdido capacidad de impulsar políticas coherentes. Las guerrillas -asegura Ospina- desaparecieron ante la ofensiva militar o por su propio desgaste interno. Se quedaron sin piso ideológico y sin apoyo social.
Este momento no hay un movimiento que aspire a derrocar a los gobiernos. Empero, para el catedrático, el hecho de que se haya cerrado el ciclo histórico de las guerrillas, no significa que en un futuro no aparezcan, sobre todo, por las condiciones de desigualdad, debilitamiento y desprestigio de los Estados y democracias.
En el caso de Europa, tanto la banda armada ETA (País Vasco y Libertad), que causó actos terroristas en España y Francia, como el Ejército Republicano Irlandés (IRA), que abogaba por un Estado independiente del Reino Unido, están en proceso de extinción. Ambos fueron movimientos de ideología nacionalista y anticolonial.
Hace 5 años ETA renunció de forma definitiva a la violencia y desde ahí ha sufrido una lenta agonía sin lograr la negociación. Y el IRA se desarmó en 2005 tras la firma del Acuerdo de Viernes Santo de 1998.