Jon Lee Anderson en la recepción de un hotel del norte de Quito. Llegó al país para dar un taller y dictar una charla sobre el periodismo en la época de las noticias falsas. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Jon Lee Anderson es un periodista experto en coberturas de guerra. Ha estado en Siria, Líbano, Libia,
Afganistán, Iraq… La lista suma más de dos docenas de países cuyas historias, la mayoría de ellas desgarradoras, han sido publicadas en revistas y libros. En su paso por Quito, adonde llegó como el nuevo invitado del proyecto Escritor Visitante, organizado por el Centro Cultural Benjamín Carrión, conversó con este Diario sobre su visión de la guerra.
¿Qué es lo primero en lo que piensa cuando escucha la palabra guerra?
Pienso en que la guerra es el ejercicio de la política por la fuerza, en que es un acto de violencia organizada. En lo personal se me viene una especie de ciclón de experiencias de las más de dos docenas de conflictos que he vivido. La guerra es lo peor que hace el ser humano y es un volver constante a lo más salvaje que tenemos, por eso hay que evitarla a cualquier precio.
¿Qué ha sido lo más duro de asimilar después de una cobertura de guerra?
Las injusticias que uno ve, sobre todo, la muerte de los niños. Quizás suena cursi pero en la práctica no lo es. Ver cómo los niños mueren aplastados por bombas, o pierden sus piernas o brazos es algo humillante. Creo que no hay nada más cruel y horrible que eso en el mundo. Por eso, cuando sales de la guerra lo más difícil es regresar a la vida normal.
¿Por qué?
Porque nosotros construimos sociedades en torno a realidades que aparentemente no están en guerra. Que tienen sus rituales de familia, amigos, trabajo y entretenimiento. Una de las primeras sensaciones cuando vuelves es que todo está lleno de frivolidad, pero con el tiempo entiendes que la gente que llevaba su vida normal no tiene culpa y que tu realidad no es superior a las de ellos, sino simplemente distinta. Hay una implicación moral para el que va como testigo de una guerra porque está en todo momento desafiando a su humanidad.
La Historia se ha encargado de contar las guerras a través del héroe y la mayoría de veces ha excluido a las víctimas, ¿cuál es el trabajo del periodista en ese contexto?
En Estados Unidos todos los que han ido a la guerra son considerados una especie de héroes cuando en realidad son un reflejo de la sociedad. En todas las guerras, por lo menos hay un 15% de maluchos, personas que tienden a cometer crímenes en las guerras. Esta idea del héroe viene, en todas las sociedades, de los mitos de creación, donde las guerras son la olla de fundición. Hay un acto de creación donde siempre está presente el derramamiento de sangre.
Alguien que ha tratado de contar la guerra desde las víctimas es Svetlana Alexievich.
Su caso es interesante, porque viene de un sector del mundo donde, como pasa en EE.UU., se exalta la nobleza del guerrero y donde el patriotismo está muy arraigado. En la época de Vladimir Putin esto se ha vuelto casi como una verdad inviolable. Es interesante que Alexievich haya podido romper con el molde y contar la humanidad y las historias individuales que hay detrás de la guerra. Rescatar experiencias individuales y lograr sus testimonios, más allá del patriotismo, es sumamente importante. Cuando una bala penetra en una cabeza revienta como una sandía. Yo no sabía eso hasta que estuve en El Salvador. Una vez me encontré con la Guardia Nacional que acaba de ajusticiar a un grupo de guerrillas y todos tenían los cráneos colapsados. Eran como globos sin aire. No es algo que ves en las películas.
Hay guerras muy mediáticas pero hay otras de las que se sabe poco, ¿de cuáles no sabemos nada?
El Congo, por ejemplo, ha estado en guerra desde que se terminó el genocidio en Ruanda. Es un país-guerra o una guerra-país. Una vez que los Hutus se fueron luego de cometer el genocidio entraron en las selvas del Congo. Los Tutsis fueron detrás de ellos y mataron montones. A partir de ahí han muerto entre cinco y seis millones de personas. Es un país donde los señores de la guerra lo manejan todo. Es como estar en el siglo XIII pero con armas automáticas y machetes. En la República Centroafricana hay una guerra sectaria entre paganos, semicristianos y musulmanes. Es el país más pobre del mundo. La ONU mandó una misión y no funcionó. En Sudán del Sur, el país que nació en el 2011, hay una guerra civil con 10 millones de refugiados y un número incierto de muertos.
¿Cómo definiría los conflictos que hay en varios países de América Central?
En América Central no hay guerras como tales. Lo que hay son países homicidas. Esto como una consecuencia directa de las impunidades de las guerras civiles de hace 25 años. Si no castigas los crímenes de guerra, cómo puedes tener un Estado de derecho. Lo que viene después de la guerra casi nunca es la paz. El mundo de los últimos 50 años ha sido desfigurado por el auge del narcotráfico.
¿Por qué para los Estados Unidos ha sido tan traumático superar la guerra de Vietnam?
Creo que la sociedad moderna no asimiló todo lo que significó el Holocausto y la bomba atómica. EL mundo de los años 40 y 50 vivía en una especie de ‘shock’. La rebeldía de los 60 fue una especie de reacción de una generación que se dio cuenta de lo jodido que estaba el mundo. Esa generación y Vietnam coincidieron. Vietnam fue una guerra total de las que ya no se hace. Hasta allí llegó gente con tres meses de entrenamiento, drogas y un arma en la mano. Todas las contradicciones de la sociedad chocaron ahí y por eso murió el sueño americano. Estados Unidos se dio cuenta de que podía mandar un hombre a la Luna pero al mismo tiempo que otro mate a 500 personas.
¿Cuál es la guerra más peligrosa del siglo XXI? ¿Está en el campo bélico?
Me viene a la mente el problema de las comunicaciones. Ahí está la gran batalla del poder sobre las mentes de las personas. Todos estamos neuróticos con esto de las redes sociales y los comportamientos que empiezan a cambiar a partir de eso y el efecto detonador que puede tener en alguna gente. Es un reto para la sociedad civilizada reflexionar, cosa que no está haciendo, sobre estos temas.
¿Sigue creyendo que Venezuela es el país más destruido que ha visto sin que haya vivido una guerra?
Sí. Venezuela en el pasado era el país más estadounidense de Sudamérica. Un país de consumo y rumba, donde un sector de la sociedad iba a Miami o a París los fines de semana de manera regular. El estado actual te demuestra cuánto puede deteriorarse una sociedad. Claro que todo ese tiempo hubo gente que no estuvo incluida en ese estilo de vida: gente campesina, pobre, no escolarizada y sin herramientas para progresar, que fueron recipientes del patrocinio de los presidentes de turno. Por eso Chávez caló tanto en esa clase.
¿Se puede imaginar un mundo sin guerras?
Sí, para mí sería como la ciencia ficción. Pero fuera de esa idea solo puedo ver un mundo con guerra. He visto muchas veces cómo una sociedad como esta puede terminar en las ruinas. Lo que no parece posible termina con un acto violento. También he visto a mi país cambiar en los últimos 19 años, después del 11 de septiembre, se ha convertido en un país más bélico, más militarizado y más agresivo con los extranjeros y consigo mismo. Un país más búnker. Aunque sigue conservando aspectos loables de una sociedad abierta, ha perdido cosas.
¿Cuál es la guerra personal más difícil que ha tenido que sobrellevar?
He sido mucho de balancear mi vida porque mi nomadismo hace que esté rondando todo el tiempo por el mundo. Tengo que luchar para parar. Tengo que hacer esfuerzos para tener ratos libres donde pueda pensar y reflexionar. No es una batalla o una guerra pero sí tengo que esforzarme. En términos episódicos he tenido que hacer un esfuerzo para volver después de la guerra.