Manifestantes republicanos se muestran armados y vestidos militarmente en las distintas manifestaciones. Foto: EFE
En las afueras de los centros electorales de algunos estados en Estados Unidos, los republicanos se agrupaban para exigir que se cuenten los votos “legales”, desechar los “ilegales” o simplemente detener el conteo. Varios -y no pocos- aparecían armados. Uno de los comisionados de uno de los centros electorales recibió varias llamadas amenazantes. “Para esto fue que se estableció la Segunda Enmienda”, le dijo una voz. Y colgó.
La segunda enmienda, de las 10 que se aprobaron en 1791 y que se conocen como la Declaración de Derechos (Bill of Rights), afirma que “siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”.
Sin embargo, en el contexto actual, con el afán del presidente Donald Trump de afirmarse ganador, sostener que hubo fraude y no reconocer que el demócrata Joe Biden lo venció en las urnas, crece cada vez más la sensación de que la polarización revela unos Estados Unidos en problemas.
Muchos afirman, tanto de lado demócrata como del republicano, que el país está inmerso en la llamada ‘Guerra civil fría’ (The Cold Civil War).
Durante décadas del siglo pasado, la Guerra Fría afectó la estabilidad económica, militar y hasta psicológica en el mundo. Las tensiones entre los bloques comunista y capitalista y su consecuente carrera armamentista trajeron consigo una paranoia mundial. Había la amenaza de una tercera -y la última- guerra mundial por el enorme poderío nuclear de Estados Unidos y la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
En algunas casas de Estados Unidos se construían refugios antinucleares, con reservas de agua y alimentos ante la inminencia de una catástrofe. La crisis de los misiles, en 1962, fue quizá el punto culminante: faltaban minutos para que el fin del mundo se concretara.
Aunque ahora se habla de que la disputa comercial entre Estados Unidos y China es una nueva versión de la Guerra Fría, la preocupación de los estadounidenses corre por esa polarización que ha llevado a los alarmistas a pensar en dicha guerra civil fría.
La senadora Amanda Chase encabezó una marcha en favor de la portación de armas, el 4 de julio, en Virginia. Foto: archivo / Reuteres
¿Se puede llegar a tanto? Desde antes de las elecciones, Trump se ocupó de minar la credibilidad del sistema electoral y el sistema político. Lo sostiene con furia en Twitter, aunque con un sospechoso y agravante silencio oficial al no reconocer a Biden como el presidente electo. Este recibe llamadas de los líderes del mundo, menos de los amigos y/o rivales de Trump: Vladimir Putin (Rusia), Jair Bolsonaro (Brasil), Xi Jinping (China) y hasta el vecino mexicano Andrés Manuel López Obrador.
Nunca en la historia moderna un candidato ha hecho lo que hace Trump. Hubo elecciones que fueron cuestionadas, como las del 2000, cuando la Corte Suprema tuvo que intervenir para frenar el reconteo en Florida y que dio la victoria a George W. Bush. El demócrata Al Gore aceptó el resultado final, pese a que inicialmente lo habían proclamado presidente electo.
En 1960, Richard Nixon caía derrotado frente a John F. Kennedy. Dicen los reportes de ese año que habría tenido razón para impugnar los resultados. Aunque a regañadientes, aceptó la derrota y no quiso seguir en los reclamos que le sugerían sus partidarios.
Hubo, sí, unas elecciones que llegaron a un nivel de máxima tensión: las de 1860. Ningún estado del sur votó por el que fue finalmente proclamado ganador por el Colegio Electoral: Abraham Lincoln. Y tampoco lo reconocieron.
La consecuencia fue la Guerra Civil, con más de 600 000 muertos durante cuatro años (1861-1865).
Estados Unidos siempre ha sido un país dividido. En los años de la Guerra Civil, había una mayor cohesión ideológica en esos estados de sur, que pensaban en separarse de la Unión. Por eso, para el sur, ese conflicto tiene otro nombre: ‘Guerra de Secesión’.
Ahora las cosas son un poco más complejas y dispersas. Las tensiones no nacen con Donald Trump y ni siquiera con Barack Obama, pero los dos son el vértice de las orientaciones de uno y otro lado del obtuso ángulo político.
Tal como hace 160 años, la creciente división tiene en el racismo uno de sus componentes. Los últimos movimientos del Black Lives Matter y la virulencia de los Antifa (antifascistas) o los que reciben el aliento de Trump como el Ku Klux Klan y grupos neonazis -a los que no ha querido condenar, sino que consideró “very fine people” (gente muy buena)- agravan todavía más la crisis estadounidense.
La división contemporánea tiene nuevos componentes. Los derechos de las mujeres, por ejemplo. No hay que olvidar que al día siguiente de la inauguración de la Presidencia del magnate inmobiliario, hubo la Marcha de las Mujeres, que fue masiva en Washington D.C., y se propagó por todo el país e incluso en varias ciudades del mundo.
Además, temas como el medio ambiente, la migración, el acceso a la salud o el cobro de impuestos no logran tener un consenso nacional.
Los republicanos y sus alas más conservadoras acusan a la izquierda de promover la división al querer imponer sus valores morales, restringir las libertades individuales -fundamento de la Constitución-. Deploran que se busque anular cualquier vestigio o monumento del pasado que incluya a personajes de los sureños estados confederados.
“Hay algo que no está funcionando bien”, dice Carl Bernstein, uno de los dos periodistas que reveló la trama de corrupción que obligó a Richard Nixon a renunciar a la Presidencia, en 1974. “Y no es algo político: es algo cultural; está en todos los niveles, y requiere un tratamiento para encontrar un terreno común”, añade.
En los últimos meses las tensiones se agravaron. Republicanos golpeaban a demócratas; estos a aquellos. Y hasta hubo muertes de parte y parte.
Biden llega a la Presidencia como el candidato que más votos populares ha recibido en la historia: 78 millones. Pero no se puede perder de vista que Trump es el segundo con más votos: 73 millones.
El país parece encaminarse hacia un colisión que Trump alienta con la habilidad del personaje mediático que es. Logró instalar la idea de que fue un fraude. Y mucho más: para él se trata de una gran conspiración que involucra a cientos de miles y hasta millones de personas que manipularon las boletas electorales para que perdiera y dar paso al socialismo. Muchos le creen. Y le defienden.