El mexicano dirige su primer largometraje con una historia juvenil a finales de los 90. Se estrena hoy 4 de junio en Ochoymedio. Foto: Captura.
En su debut como director de un largometraje, el mexicano Alonso Ruizpalacios toma el camino del road movie, que transita entre la apatía de sus protagonistas y un estado de agitación social, que ha sido registrado en una rica gama de blancos y negros.
Su película se traslada hasta el México de finales de los 90, a un tiempo en el que la comunidad estudiantil de la época se había movilizado y tomado uno de los más importantes recintos educativos del país y protestaba en las calles en defensa de la gratuidad de la educación pública.
Pero estos son detalles que se abordan superficialmente para enfocarse en la vida de Santos (Leonardo Ortizgris) y ‘Sombra’ (Tenoch Huerta), dos estudiantes que están en ‘huelga’ de la huelga y que pasan los días practicando trucos de magia y robando electricidad de sus vecinos.
Los días transcurren indiferentes hasta que Tomás (Sebastián Aguirre) llega a exiliarse con su hermano mayor ‘Sombra’, como último recurso de una madre exasperada por sus problemas de conducta.
El parsimonioso ritmo con el que se inicia la película apenas si levanta vuelo con una tácita aventura, que los lleva a recorrer una serie de localidades en busca de un misterioso personaje. Una historia en la que los hermanos protagonistas esperan descubrir algún rastro de ese otro personaje desconocido que es el padre ausente.
Para desarrollar la trama, el director mexicano propone una serie de arriesgados movimientos de cámara, juegos de desenfoque y atrevidos encuadres que se combinan para ensayar un lenguaje personal, por momentos emparentado con el documental y en otros con el video experimental, donde los planos sonoros también se convierten en protagonistas
de un juego sensorial.
Los personajes tienen un objetivo concreto, pero bajo la sospecha de un destino incierto y en esa ruta es Aguirre
-el menor de los protagonistas- quien, con un buen desempeño actoral, asume el papel de catalizador que apela al abandono de la pasividad como uno de los primeros actos contestarios.
Por otro lado, es Huerta quien personifica ese cambio de estado que causa efecto tanto en su epidermis como en su fuero interno dejando relegado a Ortizgris a un rol secundario y casi inactivo, en una cinta que seduce por su forma y que llama a la reflexión sobre las causas que movilizan a la juventud.