La cascada brota de la cordillera Paján, que surge en el límite entre Guayas y Manabí. Fotos : Mario Faustos / El Comercio
Cuenta la leyenda que Salto de Oro oculta un intrigante tesoro. Dicen que reposa en lo profundo de su laguna cristalina, pero pocos han podido llegar al fondo de sus aguas.
La cascada es un espejismo que se dibuja en medio del abundante bosque que reviste el cantón Pedro Carbo, en el norte de Guayas. Surca la cordillera Paján, en el límite con Manabí, y se alimenta de fuentes subterráneas que han brotado por siglos en estas tierras.
Llegar es toda una travesía. Desde la vía que conecta con Guayaquil se toma el desvío a la parroquia rural Jerusalén, comunidad agrícola que custodia este encanto natural.
Héctor Ortiz es el presidente de la Asociación de Productores Agropecuarios del recinto Jerusalén Central. Conoce los recovecos del trayecto de 8 kilómetros, un camino flanqueado por pastizales y un serpenteante riachuelo.
“Los más antiguos conocían de este sitio y sus leyendas. Contaban que si alguien venía, solo se encontraba con cosas sorprendentes, como tortugas gigantes. Por eso le decían Salto del Encanto; y sí que tiene su encanto”, dice don Héctor.
El bosque seco de la Costa, con sus pijíos y guayacanes de escaso follaje, cambia repentinamente. A medida que las montañas se tornan más desafiantes, el paisaje reverdece. Las cañas gigantescas y los helechos dan la señal del paso al bosque húmedo.
En lo alto de la cascada. Salto de Oro se alimenta con las aguas de Cueva del Puente. Este manantial luego se conecta con esteros que llegan al río Jerusalén. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Salto de Oro es parte de los terrenos de Washington Del Valle. Junto a los comuneros de Jerusalén conserva esta reserva natural para mitigar el impacto humano. Algunos son guías nativos y otros organizan mingas para evitar la acumulación de desperdicios.
El viaje de unos 40 minutos en auto termina junto a un sendero empinado por el que solo se puede descender a pie. Son casi 25 metros de escalones improvisados en la tierra, que se convierten en un reto extremo.
Solo el eco del agua cayendo estrepitosamente impulsa a completar la aventura. Al final, como si se tratara de un preciado tesoro, aparece Salto de Oro, de 20 metros de altura y 50 de profundidad. Luce como un manto blanco corriendo por una pared de roca pura.
Alba Bugassi, jefa de Coordinación de Turismo del Municipio de Pedro Carbo, recuerda que en el 2002 se hizo el primer levantamiento biótico. El análisis determinó un 90% de estado de conservación y agua libre de contaminación.
“Este es el hábitat de reptiles y arácnidos, de guantas, saínos, guatusas… Y existe una transición entre el bosque seco y el húmedo en las cercanías de la cascada”, cuenta Bugassi.
Sorprenderse con el hechizo de este ambiente lacustre es una opción. José Holguín y su familia se sumergieron por primera vez en la fría laguna y descansaron en la pequeña playa, sobrevolada mágicamente por aves de todo tipo.
La preservación del entorno. El estudio de este sistema lacustre determinó un 90% de su estado de conservación. Los comuneros apuntan al ecoturismo sostenible. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Pero la excursión no termina allí. Al escalar un extremo de la cascada se puede llegar a su origen: la Cueva del Puente. Es un túnel cubierto por estalagmitas que forma un manantial y donde habitan murciélagos, golondrinas y tarántulas.
El misticismo de este ecosistema se acentúa al toparse con bloques de conchillas petrificadas dentro de la caverna. Son fragmentos pálidos que contrastan con el musgo que reviste la superficie pedregosa.
De estas aguas brota otra leyenda. Cuentan que los cazadores que asediaban el bosque eran confundidos. Una pequeña sirena se les aparecía en la cascada cristalina, con un mate de oro en sus manos.