Este mural de Smok pone en escena a Guayas y Kil, que la leyenda dice fueron pobladores de lo que hoy es Guayaquil. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO.
Juan Sebastián Aguirre, quien firma sus obras como Apitatán, parece haber creado un linaje propio que subraya los rasgos étnicos de los hombres y mujeres que pinta, para caracterizar a los personajes urbanos o ancestrales de sus murales.
Como caracteriza su estilo, pintó los rostros a partir de ‘filos geométricos’, una referencia al mestizaje. “Tenemos raíces andinas, indígenas, afros, unos rostros fuertes, con ángulos marcados, con expresión, y mis obras hablan mucho de nuestra gente, de nuestra raza”, indica.
Lejos de las escenas cotidianas o tradicionales, Apitatán quiso plantear esta vez ideas en torno a la relación entre la ciudadanía y el poder en el problema de la corrupción, y convertir a la pared en un medio de reflexión y de diálogo.
En las 32 obras, entre muros y fachadas de edificios, que dejó la primera edición del Festival de Arte Urbano Guayarte, es posible rastrear en ciertas obras las etnicidades locales, mientras que otras destacan rasgos de identidad.
Miguel Ángel Tumbaco, quien firma sus obras como Clímax106, pintó con aerosol a su propia hija, Micaela, en una pared de 10 metros por siete en el colegio femenino La Inmaculada, al sur de Guayaquil.
El artista pintó una niña de 6 años con los brazos abiertos, imponiéndose por encima de las letras clásicas de los grafiteros locales –en verdes y amarillos- como una forma de “reflejar el mestizaje de los guayaquileños”. Tumbaco trabajó la obra con ayuda de integrantes de su grupo, Mono Sapiens.
En la esquina de las calles Junín y Panamá, cerca de donde figura el mural de Apitatán, se encuentra la obra de Smok, de cuatro pisos de altura, una interpretación de la leyenda de Guayas y Kil, con los personajes huancavilcas que según la mitología local le dieron nombre a la ciudad.
El artista representa a los aborígenes que poblaron lo que hoy es Guayaquil con tocados de plumas, brazaletes y collares de oro, y con una lanza en la fachada lateral de un edificio que da el frente a un parqueadero y a los transeúntes.
También, recoge elementos identitarios el mural del artista mexicano Frank Salvador, un gran corazón planteado como un escudo con un gran camarón y un plátano verde, una casa de caña, olas y cumbres de montañas nevadas. La obra, en acrílicos y aerosol, domina la fachada lateral de un edificio de cuatro pisos en las calles Loja y Córdova.