Comunidades indígenas del sector forman parte de un programa de cuidado integral del agua. El cuidado del suelo forma parte del plan integral de cuidado ambiental. Foto: Raúl Díaz / EL COMERCIO
Las vertientes naturales y ojos de agua que se forman en las partes altas de los páramos de Guamote están cercadas con postes de cemento y alambre de púas. Para los habitantes de 171 comunidades indígenas de ese sector, el líquido vital es el tesoro más valioso.
El cuidado no se limita a la protección de las fuentes hídricas con cercas. El Municipio de ese cantón emprendió un plan de cuidado integral de las vertientes para dotar de agua potable al sector rural del cantón. La meta es llegar con el líquido vital incluso a las comunidades más distantes.
Hasta hace cinco años, en la comunidad de San José de Chacaza se bebía agua que descendía de una vertiente. Las 70 familias que habitan ahí la captaban utilizando tubos y la consumían sin procesarla.
“Los niños y ancianos eran los que más se enfermaban. Algunos incluso fallecieron. Cuando decían que les dolía el estómago ya era muy tarde”, recuerda María Remache, presidenta de la comunidad.
En poco tiempo la vertiente empezó a secarse y el desabastecimiento de agua alarmó a los cerca de 500 habitantes.
El panorama cambió cuando se inició el cuidado ambiental del páramo. La gente organizó mingas para reforestar con plantas nativas y retirar a los animales de la zona alta.
Luego recibieron un tanque de almacenamiento y tratamiento del agua que abastece a toda la comunidad. Además, obtuvieron tanques para sus hogares. La idea es que puedan optimizar y ahorrar el agua que nace en sus páramos.
“El agua es un recurso más valioso que el dinero. Para que la gente de las comunidades pudiera tener agua potable en sus casas tuvimos que emprender un proyecto integral que también implica un compromiso con el cuidado de las vertientes”, dice Patricio Pérez, director de la Unidad de Planificación del Cabildo.
Las vertientes y humedales son tesoros en Guanilchig. Los comuneros realizan mingas para reforestar un remanente de bosque con plantas nativas. Foto: Raúl Díaz / EL COMERCIO
Uno de los desafíos más fuertes del proyecto fue convencer a los más ancianos de cambiar sus prácticas ambientales para recuperar el ecosistema. Entre las costumbres más difíciles de erradicar están: la siembra sobre la frontera agrícola; la quema de pastizales para alimentar al ganado con el retoño de la paja; la explotación maderera; el pastoreo junto a las vertientes.
Una estrategia para concienciar a los pobladores del cuidado del agua fue el trabajo de los promotores comunitarios. Ellos se capacitaron durante un año en temas ambientales y luego socializaron estos nuevos conocimientos con la gente. Lo hicieron en kichwa.
“Cuando los jóvenes llegaron a las comunidades y nos hablaron en nuestro idioma, la gente se empezó a interesar. Todos habían visto que el agua se redujo y ellos explicaron por qué”, cuenta Olmedo Rivera, quien encabeza la junta de agua de Jatunpamba.
En ese sector se benefician 32 comunidades de una vertiente de agua. Allí se instaló una planta de tratamiento que abastece del líquido vital a
1 500 familias. La organización de la gente para promover el cuidado ambiental fue un factor clave en la recuperación de este ecosistema.
La junta de agua incluso implementó un reglamento que indica que cualquier persona que atente contra el páramo o la vertiente será sancionada en la comunidad y entregada a las autoridades. Allí las quemas de pajonales, el pastoreo y la agricultura cerca de la vertiente están prohibidos.
Así se lograron recuperar 30 hectáreas de páramo, que hace casi una década empezaba a mostrar señales de erosión por pérdida de la cubierta vegetal. El ganado bobino y ovino que se criaba perjudicó el suelo del páramo.
También se perdieron las plantas que actúan como esponjas y que retienen el agua para luego liberarla.
“Las especies no nativas tienen pezuñas que compactan el suelo y lo vuelven menos permeable. El agua ya no se filtra y por eso se perdían los humedales y se redujo el caudal de las vertientes”, explica Pérez.
En esa comunidad incluso se ofreció un incentivo económico de USD 200 anuales a quien se comprometiera a cuidar y recuperar los páramos. Esta estrategia fue una de las más efectivas y ahora los páramos están restaurados.