Tras dos décadas de expansión, acumulan reparos por su papel en el manejo de la información y por sus estrategias corporativas.
Las ‘start up’ tecnológicas, que surgieron en el ojo del huracán de la innovación (Silicon Valley), y que hace dos décadas se constituyeron en la carta de presentación del desarrollo de la industria estadounidense frente al mundo, ahora se están convirtiendo en un serio dolor de cabeza para Washington.
A inicios de mes (5 de septiembre), la presidenta ejecutiva de Facebook, Sheryl Sandberg; su similar de Twitter, Jack Dorsey, y Larry Page, presidente ejecutivo de la matriz de Google, Alphabet Inc., fueron invitados a comparecer ante dos comités del Congreso de los EE.UU.
La convocatoria no fue precisamente para hablar de las maravillas de la tecnología que lleva el portaestandarte de la Industria 4.0. El Comité de Inteligencia los llamó para hablar sobre las “Operaciones de influencia extranjera y su uso de plataformas de medios sociales”. Mientras que el Comité de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes, tituló la audiencia como: “Twitter: transparencia y responsabilidad”.
A las autoridades les preocupa el impacto negativo que el desarrollo de estas ‘gigantes de Internet’ pueda ocasionar al país. En los últimos dos años, Facebook ha lidiado con una serie de revelaciones en torno a los intermediarios rusos que utilizaron esta plataforma para incidir en las elecciones estadounidenses del 2016.
The New York Times también enfocó sus observaciones contra Google, porque tuvo un papel similar al transmitir ‘mensajes incendiarios’ dirigidos a un grupo específico de usuarios durante ese proceso, que derivó en la elección de Donald Trump como nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Dos décadas después del ‘boom’ del nacimiento de los emprendimientos tecnológicos, esta industria está sumida en una cadena de preocupaciones sobre interferencias electorales, la privacidad de los datos y la censura; además de dudas sobre sus estrategias corporativas.
Según la firma de investigación de mercado HarrisX, más de la mitad de los estadounidenses opinó -a principios de este año- que el Gobierno debería regularlas.
Mark Zuckerberg habló sobre la privacidad de los datos cuando se sentó ante tres comités del Congreso en abril. Facebook admitió que los datos de unos 87 millones de personas fueron filtrados a Cambridge Analytica sin su consentimiento. “Cometí un error y lo siento”, dijo. Allí se comprometió a aplicar más acciones para garantizar la seguridad del usuario.
Cuando nació esta red social (febrero, 2004), su objetivo era (o es) “darle a la gente el poder de generar comunidades y unir más al mundo”, a través de una ‘red segura’, en la que todos puedan compartir su información y sus datos. ¿Eso quedó atrás?
En la colocación de los cimientos de Google (se fundó el 4 de septiembre de 1998), los jóvenes emprendedores Sergey Brin y Larry Page, entonces egresados de Ciencias de la Computación en Stanford, se mostraban indiferentes a enriquecerse con sus ideas y advertían los beneficios sociales de su buscador, para ampliar el conocimiento de la gente. “Nuestra meta es maximizar la experiencia del motor de búsquedas, no maximizar los ingresos que se obtienen a través de él”, decía Brin en 1999.
Sin embargo, en la primera década de este siglo, los emprendedores impulsados por fines sociales cayeron en la tentación del capital de riesgo y ahora lideran una industria con millonarios recursos, que no solo incomoda a
Washington sino que se abre otros frentes en el mundo.
Lo más reciente: la Eurocámara definió (12 de septiembre) su posición sobre una reforma en la protección de los derechos de autor y abrió el camino a una discusión con otras instancias de la UE, en pos de una legislación a la que se oponen estas gigantes empresas de Internet.
El objetivo es que plataformas como YouTube, propiedad de Google, retribuyan mejor a los creadores de contenidos; también se propone crear un “derecho afín”, para que diarios o agencias de noticias puedan recibir ingresos por la reutilización de su producción en Internet.
En medio del debate de estas reformas, los europeos también quieren lograr un acuerdo este año, para aplicar lo que llaman ‘tasa Google’, para que estas firmas paguen impuestos en aquellos países donde obtienen beneficios y así evitar disparidades con las empresas de las 28 naciones de la UE.
Mientras se buscan estos consensos, las autoridades también ponen la lupa sobre las estrategias de negocios de estas multinacionales.
La comisaria europea de Competencia, Margrethe Vestager, acaba de anunciar que se investiga a Amazon, por una presunta mala utilización de los datos que recopila de firmas minoristas que aloja en su web, para distorsionar la competencia. Se sospecha que podría estar usando esta información para obtener una ventaja adicional en sus ventas.
Vestager ha sido cautelosa al hablar del caso de Amazon, pero lo cierto es que esta política investigativa se ha convertido en asunto incómodo para las tecnológicas.
Implacable con estas empresas, hace dos meses la UE multó con 4 340 millones de euros a Google por frenar el uso de Android. Pero si se creía que Apple se libró de las sanciones, no es así. Irlanda confirmó el martes que la multinacional de la manzana desembolsó en sus cuentas 14 300 millones de euros, por deudas tributarias.
Por todo ello, ¿los gigantes tecnológicos necesitan más regulaciones, aunque eso frene la introducción de nuevos servicios, para el beneficio de millones de usuarios?