Los alimentos son elaborados en ollas de barro y la cocina está en un sitio expuesto para que sea observado por los clientes. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO.
En el Museo de la Gastronomía Cuencana se conoce, aprende y practica. Este espacio muestra la evolución cronológica de la cocina local y permite degustar alimentos andinos en sus mejores fusiones.
Este museo funciona desde abril del 2019 en una casa de campo en la zona de Challuabamba, al norte de Cuenca. La familia Urgilés-Cueva, gestora del emprendimiento, está convencida de que la gastronomía es una de las actividades que más atrae al turismo porque captura la esencia del lugar donde se prepara.
Para aprovechar ese potencial y las más de 2 000 piezas de cocina usadas por cuatro generaciones de su familia, Miguel Urgilés y su esposa Karen Cueva (chef) abrieron este museo. Él recibe a los visitantes con un vaso de chicha de jora o la “bebida de la abuela” (agua aromática).
Allí, les informa sobre dos opciones. La primera es recorrer solo el museo y la segunda quedarse y degustar la gastronomía típica. Su recomendación es unificar los dos servicios. El recorrido toma tres horas y empieza con la proyección de un video vivencial, de cinco minutos. Se informa sobre el sistema agroproductivo de los alimentos, el arado con yuntas, uso de herramientas antiguas y la cosecha.
En el patio hay un fogón de leña para cocinar los granos y preparar asados. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO.
Es la presentación para entender que se viene: un homenaje a las culturas de las épocas pre-cañari, cañari, inca, colonia, criolla y la actual. El museo tiene 15 espacios donde se exhiben cultivos, granos y productos andinos, formas de almacenar los productos, bebidas y otros elementos.
No hay vitrinas. Los implementos y utensilios de cocina como ollas con más de 100 años de antigüedad, cuchillos, vajillas, morteros, cocinas a leña y a carbón… están expuestos para que los visitantes toquen las piezas y sientan su textura y peso.
En el segundo piso está la sala Uchu, que en kichwa significa ají. Ese ambiente conserva el particular olor del ají. Es un espacio vivencial donde se puede moler los granos en una enorme piedra, para obtener las harinas, romper toctes y chancar el ‘uchu’.
La nostalgia y sorpresa fueron inevitables para Jacinta Barros y Margarita Jácome, ambas de 65 años, quienes el 14 de este mes visitaron el museo. Estas ‘chuspas’ (bolsa de tela para preparar el café) me recuerdan las tardes en la casa de la abuela y el olor penetrante a café”, dijo Jácome.
De la época colonial se recrean las técnicas artesanales que ahumaban las carnes y cómo funcionaban las cocinas de hierro. En el museo se exhiben 936 piezas originales que pertenecieron a los bisabuelos, y de allí pasaron a las manos de los abuelos, padres y, finalmente, a Miguel Urgilés.
Miguel Urgilés muestra la colección de jarras, cafeteras y teteras. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO.
Para complementar los servicios y vincular otros emprendimientos, los Urgilés abrieron El Mercadito, donde ocho agroproductores ofrecen los fines de semana productos orgánicos y una tienda con artesanías elaboradas en varias texturas.
La agricultora Rosa Ullaguari está contenta porque los turistas, luego de recorrer el museo, pueden adquirir y comer alimentos saludables, sin químicos, como las lechugas, brócolis o zanahorias.
En la parte exterior hay un fogón de adobe donde se conoce la experiencia de cocer los granos en hornilla de leña y ollas de barro. La cocina está a la vista de los comensales para que vean cómo preparan los alimentos. Se ofertan sopa de gallina, uchucuta (granos tiernos en caldo de sambo), posada de la abuela (pollo, cerdo, salchicha, llapingachos, mote, arroz y ensalada) y el aychia kanka (carne de res con hierbas, menestra y arroz).