Lo único que tiene de colectivo el fútbol latino está en los esfuerzos de la plantilla, los entrenadores y dirigentes en pasarle la pelota a la estrella.
Entre los clichés del fútbol, uno ha sido pensado para justificar la derrota por un error del guardameta al que se le resbaló la pelota, o por una falla del delantero que desperdició un penalti: cuando ganamos, ganamos todos; cuando perdemos, perdemos todos. Es Fuenteovejuna, versión sport.
La verdad es que unos ganan más que otros con los triunfos, así como pierden más cuando la pérdida se produce. El valor colectivo del fútbol, que varios intelectuales suelen elevar a una metáfora de la vida misma, una auténtica exageración, radica en que el equipo se esfuerza sobre todo para que uno solo brille. El crack.
Los clubes, pero sobre todo las selecciones nacionales, por su carácter simbólico que de alguna manera reemplaza al ejército y su patriótica carga de antaño, se arman en función de un individuo, el moderno general que guía al equipo al triunfo. Mientras más nacionalista es el público, más intensa es la identificación que se tiene con la estrella.
Lionel Messi ha sufrido el fenómeno con intensidad, sobre todo porque es considerado el heredero del anterior referente, alguien que era considerado nada menos que un D10s, tanto que incluso se fundó una iglesia con su maradoniano nombre. Messi (llamado ‘Messías’, para seguir con la religiosidad) es Argentina, tanto casa adentro como para los aficionados del mundo. Los demás miembros de la plantilla son acólitos, actores secundarios de una función en que el protagonista exclusivo es él.
Apenas el martes, luego de que Ecuador cayera aplastado por los tres goles de Messi (aunque ahora sabemos que Ecuador también hizo bastante para aplastarse a sí mismo), el entrenador Jorge Sampaoli lo resumió todo con esta frase: “El fútbol le debe el Mundial a Messi y nosotros tuvimos la posibilidad de ayudarlo a que esté en Rusia”. Sampaoli también explicó, como si fuera lo más natural del mundo, que su arenga antes de jugar con Ecuador fue pedir a los muchachos que ayuden a su capitán a llegar al torneo.
Si el Mundial es la reunión de los mejores seleccionados, el interés realmente apunta a los cracks de los equipos. Por eso, instintivamente, cuando las eliminatorias están terminadas aparecen los nombres de las figuras que no llegarán al torneo por su eliminación. Hoy lloramos la ausencia de Arjen Robben. Y luego, se hace memoria de los astros que jamás pudieron integrar este Olimpo. George Best, un genio en una selección de mediocres. Alfredo Di Stéfano, inscrito pero ausente por lesión.
Aunque también repasamos los duelos que se verán. A Rusia irá el máximo contrincante de Messi, el portugués Cristiano Ronaldo, un top model que ha hecho todo lo posible para ser comparado con Pelé y no con David Beckham, a quien reemplazó como ídolo en el Manchester United. Desde el 2009 es guardián del Real Madrid, club con el que ha conquistado todos los trofeos inventados y por inventarse, pero que comparte con Messi la deuda pendiente de ganar un Mundial de Fútbol.
En Uruguay hay drama de telenovela cuando Luis Suárez está lesionado o suspendido. La sanción que recibió de la FIFA por el famoso mordisco al italiano Giorgio Chiellini en el Mundial pasado fue tomada en Uruguay como un acto de guerra, una afrenta a la nación.
En Chile se llora la decadencia de Arturo Vidal, potente jugador que naufraga en alcohol y fichas de casino, y al que ahora echan en cara no sus hazañas en las copas América y el Mundial, sino su indisciplina. Sí, porque el crack, cuando falla, termina contagiando con sus errores a la imagen de su equipo. No es secreto que gran parte de la antipatía que despertó ‘La Roja’ en la región fue por la soberbia de Vidal.
Colombia oscila su admiración entre el volante James Rodríguez y el atacante Radamel Falcao García, según el momento en que se encuentren. Cuando James cayó a la suplencia en el Real Madrid, el entrenador de Colombia, José Pékerman, lamentó en público que su general no tenga minutos. “En James tenemos un ‘crack’, un jugador excepcional, hay pocos jugadores como él en el mundo y para Colombia es fundamental”.
En Brasil, a pesar de la aparición de Gabriel Jesús, la devoción se la lleva Neymar. Debutó en la Selección en el 2010 y ha tomado el lugar de sus antecesores Ronaldinho, Ronaldo, Romario y un largo linaje que se remonta a 1958, cuando un adolescente Pelé, quien obtuvo el número 10 en su dorsal por un reparto aleatorio de un dirigente uruguayo, apareció para que Brasil obtuviera su primera Copa del Mundo.
Pelé, a pesar de la casualidad del 10, sin querer elevó esa camiseta y ese número a rango de ropa sagrada, y Neymar ahora la viste como si fuera el mismísimo manto de Turín, por la significación espiritual que transmite. A pesar de que su puesto en el FC Barcelona era privilegiado, decidió alejarse de ese equipo en que Messi es el crack. Neymar nunca le discutió ese título. Nunca le pidió patear un penalti, un tiro libre o ser el eje del ataque.
Ahora, en el millonario PSG, Neymar siente que es el número uno y por eso se peleó con el uruguayo Edinson Cavani justamente cuando se pitó un penalti y ambos querían patearlo. El suyo no fue un acto caprichoso sino una declaración de que porta la corona.
Neymar acudirá al Mundial, es obvio, con la intención de romper el monopolio entre Messi y Cristiano Ronaldo. Sí, porque parte del atractivo de los mundiales está en ver si los cracks realmente pueden cumplir con las expectativas. En España 1982, el foco apuntaba al brasileño Zico y al alemán Karl-Heinz Rummenigge, pero el italiano Paolo Rossi se quedó con la gloria.
¿Alemán, dijimos? Los anglosajones no suelen darle esa importancia marcial al crack que le dan los latinos, y los alemanes son el mejor ejemplo de un fútbol en equipo. Hoy, el técnico Joachim Löw tiene jugadores para escoger. En las eliminatorias utilizó 37 jugadores y todos funcionaron con precisión industrial. No hay un crack sobre el que se arma el esquema táctico sino un conjunto de ruedas dentadas.
El único jugador ‘diferente’ es Marco Reus, hábil en el uno contra uno, un atacante que mira a los ojos del defensa y que aplica el regate. Las lesiones lo han sacado de la lista de privilegio. Se convirtió en un crack sin lugar, sobre todo en esta Alemania, cuyo juego es como mirar una puesta de sol en el Ártico, hermoso pero frío.
¿Y acá? Quizás uno de los problemas que últimamente ha tenido Ecuador es que la Selección no ha sido ni un equipo en función del crack, ni tampoco un conglomerado coral donde todos son uno. Por eso duele tanto a la afición este desplome de la Tricolor, porque no queda más que apoyar a una estrella ajena, como era antes, cuando perdíamos, ahí sí todos, como siempre.