‘Coco’ Laso está involucrado en los proyectos del Colectivo Paradox (fotografía) y Cinememoria (documental). En junio publicará un nuevo libro. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO
Primero nos ponemos de acuerdo en lo fundamental: ver y mirar no son lo mismo. Mientras ver es más “el acto fisiológico”, dice Francois ‘Coco’ Laso; mirar “es un poco más complejo, tiene que ver con la cultura, con psicología…”. Entonces, con el concepto claro, rodeados por árboles del parque La Carolina -dentro del cual queda su oficina- y con el rumor de una tarde lluviosa por banda sonora, conversamos sobre la mirada.
¿Ahorita mismo qué ves?
Ahorita te veo a ti, veo mi oficina, veo la calle, le veo al Armando…
¿Y qué miras? ¿Eres capaz de mirar algo en este momento?
Creo que uno mira un acontecimiento, el acontecer de las cosas, ¿no? Quizás esa es la diferencia; si es que uno dice ‘ver’ es como si fijaras la mirada, y cuando dices ‘mirar’ es como si la mirada se desplegara.
¿Puedes hacer un relato cuando miras?
Es un relato. Es una unión de cosas, entonces ya no eres tú, sino tú en mi oficina, y relacionada con la calle y los autos que pasan por detrás y eso ya es un relato, un montaje, una interpretación del mundo visible.
Para ti la mirada está en la cabeza y no en los ojos.
Total y absolutamente. Es decir, creo que hay que hacer una referencia a lo que para nosotros es una imagen.
¿Qué es?
Yo me lo pregunto y también en qué se diferencian las imágenes visibles de las imágenes mentales. Por eso creo que mirar es un proceso interno.
¿Crees que se puede aprender a mirar?
Sí. De hecho, cuando uno piensa en la mirada clínica ahí entiende que la mirada se aprende. Un médico aprende una mirada clínica; ve si tienes los ojos amarillos, la cara con manchitas… interpreta, relaciona signos visibles y saca una conclusión. Ese es un aprendizaje. Todos hacemos lo mismo en diferentes campos: un arquitecto interpreta desde el espacio o desde los vacíos; un fotógrafo, desde las situaciones y los acontecimientos…
Un policía, ¿desde dónde crees que mira?
Desde el estereotipo, por su formación. Una vez, cuando grabé con la Fer Restrepo ‘Con mi corazón en Yambo’ nos fuimos a la Escuela de Policía encubiertos y estaban enseñándoles a unos oficiales cómo resolver una situación de violencia en la calle. Había cuatro policías disfrazados de delincuentes y entonces empezaron a caminar por la calle muy empoderados de sí , y él (el instructor) les decía: “De esos es de los que tienen que tener cuidado”, o sea de la gente que camina muy empoderada de sí. “La gente que va con las manos en los bolsillos no es peligrosa”, también decía.
Ya…
Es decir, el estereotipo era el del costeño, que va libre, juguetón… La mirada del policía es una mirada que se construye desde el prejuicio.
¿Cuáles son los temas, situaciones, objetos que prefiere tu mirada?
Quizá situaciones, cosas que suceden. Es decir, a mí me conmueve profundamente la ternura. Y esa ternura tiene muchas manifestaciones e imágenes. Puede ser el rostro de mi abuela, el rostro de mis hijos o puede ser una imagen que vi justo ayer de Bruno Roy de unas personas privadas de libertad, para ser políticamente correcto. Son fotografías en la cárcel de Cuenca de hace 20 años, de gente que tiene tatuajes. Como Bruno Roy es un fotógrafo de moda los hace posar de tal forma que se ven bellísimos, de una ternura… Vos dices: ¡Cómo esos cuerpos tan bonitos pueden estar presos!
¿Algún otro tema?
No me había dado cuenta, pero veo cosas muy pequeñas y muy lejanas. Es decir, estoy en la ventana de mi casa y me llama la atención el movimiento de un carro que está del otro lado en la Occidental. Lo infinitamente pequeño me gusta, pero dentro de un marco muy grande, me gusta el detalle.
¿No sientes que cuando se la deja ser, la mirada tiene cierta autonomía respecto de las propias circunstancias y propósitos? Como que actúa sola, incluso aunque tú no quieras.
Creo que sí hay unos riesgos de la mirada. Es decir, podemos ser modelados cultural o policialmente por la mirada. Es peligrosísimo. Cuando hay una única visión de las cosas durante un lapso de tiempo muy grande, atrofiamos nuestra mirada. La mirada tendría también una cualidad crítica. También creo que tiene que ver con el inconsciente.
¿Cómo?
Es decir, hay cosas que no miramos, porque tememos. Hay cosas que no queremos mirar porque las rechazamos. Eso no quiere decir que no entren en nosotros y que no se queden; eso está en las grandes enseñanzas de Freud. En algún momento saldrán esas imágenes.
¿No mirar es también una forma de mirar?
Podría ser interesante pensar que no ver es distinto de no mirar. No queremos ver y eso es una cosa; que está hasta en el lenguaje común, cuando se dice: ¡No quieren ver la realidad! Pero la mirada opera.
O sea que ese no ver es una mirada activa…
Exacto, creo que sí.
¿Cuáles son las herramientas básicas para pasar del ver al mirar?
Primero tiene que haber una emoción, un poder de fascinación, es decir, volvernos a emocionar por las cosas visibles; cosa que hemos dejado de hacer. Ya no nos conmueve la florcita ni tampoco la foto de guerra del periódico. Nos hemos anestesiado.
¿Alguna otra?
La segunda cosa creo que es aprender a relacionar, a montar las cosas; a veces vemos solamente una cosa y no vemos el contexto. Y, tercero, me parece que es preguntarle a la mirada cosas, a las imágenes, al mundo. Preguntarle al mundo por qué es así. Hemos dejado de preguntarnos, asumimos que todo es así y punto.
¿Hacerse preguntas es parte de la mirada?
Sí, preguntarse sobre el mundo visible.
¿Qué sería un fotógrafo que no tuviera mirada, si es que eso pudiera existir?
Creo que eso intentó Wim Wenders con ‘Lisbon Story’, cuando el personaje está harto de mirar, ya no puede mirar más y se pone la cámara atrás y filma. Y no sale nada. Seríamos una máquina; pero una máquina si no tiene una mirada detrás, alguien que piensa, que siente no es nada.
¿Qué tipo de miradas percibes en las selfies que actualmente están regadas por el mundo?
Creo que es una afirmación de un estar en el mundo. Tenemos la necesidad de vernos en este mundo. Y el rato de hacerte una selfie te reafirmas: yo mismo me miro a mí estando en el mundo. Creo que es un gran acto de afirmación. Se puede hablar de narcisimo, pero creo que es más interesante tomar una postura más generosa. Yo cuando me hago una selfie con mis hijos o mi compañera afirmo mi estar en el mundo con ellos.
¿Qué es lo que más cuesta mirar, como sociedad?
Nuestro pasado, creo que somos una sociedad que encubre su pasado. Nos negamos a reconocernos como una mezcla indígena, española.
¿Qué miraba o no quería mirar José Domingo Laso (su bisabuelo) cuando borraba a los indígenas de las fotos que tomaba?
Hay varias negaciones, porque hay que entender que Quito se estaba modernizando, venía de la Revolución Liberal, etcétera, y había que dar al mundo una imagen de Quito moderno. El gran mentalizador de eso era Jacinto Jijón, que influenció mucho en Laso. Jijón tenía dos discursos; el de la modernidad, que para él no podía ser más que hispánica y, a la vez, consideraba anacrónico el pasado indígena. José Domingo Laso toma eso, o es lo que yo intuyo e intento explicar en mi investigación, y borra los indígenas de la ciudad, primero porque era la gente más pobre, los menesterosos, los vagos.
Y él quería mostrar un Quito moderno.
Sí, una ciudad limpia, moderna.
¿Para qué sirve mirar?
Mirar es conectarse, estar en relación; uno se apropia del mundo a través de la mirada. Nos conectamos con el mundo cuando miramos.
Francois Laso
Nació en Bélgica en 1972, y es también ecuatoriano. Fotógrafo; se formó como comunicador social en la U. Central del Ecuador y la U. Católica de Lovaina (Bélgica) y estudió fotografía en ese mismo país. Es antropólogo visual por la Flacso. Fundador del Colectivo Paradox y de Corporación Cinememoria. Es el coordinador del premio Fotoperiodismo por la Paz.