Luis Bravo lo hizo de nuevo. Forever Tango repasó el género desde todas sus perspectivas: el cotejo de los prostibularios en la vieja Argentina, el desfogue visceral de sentimientos -los llantos y los odios-, una oda al amor y al abrazo, la conquista erótica y toques de comedia.
Así se vivió, ayer, 13 de mayo del 2018, el show latino dancístico que llegó desde Broadway al mítico escenario del Teatro Bolívar, en el corazón del Centro Histórico de Quito.
Eran las 19:30. La tercera llamada al escenario trajo consigo la presencia del creador de Forever Tango. “Vengan al teatro. El arte es el vestigio, el testimonio, la unión de la humanidad. Queremos conmover su corazón”, anunció Bravo.
El Bolívar volvió a la oscuridad. Un minuto después, apareció, en medio de una iluminación rojiza, el protagonista de la noche: el bandoneón. Gemía, como retrata una canción de Antonio Troilo, para dar paso al primer acto. La pulcritud del vestuario masculino inició la velada.
Al visitante lo rodeaban seis mujeres con vestidos poblados de lentejuelas y detalles de terciopelo borgoña. A la escena se incorporaron los doce danzantes. Hermanados y concisos en cada paso, se desplazaron por el escenario, que recordó a los prostibularios porteños, puntos de encuentro social donde se gestó el nacimiento del tango hacia finales del siglo XIX.
A la par, aparece otro hombre y comienza el enfrentamiento. Armando un ‘kilombo’, los bailarines se enfrentaron en un ‘vis a vis’ de giros, movimientos y acrobacias, que culminó en el acto de seducción de una pareja: hombre y mujer compaginados al compás de la orquesta compuesta por un piano, un contrabajo, un violín, dos bandoneones y un violonchelo, que cerraba cada escena con una pieza musical.
A las 20:00, se abrió una alfombra roja y, a paso lento, la cantante española Concha Buika entonó: “Quiero emborrachar mi corazón, para olvidar un loco amor, que más que amor es un sufrir…”. El público capitalino la coreaba y tan llena de matices, como es la voz de la intérprete, desgarraba con cada frase que armaba su canción Nostalgia.
La cantante española Concha Buika. Fotos: Julio Estrella / EL COMERCIO
Si hay algo que cautivó del show es la habilidad estética de los bailarines y, sobre todo, teatral. Dejó la línea monótona para hilar una historia protagonizada por cada pareja. Así sucedió, por ejemplo, cuando los experimentados Aldana Silveyra y Diego Ortega salieron al escenario.
Aunque el tango puede interpretarse de diferentes maneras y bajo circunstancias personales, el público lucía conmovido por el acto: dos amantes que no desean separarse y luchan en cada movimiento admirado uno del otro.
Cerca de las 20:30, el afamado cantautor argentino Martín de León entonó Uno, un tango clásico de la cultura porteña escrito por Enrique Santos Discépolo y musicalizada por Mariano Mores.
Del amor, Forever Tango también pasó por la comedia. Natalia Turelli & Ariel Manzanares representaron una cómica persecución, en la que Manzanares interpretó el papel de un fotógrafo que, bailando con un estilo que recordó más de una vez a Charles Chaplin, trataba de capturar una
imagen de la orquesta, mientras Turelli lo perseguía.
En su regreso al escenario, Buika cantó Siboney, un son cubano llevado al candombe, un género que, acompañado de los doce bailarines, remitió a las celebraciones afroamericanas en Argentina. También evocó la obra musical de Carlos Gardel. Su voz dio vida a Volver y El día en que me quieras.
Logró pronunciar la frase emblema de uno de los exponentes más importantes del tango: “El día que me quieras, no habrá más que armonías. Será clara la aurora y alegre el manantial”. Su vibrato característico y espontáneo resonó en el teatro, cuya respuesta fue una lluvia de aplausos para la cantante.
Hacia el final del show, a eso de las 21:30, el bandoneón de Horacio Romo dejó atónito al público. En el escenario, el ambiente transmutó a dos siglos atrás, cuando la bohemia se tomaba las calles porteñas. El instrumento, de origen alemán, logró conquistar a los más de de 1 000 asistentes.
Forever Tango mantuvo una línea argumental que sedujo al público capitalino. Cada acto, coincidieron varios asistentes, se puso en escena como una película ambientada sin necesidad de una escenografía de alto presupuesto. Luis Bravo atribuye su éxito al esfuerzo constante no solo
a nivel técnico y de vestuario, sino, a la experimentación que rige en el tango y a los múltiples sentimientos que lo habitan.
A las 21:45, abrazándose y bailando al ritmo de Siboney, el elenco del show se despidió de Ecuador, para volver a ‘renacer’ en su próxima escala: México.