El cantautor argentino Fito Páez se mostró molestó por la disposición de dos tarimas sobre el escenario del Teatro Sánchez Aguilar. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Había adelantado la víspera que este tipo de conciertos se asemejan a reuniones tribales. Y el público lo recibió con un “ole ole ole oleee, Fitooo, Fito”. Pero algunos detalles de la tribu sacaron de casillas al cantautor argentino Fito Páez, que ofreció la noche de este martes 6 de octubre un concierto Solo al piano en el Teatro Sánchez Aguilar, de Samborondón.
Fito quiso ser conversador en su concierto para el Guayaquil metropolitano, pero reprendió a sus seguidores, a quienes llamó “tarados” o “boludos” por interrumpir con gritos sus anécdotas.
Ya desde el inicio calificó de “inédito e insólito” el hecho de que el teatro haya dispuesto dos tarimas extras sobre el escenario, un hecho que le molestó.
“Todos los planetas después del eclipse, se me pusieron en contra. Todos los pequeños detalles están andando mal. Y yo no soy así, entonces quiero que este concierto sea un exorcismo… Así que vamos a animar la vida”, dijo antes de tocar al piano su primera canción, Y dale alegría a mi corazón.
Había subido al escenario a las 20:45, vestido de negro, con chaqueta de cuero y una malla de transparencias debajo, ante el aplauso cerrado y los vítores deportivos del público.
Hizo un recorrido por sus canciones y por las de músicos con los que ha colaborado o a los que admira. Entre ellas Desarma y sangra, de Charly García, Los ejes de mi carreta, de Atahualpa Yupanqui o El breve espacio en que no estás, de Pablo Milanés, en la que un hombre “se banca” compartir a su amada, observó el artista.
El público en las tribunas dispuestas sobre el escenario era el más enardecido, como una barra brava en un estadio de fútbol. “Ah acá están los radicales, los fanáticos. Yo me peleo con mis fanáticos, no está bien el fanatismo”, dijo la estrella de rock argentino ante un nuevo grito proveniente de las tribunas, antes de interpretar Giros, un tema que cumplió 30 años.
La palabra “tarados” la usó al ser interrumpido con nuevos murmullos desde el escenario. Páez intentaba contar cómo compuso en media hora Un vestido y un amor, y se la cantó a “la muchacha más linda de la ciudad”, quien se había fijado en él, “un teletubbie”, pero que también lo había echado. Gracias a la canción vivió 11 años con ella, dijo.
Y en medio de la interpretación de Al lado del camino, uno de sus mayores éxitos se dirigió a otro de los espectadores en el escenario: “Para un poco, no me dejás cantar”.
Fito Páez, sin embargo, invitó a que el público completara los coros de canciones como 11 y 6, Dos días en la vida, y en el mismo Un vestido y un amor, algunos de los temas más celebrados por el público.
Tras Al lado del camino se levantó y salió del escenario para volver con una camiseta blanca debajo de la chaqueta. “Ustedes tienen derecho a cantar, lo que pasa es que están en el lugar incorrecto”, dijo a modo de disculpa al público del escenario. “Esto es una marcialidad, nunca más”, dijo refiriéndose a las improvisadas tribunas.
Cantó a capela Yo vengo a ofrecer mi corazón y en Recuerdos que no voy a olvidar pidió apagar las luces y que el público encendiera las pantallas de sus celulares. Con Mariposa technicolor, sobre las 22:15, los fans que pagaron para verlo desde el escenario dejaron de lado lo que les restaba de compostura y cantaron la canción batiendo los brazos, como alentando a un equipo de fútbol. Y el concierto terminó, en medio de palmas, como la reunión tribal que Fito Páez había anticipado.