El cantante argentino Fito Páez llenó de energía el ambiente del Ágora de la Casa de la Cultura. En dos horas de concierto combinó temas nuevos con clásicos de décadas pasadas. Foto: Julio Estrella/EL COMERCIO
El público dejaba pocos claros en los graderíos del Ágora cuando las luces se apagaron. En escena estaba un sexteto que durante media hora presentó un homenaje a Luis Alberto Spinetta. La interpretación y el repertorio fue del gusto del público desde el inicio.
El clímax del acto de apertura se dio al sonar Rezo por vos, tema compuesto por Charly García y Spinetta que contó con el público cantando la pegajosa melodía de la guitarra en un solo pulso.
Si los asistentes estuvieron de lado de esta agrupación fue más que nada por el despliegue vocal de Juan Carlos Coronel y su amplio registro. El aplauso también acompañó a Pablo (batería) y Juan Guerrero (guitarra), Daniel Herrera y Felipe Andino (teclados) y Raúl Naranjo (bajo).
Era el turno del rosarino. En la oscuridad del escenario se movían las siluetas de su cuarteto cuando empezó a sonar Yo te amo, tema que le da nombre a su último disco y con el que ha iniciado todos los shows de esta gira.
Así apareció Fito con un traje y lentes de marco rosados. El color hacía juego con los detalles de terciopelo que decoraban elementos del escenario como el piano, los amplificadores, las alfombras y la gran pantalla tras el escenario que proyectaba una animación con la letra de la canción.
“¡Qué bueno Quito, buenas noches!”, saludó el músico a su séquito que lo recibió de pie. De inmediato continuó el libreto de otras ciudades de la gira y sonó Margarita, el tema que dedica a su hija también en la misma placa.
En teoría debía continuar con todo el disco ‘Yo te amo’ en orden. Sin embargo, al terminar esta canción dijo “¡Qué bueno, cuánta gente vino! Bienvenidos a la ‘Rueda mágica’!”, tema que rompió con el guión pues se dio un salto hacia 1992, dejando en claro que el repertorio de la noche y su orden sería una sorpresa si se lo comparaba con los shows de Uruguay y Cuenca.
“El siguiente tema lo hicimos poco en vivo. Lo tocamos pocas veces pero ahora me gusta tocarla”. Así anunció en cambio a El jardín donde vuelan los mares, una canción que se desprende de ‘Circo Beat’ de 1994.
Solo entonces se regresó a su última placa. La clave del show de Quito sería la alternancia. “Este es un momento muy emotivo. Escribí esta carta a un hipotético soldado que murió de la guerra de las Malvinas. Si bien a todos nos gustan las canciones alegres todos también somos parte de una tribu. Estas historias más difíciles de tragar hay que tragarse porque son las que escribieron la historia de nuestros países”.
Sonaba entonces La canción del soldado y Rosita Pazos con Fito al piano, acompañado solo por palmas emocionadas antes de cada coro.
El músico refrescó entonces su garganta con uno de la media docena de vasos dispuestos junto a su piano blanco. Entonces continuó con otro tema nuevo. Uno que cuenta su despedida de su natal Rosario en busca de sueños.
Cuando cantó Las luces de la ciudad, Páez empezó con la rutina de utilizar la palabra Quito en cada línea pertinente. “Me fui a ver a Quito las luces de la ciudad”, cantó en la última estrofa como en otras durante todo el concierto. En ese punto ya se entendió el ritmo de la primera parte concierto: por cada dos de antaño sonaron dos nuevas.
Así llegó el turno de Naturaleza sangre del disco homónimo del 2003. Fito dejó el piano para rasgar una guitarra café de modelo Gibson.
Tras esos minutos de rock, Páez celebró el ambiente que se vivía en las gradas. “¡Qué conciertazo!”, dijo y agregó: “las palabras son artefactos diabólicos. Cuando uno dice te amo o te odio, el otro puede que entienda otra cosa. Las palabras sirven pero para transmitir el conocimiento científico. Yo no les creo, ni las mías. Sin embargo, algunas todavía las puedo cantar con la frente alta”. Sonaron entonces los versos ‘sabinianos’ de Al lado del camino (‘Enemigos íntimos, 1998) coreados al pie de la letra por un público, en su mayoría, conocedor.
Faltaban dos nuevas más antes de cerrar la primera parte. Tras la rocanrrolera Martín sos más (dedicada a su hijo) el rosarino recordó a su colega Gustavo Cerati con el tema La velocidad del tiempo. “Esta es una carta que le escribí a Gustavo de lo que había pasado en este tiempo donde él vive en su limbo”. Fue en esta canción, en su coro de notas agudas, donde Páez luchó por primera vez con el aire y sus cuerdas vocales.
Esto fue más claro al volver de la pausa con la demandante El amor después del amor que lo hizo sonar sin control en ciertos pasajes. Claro, estos detalles no parecieron importar al público que cantaba en un solo coro tal éxito de los 90.
El músico vestía ya un abrigo de piel blanco y un pantalón colorido y alentaba a la gente a acompañar el ritmo de la batería en el tema Creo. En las gradas no había descanso. La conexión entre el graderío y el escenario solo se acentuó en su década de ausencia en escenarios ecuatorianos.
“Esta canción pasa la prueba del tiempo. El problema es que no puedes hacer otra como esta. Todo lo demás te parece una porquería (risas del público). Para ustedes Quito, una nueva versión de Tumbas de la gloria“.
Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO
En esa canción Fito apostó por melodías alternas a aquellas de hace 20 años, unas que lo hacían lucir menos hiperventilado en vivo que en los intentos antes señalados. Luego de una pequeña improvisación en su piano sonaron 11 y 6 y la rocanrrolera El chico de la tapa.
“¿Seguimos roqueando? ¿No quieren un poquito de piano? Juguemos, a ver ¿qué tema quieren?”, preguntó. Tras el grito aupado por el inmisericorde eco del ágora Fito continuó. “¡Así no se entiende nada che!”, bromeó.
Sin más acompañamiento que su piano, el compositor hizo un popurrí con Un vestido y un amor (Te vi), Tema de piluso, She’s mine, Cable a tierra y cerró con Dale alegría a mi corazón que concluyó con él de pie arengando a la gente para que la cantara a capela.
Lo mismo hizo luego cuando pidió que todos prendan sus celulares, aunque en cierto punto de la noche reclamó que “en Cuenca había más teléfonos. ¡Vamos préndanlos!”.
Llegó el Circo Beat. Aquí se colgó una guitarra tipo ukulele y probó sus movimientos de baile en el solo de guitarra. Lo más interesante es que en una parte de la canción recitó la línea “a mí me gusta Fabiana Cantilo”, en referencia a la cantante argentina que fuera su pareja en los 90.
Luego, con un gesto, Páez cambió la vida de una fanática. El rosarino señaló a las primeras filas, la vio a los ojos y le preguntó su nombre. “Marianela, esta te voy a dedicar a vos porque te lo mereces desde que empezó el concierto. Polaroid de locura ordinaria para vos nena”.
Tras enviarle un beso volado, Fito se sentó en su piano y no dejó de verla y hacer referencias con su nombre durante toda la canción. Tal emoción deben haber sentido aquellos de las primeras filas que pudieron darle su mano cuando sonaba Ciudad de los pobres corazones. Aquí Fito saludó a una docena de capitales mundiales para terminar con un “Buenas noches Quito, ¡carajo!” que obligó al delirio del público.
Parado sobre el piano con su guitarra y un corte de psicodelia, Páez retornó al escenario para interpretar A rodar mi vida. Se retiró su abrigo y lo agitó como barrabravista para incitar al público a hacer lo mismo. “Quiero ver más trapos en el aire. Más bombachas (interiores) también. Que las chicas enseñen a mis compañeros de que se trata Quito”, dijo.
Sin embargo, lo que más se agitaba en el aire eran bufandas.
Entonces llegó el momento de la salida falsa. “Chao muchachos y muchachas a 2800 m. Muy cerquita del cielo. Salud dinero y amor para todo el mundo. Latinoamérica unida jamás será vencida. ¡Los amo!“.
Las luces se apagaron y el público empezó a resoplar la tradición futbolera de conciertos con el ‘olé, olé’ que trae de regreso artistas. Funcionó. Fito volvió con un traje de cuero que brillaba con las luces y unas llamativas botas blancas. Sonaron Dar es dar y Mariposa tecknicolor con la gente entragada en un solo canto.
Tras dar la venia con su banda y saludar con las primeras filas en medio del rotundo aplauso, un fanático se subió al escenario para obsequiarle una camiseta. Centímetros antes de encarar a Páez por la espalda, fue detenido por seguridad.
Fito se fue. Las luces se apagaron pero la gente no se iba. Algunos incautos sí lo hicieron. Lástima por ellos pues después de diez minutos el grupo regresó -sin chaquetas por cierto-. “Se lo merecen”, dijo el argentino que que empezó a tocar El diablo de tu corazón provocando una pronta reubicación por parte de los que permanecieron en el Ágora. Tras el último acorde, la despedida fue más corta. Un beso volado y una salida rápida marcaron el fin del espectáculo.