Carmen Maura cree en la suerte y juega de actriz

“Con Pedro yo empezaba y pasé con él los momentos más felices y angustiosos de mi carrera..” Foto: Xavier Caivinagua / El Comercio

Como un juego. Porque no quiere que el trabajo que ha escogido le influya mucho, Carmen Maura asume la actuación como un juego. Y con ello ha hecho bien, dice, en una salita apartada donde se reunió para soltar sus gracias, en el Festival Internacional de Cine La Orquídea Cuenca, cita que le rinde homenaje por su amplia trayectoria.
Una trayectoria de inicio atípico: a los 25 años, estaba casada, tenía un niño y otro venía en camino. Maura dirigía una galería cuando, de repente, se probó en una compañía semiprofesional, se dio cuenta de que dentro de las cosas que hacía, esta era la que mejor se le daba y, en 20 minutos, decidió ser actriz. Fenomenal, sí; pero no tanto. La decisión le trajo complicaciones en el ámbito personal, familiar, “si hubiera visto la película de lo que me pasaría después, tal vez no hubiera tomado esa decisión”. Pero bueno, quién no tiene complicaciones… Ahora, tras una centena de títulos, de hacer tanta cosa, está muy contenta.
Su carrera fue de hacer sustituciones a proponerla como referente, no solo del cine iberoamericano, también de la Movida madrileña e incluso de la feminidad contemporánea. Ella no se lo cree; eso sí, lo que siempre hace es defenderlas; a sus personajes los quiere, los defiende, son papeles de mujer “fantásticos”, para los cuales ha tenido –dice– mucha suerte.
Mucha suerte. Y es que Carmen es muy creyente de la suerte o de un ángel de la guarda que la ha cobijado en sus decisiones durante los años. Para la actriz, la suerte tiene que ver con la consagración, o no, de una persona en este mundillo del espectáculo y por eso también es una de las cosas más ingratas. “Mi nieta de 12 años, cuando me dice que se quiere dedicar a esto, me da impresión; porque conozco gente con mucho talento pero que nunca tuvo oportunidad”.
Pero lo que no dice Maura es que las oportunidades que tocan a su puerta, ella misma las ha ido construyendo con ese don natural que tiene para la interpretación, con esa simpatía con las cámaras.
La complicidad de Maura con el cine no sería historia sin el capítulo Pedro Almodóvar y la del director manchego, tampoco sin Carmen. “Con Pedro yo empezaba y pasé con él los momentos más felices y angustiosos de mi carrera... No es un director fácil de trabajar”, cuenta. Esos primeros tiempos fueron la mejor escuela que pudo tener; pues nunca fue a una escuela ‘oficial’ de actuación.
Eran días cuando “te maquillabas, te peinabas, te cogías los muebles de tu casa para los decorados”. Y volviendo a Almodóvar y a la marca de ser una de sus ‘chicas’, Maura apunta que con Pedro Almodóvar aprendió que las cosas, en el cine, se pueden decir de cualquier manera. “Para mí fue una escuela estupenda y yo también creo que fui una escuela estupenda para él.. Entre los dos nos dimos cosas”, concluye.
Con ‘Folle, folle, fólleme Tim’ y ‘Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón’ se iniciaron sus colaboraciones; y ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ proyectó a Maura hacia el exterior de su España. Desde entonces ha trabajado con muchísima gente y en diferentes países. Cada experiencia con distintos directores, con varias historias, con múltiples personajes ha sido diferente; “son como los maridos o los novios, no tienen nada que ver unos con otros y cada aventura es completamente distinta”.
Lo que más le gusta es la comedia -“si es comedia y se rueda en el campo, mejor”-, hacer reír, algo que -de todas maneras- considera más difícil, más delicada porque un minuto más o un minuto menos y te cargas el chiste. Y por delicada también, “la comedia es como una medicina”.
Tiene comedias, muchas; pero también los dramas. Sea cual fuere el caso no se queda con los papeles, lo peor que puede pasar -explica- es que cojas un personaje y no lo puedas soltar. Su solución, frívola, también tiene algo de terapia: cuando acaba una película se corta el pelo, se pinta las uñas; si el rol era de una chacha se pone divina, si era de una divina se pone horrible; al día siguiente rompe o tira el guión, no se da a pensar en las escenas ya grabadas y no ha buscado en su vida personal para interpretar a alguien más.
Es un juego que le permite ser loca, gritar, llorar, insultar y matar hasta a ocho más. Y cuando el juego termina, Carmen Maura vuelve a su soledad que nunca la aburre.