Fernando Albán es profesor de la PUCE. Da clases de literatura, filosofía y estética. Foto: Archivo/El Comercio
¿Cree que la actual crisis sanitaria, producida por el covid-19, va a generar una nueva era de la vigilancia social?
En uno de sus estudios, Michel Foucault sostiene que el surgimiento de la sociedad moderna coincide con el brote de una peste en Europa, que sucedió durante el siglo XVII, a partir de la cual se tomaron una serie de medidas para prevenir este tipo de sucesos a futuro. Esas medidas coinciden con lo que más tarde se convertiría en la idea del panóptico, como principio ideal de vigilancia. Sin embargo, creo que la confrontación con la actual pandemia pone en evidencia, efectivamente, el comienzo de una nueva era de la vigilancia, una más vinculada a lo digital.
¿Qué consecuencias puede traer una hipervigilancia social como la que propone China?
En China se está implementando un tipo de vigilancia que tiende a controlar de manera absoluta el comportamiento de las personas, con la ayuda de dispositivos de alta tecnología. El Estado ha desarrollado un sistema de crédito social que califica a la gente en función de cuán apegado es su comportamiento a las exigencias establecidas desde el poder. Las personas que no logran los puntajes necesarios están privadas de movilidad y de contacto con los otros. Una especie de encierro al aire libre. Estamos hablando de un sistema que funciona a través del chantaje y el miedo que significa quedar excluidos de los beneficios estatales.
¿Qué puede pasar con los cuerpos en este contexto de vigilancia extrema?
En este contexto, lo lúdico estaría totalmente descartado de los cuerpos. Lo lúdico no funciona con base en patrones establecidos sino en una suerte de libertad y de movimiento en el espacio. Lo lúdico sería un factor que podría desafiar a este nuevo orden de extrema vigilancia, porque abriría la posibilidad de lo que no se puede predecir. Daría lugar a lo no calculable y esperado.
¿Cuál va a ser el papel de la inmunidad en esta nueva era de la vigilancia?
A través de estos nuevos sistemas de vigilancia quien se inmuniza es el poder. Se dota de una fuerza inmunitaria tremenda, porque es capaz de determinar y dirigir los comportamientos hasta conseguir un determinado fin. Puede descartar, excluir o marginar a ciertos cuerpos que se salen de los patrones de comportamiento que se esperan. Esa inmunidad anula la alteridad y suprime la posibilidad del otro. A nivel de la sociedad, estos dispositivos de vigilancia algorítmicos pervierten la posibilidad del contacto libre con los otros y, por lo tanto, imposibilitan lo que se entiende por comunidad, sin lo cual es imposible pensar en el amor y en la filia, que es el sentido de la política, y que a su vez es el sostén de esa idea de comunidad.
En principio, la vigilancia y el control aumentan porque se tiene miedo al cuerpo del otro. ¿Qué otros temores se esconden detrás de esta nueva faceta de la biopolítica?
Hay que recordar que el contacto eventual, fortuito y azaroso con el otro es lo que entraña que yo me modifique. Esta inmunidad que se quiere alcanzar con estos sistemas de vigilancia, lo que produce es una inmovilidad tal que puede ser equiparada con la muerte. En las sociedades en las que se ha instituido esta especie de dictadura digital se orienta a que las personas vivan recluidas. A que cada cual se ocupe de lo suyo. Ahí se pierde el sentido de la comunidad. Se renuncia a la posibilidad de inventar el porvenir. La libertad es la premisa de la política, no se accede a ella para alcanzarla. En la medida en que se es libre se despliega su ámbito.
¿Qué es lo que no se puede permitir en nombre de esta voluntad de vigilar todo y a todos?
Lo que no nos podemos permitir es renunciar a la hospitalidad y a que se nos imponga una vida que se sostenga en el miedo. En un miedo permanente vinculado a ese posible contacto con el otro. Tampoco podemos permitir que se nos coaccione a tomar determinado tipo de comportamiento, para ver si lo cumplimos o no. Se nos está imponiendo un tipo de obediencia altamente peligrosa, que es la que funciona con base en el chantaje. Lo que tiene que propiciarse es un tipo de obediencia en la cual yo sea responsable de las decisiones que tomo y eso está vinculado con el sentido de la hospitalidad. La hospitalidad quiere decir que yo soy el rehén del otro, es decir de alguna manera yo soy responsable del otro. Si tengo que adoptar cierto tipo de medidas tiene que ser por esa consideración y vínculo ético con el otro. Lo otro es obligar a que actuemos como máquinas, de manera irreflexiva, empujados por el temor a la sanción.