En la pantalla gigante se despliega un mapa con una marea multicolor. El tono rojo, señal de incremento de la temperatura del agua, se concentra hacia el norte de Ecuador. Al pie de nuestras costas domina un amarillo encendido.
En el Centro de Monitoreo Oceánico, en la Base Naval Sur de Guayaquil, todas las miradas apuntan al Pacífico, donde se está gestando un probable fenómeno El Niño. En esta sala,
la vigilancia es minuto a minuto, las 24 horas del día.
El capitán Juan Carlos Proaño, director del Instituto Oceanográfico de la Armada (Inocar), explica que usan desde satélites hasta diminutos robots submarinos para controlar la temperatura y otros parámetros relacionados con el comportamiento de El Niño, caracterizado por el aumento de la temperatura del mar.
Los planeadores o gliders, de unos 2 metros de largo, son los equipos más modernos. “Hacen una labor similar a la de un buque -explica Proaño-. Se les programa una ruta, navegan autónoma y ecológicamente hasta 500 m de profundidad y en tres o cuatro horas emiten información en tiempo real”.
En abril pasado fueron desplegados cuatro de estos robots submarinos en Galápagos. Los gliders permiten realizar estudios biológicos. Por ejemplo, en el 2013, cuando fueron activados por primera vez, aportaron datos sobre la subcorriente ecuatorial de Cromwell, responsable de la generación de alimento para las especies del archipiélago y que podría sufrir variaciones con un fenómeno de El Niño.
Los satélites son otra herramienta para obtener información en tiempo real. El domo, un receptor redondo instalado sobre uno de los edificios del Inocar, captura las imágenes directamente de los satélites NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU.), Terra y Aqua.
Cada vez que pasan sobre Ecuador se extraen datos de la temperatura superficial del mar, clorofila, carbono orgánico y sólidos suspendidos en la zona ecuatorial. Luego son procesados en mapas digitales que se actualizan cada 15 días. Esta vigilancia es parte del proyecto Módulo de Observación Satelital del Pacífico Oriental (Mosarg), una red regional de control océano-atmosférico.
A esto se suman las boyas. Al menos tres tipos de ellas aportan al monitoreo de El Niño.
Las Argo son similares a pequeños cohetes. Se sumergen hasta 600 m, retornan a la superficie y emiten registros de temperatura, salinidad y corrientes, que posteriormente son descargados a través del proyecto ODV, un ‘software’ de visualización de datos.
Existen 3 607 boyas Argo desplegadas en los océanos del mundo, que realizan análisis en hasta 2 000 m de profundidad. Los equipos son controlados por la NOAA y el Inocar tiene acceso a la información de aquellos cercanos a Ecuador.
Las boyas derivadoras arrojan datos similares. Al país han llegado 25 y son lanzadas periódicamente. Sin embargo, esta tecnología no está libre de obstáculos, pues algunas han caído en redes de pescadores.
Las boyas de olas, ubicadas en La Libertad (Santa Elena) y Manta (Manabí), no son solo una advertencia. Sus registros de temperatura superficial del mar ayudan a detectar variaciones más cerca de las costas. Estas boyas operan con paneles de energía solar, tienen un termómetro digital y emiten información cada hora.
El buque de investigaciones Orión -otra pieza clave en este monitoreo- tiene cuatro laboratorios y arribó la semana pasada. Y aunque su misión fue hacer estudios para la extensión de la plataforma continental ecuatoriana se aprovechó para hacer un mapeo de la temperatura.
El capitán Carlos Zapata, quien fue parte de la tripulación, explica que en septiembre el Orión zarpará para enfocarse en la incidencia de El Niño en el Pacífico ecuatorial. Ese estudio utilizará equipos como la roseta multimuestreadora, que toma muestras a distintas profundidades (hasta 700 m).