Las clases se dictan en el taller de Nicolás Sinaluisa, en Yaruquíes. Asisten los estudiantes del séptimo año. Foto: Glenda Giacometti/EL COMERCIO
Las puntadas y técnicas puruhaes para tejer ponchos, rebozos, shigras (bolsos) y otras prendas de vestir se conservan en el taller de costura de Nicolás Sinaluisa y su familia. Ellos son los instructores de los estudiantes del Instituto Adolfo Kolping, en Riobamba.
Los niños del séptimo año acuden tres veces por semana para aprender el oficio antiguo de sus padres: el tejido. Ellos aprenden cómo anudar los hilos de colores para formar figuras, también a manufacturar textiles en telares y a bordar.
La escuela funciona en Yaruquíes, una parroquia situada a cinco minutos de Riobamba. Allí se educan 300 jóvenes oriundos de 13 comunidades de Chimborazo.
Antes, en esa zona la tradición artesanal estaba muy arraigada, pero empezó a desaparecer cuando las industrias textiles coparon el mercado. Hoy hay muy pocos tejedores.
El taller de tejidos típicos andinos es una de las tres opciones que ofrece el instituto para la formación práctica de los estudiantes. Otras opciones son cocina, construcción y montaje de muebles y construcciones metálicas.
“Los niños no solo desarrollan su motricidad, sino que también se identifican con su cultura y aprenden el oficio de sus padres”, dice Sinaluisa.
En las clases, los chicos aprenden cómo tejer en los telares de cintura que utilizaban antaño los artesanos de Cacha. Ellos eran reconocidos por los patrones complejos y coloridos de las fajas, wangos, rebozos, chalinas, anacos y ponchos que tejían combinando hilos de tonos distintos.
Los chicos también diseñaron nuevos telares de madera para elaborar otras prendas modernas, utilizando las mismas técnicas andinas. Ellos manufacturan prendas de la vestimenta indígena originaria, pero también comercializan nuevas creaciones, como chales de diseños modernos, cobijas, entre otras.
“En todas las casas de Cacha y de las comunidades de Yaruquíes había el conocimiento de los tejidos artesanales. Pero cuando aparecieron las grandes fábricas que trabajan con hilos sintéticos se abarataron los costos y los artesanos perdieron vigencia”, explica Carmen Sinaluisa, una docente.
Además, los jóvenes migraron a las ciudades para trabajar y educarse, y perdieron el interés por aprender las técnicas artesanales de sus padres. Algunos conocimientos, como la fabricación de sombreros con lana de borrego, están por desaparecer.
Sinaluisa empieza su clase mostrando un poncho de cerca de 100 años de antigüedad, los colores están nítidos y el entramado de los hilos está intacto. Además, tiene pequeñas figuras, como chakanas (cruz andina), animales, rombos, entre otros.
“Los antiguos no tenían libros, pero plasmaron sus conocimientos en sus tejidos. Cada figura representa un elemento de la cosmovisión de nuestra cultura. Es un conocimiento tan avanzado que aún no ha podido ser decodificado”, dice a sus estudiantes.
Él explica que los cuatro colores básicos que se usan recurrentemente en los tejidos puruhaes representan los elementos sagrados. El azul, por ejemplo, se usa para la atmósfera, el aire y el agua. El rojo es para representar el fuego, la fortaleza, el coraje y la autoridad, también se usa el verde y el fucsia para representar a la flora y a la fauna.
“Mis padres están felices de que asista a estas clases. Ellos ya no tejen, pero me cuentan que antes vendían las prendas que fabricaban en el mercado”, dice Mario Choto.