Gracias a las políticas ambientales de la década de 1980, el florecimiento de los guayacanes se convirtió en un atractivo turístico y no solo en una excusa para atraer a los madereros.
‘Se estima que al menos el 50% de los ecosistemas de bosque seco tropical han desaparecido por causa de la intervención humana, principalmente debido a la extracción de productos forestales y la deforestación”. Esta es una de las primeras impresiones de un estudio publicado en la revista Neotropical Biodiversity y en la que participaron investigadores de la Universidad Nacional de Loja (UNL) y de la Humboldt State University.
Los especialistas sometieron a los ecosistemas del sur del Ecuador a distintos escenarios que podrían afectar a la flora local a largo plazo.
El ecuatoriano Nikolay Aguirre, quien encabezó esta investigación, explica que el bosque seco tropical ha sido uno de los menos estudiados del país. Por ello, su equipo en la UNL lleva aproximadamente 10 años revisando datos sobre la distribución de las plantas para determinar su salud y principales amenazas.
En su modelización, los investigadores trabajaron sobre cinco plantas: Cavanillesia platanifolia, Cordia macrantha, Erythrina velutina, Handroanthus chrysanthus y Terminalia valverdeae. A estas se las sometió a posibles escenarios, como cambio climático, desertificación, variación en el uso de los suelos, fragmentación, minería, incendios, etc.
Para los investigadores, estos modelos determinaron que el estrés ambiental podría afectar a los nichos ecológicos de cuatro de las cinco especies. Tan solo la Cavanillesia platanifolia, también conocida como pigio en la región, lograría aumentar su población en las próximas décadas.
Para Aguirre, estos modelos son importantes, además, para entender la situación por la que atravesaron especies como el guayacán. Explica que en la década de los setenta, en Loja y El Oro hubo un alto índice de explotación de la especie, lo cual cambió el paisaje de las zonas donde estaba ubicado. Su madera era requerida principalmente para el parqué. A finales de esa década, se declaró en veda a la especie, por lo cual se recuperó satisfactoriamente en las zonas más afectadas por los madereros.
En el documento, los científicos afirman que los modelos expuestos deberán servir como base ante la toma de decisiones sobre la declaración de nuevas reservas de bosque. De acuerdo con Aguirre, este trabajo dimensiona no solo lo que sucederá de cara al cambio climático, sino que es también una oportunidad para revisar las políticas que se tomaron para cuidar del guayacán, por ejemplo, y mejorar la gestión de recursos protegidos.