María Concha tiene 18 años y tiene claras dos metas en su vida. Terminar sus estudios universitarios y ayudar a los niños que trabajan en las calles, como lo hizo ella desde que tenía 10 años.
Ella es oriunda de Esmeraldas y recuerda que su infancia fue difícil. Trabajaba y estudiaba.
En el mercado municipal pelaba cebollas y en las tardes se dedicaba a las clases. Este trajín lo vivió cuatro años, hasta que, a los 14 años, se integró al programa Proniño de Telefónica, que opera en el Ecuador desde 1998.
El aporte que empezó a recibir de un promedio de USD 130 anuales le permitió pagar sus estudios y dejar el trabajo. Esa fue y es hasta hoy la primera meta que se formuló. Ella retribuyó la ayuda con buenas calificaciones. Fue la abanderada de su colegio y ahora cursa el primer año de Ingeniería Química en la universidad.No puede contener las lágrimas cuando habla de su segundo objetivo en la vida. “Quiero ayudar a los niños que están en la situación que yo atravesé. Es algo que debo hacer en agradecimiento”.
Ella continúa siendo parte de este proyecto impulsado por Telefónica y que actualmente entrega becas escolares a 23 000 niños. La inversión es de al menos USD 3,9 millones anuales.
Los 200 jóvenes que ya concluyeron el bachillerato realizaron un primer encuentro esta semana en la capital. De esta cantidad, 150 son universitarios y los otros 50 están por escoger su carrera.
En esta cita también participó Rafael Ortega. Él tiene 20 años y nació en Riobamba.
El joven de tez trigueña y ojos oscuros dijo que por la falta de recursos económicos en su hogar tuvo que trabajar desde los 14 años. En las mañanas iba al colegio y en las tardes se dedicaba a la carpintería. “Tenía que ayudar con dinero para mi casa. Colaborarle a mi mamá. Mi papá murió cuando tenía siete años”.Rafael ahora estudia Gastronomía y su sueño es viajar al exterior para especializarse. Dijo estar agradecido, pues este programa le ha permitido estar en mejores condiciones para buscar un mejor empleo y ayudar en su casa.
La idea de viajar al exterior también mantiene a Marco Baquer con expectativas. Este guayaquileño de 22 años empezó a laborar a los 13 años limpiando casas. Lo hacía en las tardes.
Las noches las dedicaba a las tareas escolares. La necesidad por ayudar en su hogar lo motivaron a buscar urgentemente trabajo.
Pero eso no fue una excusa para dejar de aprender en las aulas. Ahora estudia Ingeniería Comercial. Y por su carácter extrovertido y su liderazgo también se introdujo en el voluntariado y algunos proyectos sociales.Participó en una organización para jóvenes donde le enseñaron política e informática. También organiza conciertos y talleres dirigidos para niños y jóvenes. “Daba clases de informática como voluntario en el programa Panitas en Guayaquil. La ayuda no ha sido solo económica, sino también psicológica y de motivación”.
La facilidad para hablar en público y el entusiasmo por participar en talleres de motivación y actos dedicados a la juventud también la comparte David Sagnay.
El es quiteño y tiene 22 años. David recordó que cuando trabajaba desde los 10 años como betunero y vendedor ambulante estaba expuesto a los constantes riesgos y peligros de las calles.
Él recuerda que en su hogar no había dinero suficiente para comprar los útiles escolares.
Por eso tenía que salir todos los días a buscar qué vender o a lustrar zapatos. Al contar su historia se le corta un poco la voz. Pero enseguida se repone y dice entusiasmado que su situación cambió. Esos días difíciles pasaron… “Soy otra persona porque estudio lo que me gusta y quiero seguir un posgrado en el exterior”. Ahora este joven cursa Administración de Economía y Finanzas.
fakeFCKRemoveEl mismo sentimiento tiene Diana Masías de 22 años. La joven de ojos cafés claros y cabello ensortijado fue parte del primer encuentro. Para Diana esa fue una oportunidad de conocer a más jóvenes que también vivieron experiencias similares a las que ella vivió de niña.
Ella trabajaba limpiando al igual que Marco. La falta de recursos económicos siempre fue un limitante para que pudiera dedicarse únicamente a las tareas.
Ella comentaba que trabajar y a la vez estudiar le traía complicaciones, sobre todo en sus estudios. Al ingresar al programa el apoyo financiero la ayudó a trabajar menos horas en la limpieza de casas y dedicarse más a sus deberes.
Ella está agradecida con el programa y también sueña con ayudar a los niños que trabajan. Encontrar a más jóvenes con los cuales compartir sus experiencias le resultó satisfactorio y emocionante. “Eso te motiva para seguir adelante e incluso para ayudar a más personas que todavía están en esa misma condición”.
El objetivo de este programa es dar un seguimiento a los jóvenes para acompañarlos hasta que terminen sus estudios superiores y consigan un trabajo.