Schubert Ganchozo rodeado de sus creaciones en su taller del centro de Guayaquil: guitarras de triple mástil, guitarras-arpas y una gama de tambores y marimbas de bambú. Foto: Enrique pesantes / EL COMERCIO
Como montuvio vivió el peso de la estigmatización, incluso dentro de su familia. En los últimos años ha trabajado en talleres de producción de nuevos instrumentos musicales de caña guadúa en comunas de Guayas y Santa Elena.
Con ellos estudia la continuidad musical de la Cultura ‘Guancavilca’, un proyecto que se convertirá en su decimosexta producción discográfica. El músico y cantautor guayaquileño Schubert Ganchozo aterriza el concepto de estigmatización en el contexto que conoce.
Y rebate la noción de barbarie, el estigma que puede recaer en una población como Posorja, tras el linchamiento que terminó el mes pasado con el triple asesinato de supuestos ladrones, denunciados en un inicio como secuestradores de niños.
¿Podríamos comenzar ensayando una definición de qué es estigma?
La primera connotación es religiosa, el estigma es una suerte de milagro, una marca dolorosa que aparece en el cuerpo de los santos, signo de las heridas que sufrió Cristo en la pasión. Y viene la contraparte, el estigma relacionado a la marca con hierro al rojo vivo con la que se marcaba un cuerpo como un signo de esclavitud, por ejemplo, una marca de degradación. Estuvo relacionado con la propiedad privada.
¿Se puede entender como rezago del colonialismo?
Creo que de cierta forma seguimos siendo una sociedad feudal, desde el poder se asume a la colectividad como una hacienda y eso es más patente en el caso de las comunas, alejadas de las ciudades, como en el caso de Posorja (parroquia rural de Guayaquil). Hay una prevalencia de rezagos feudales en la relación de centros administrativos y pueblo, el Municipio a nadie le pregunta si le gusta una escultura de manos deformes o si queremos piletas.
¿A quién le cuestionan eso? A nadie. “Yo –el poder- decido desde lo vertical que ‘eso es’”. En las comunas es peor porque tampoco llega la justicia.
¿Cómo un suceso como un linchamiento masivo puede ahondar en el discrimen hacia un grupo social?
En 1621 los indígenas fueron recluidos en pueblos de indios en la costa, en cuatro reservaciones: Colonche, Chanduy, Santa Elena y Chongón. Nos hemos olvidado de eso, pero cuando llego a Chanduy o Chongón siento que me están viendo, vigilando. Desarrollaron formas de supervivencia, sus mitologías fueron silenciadas para que la otra sociedad no los siga estigmatizando.
¿Se autocensuraron?
Tuvieron que encerrarse para evitar el genocidio. Esa cadena de injusticias se extiende hasta ahora y está presente en las luchas por los territorios en las comunas de Engabao, de Posorja o de Libertador Simón Bolívar, tierras que les fueron expropiadas.Y se siguen queriendo apropiar de la poca riqueza de las comunas, de lo que están explotando ahora que es el turismo. La explicación es que las tierras fueron vendidas por un fulano, pero esas tierras no son propiedad de la directiva de la comuna, son propiedad de todos los comuneros, la organización les presta un territorio a los mismos comuneros, ese es el concepto.
¿Ese proceso de injusticia explica algo como el linchamiento masivo?
Es una acumulación de discrimen. Lo otro es que al interior de las comunas hay leyes internas, una organización que implica que la directiva ejerza justicia y control del territorio, como un mecanismo de autoprotección. Ocurre también en las comunas andinas donde tienen sistemas de castigo. En las comunas hay un sistema de seguimiento comunal. Cuando una comuna acusa a alguien de algo tan serio no hay que tomarlo a la ligera, porque detrás suele existir una investigación de campo, un seguimiento colectivo. No sé hasta qué punto se equivocaron con personas inocentes de lo que se les acusaba, tengo mis reservas.
¿Entonces qué tanto tiene que ver el prejuicio y el desconocimiento del otro en los roles de estigmatizador y estigmatizado?
Siempre tiene que existir un bueno y un malo, depende de la información para decidir qué papel ocupas. La sociedad simplemente juzga, a menudo con desconocimiento o no del todo informada. Lo otro que hay que reflexionar es la desazón y el desapego que tienen las comunas ante la justicia institucional, en la que no se tiene ninguna esperanza. Bajo esa perceptiva están erizados ante los peligros de los asaltos, porque son gente que no tiene defensa. Hay comunas donde no existe ni un solo policía.
¿Es irónico que solo el estigma dé tanta visibilidad?
Totalmente. Es horrible que solo con este tipo de hechos, la gente se dé cuenta de que existe Posorja. Qué lastima que la sociedad mayor vea a Posorja por el estigma de ser unos bárbaros. Los otros son los bárbaros, pero dejarlos encerrados en cuatro pueblos y quitarles sus tierras, eso no es un acto de barbarie histórica, es un acto ‘legal’, nos justificamos con una supuesta legalidad.
¿Denigrar eleva la estima al estigmatizador?
Claro, lo pone en la posición de juzgar al otro y de sentirse superior. El problema es que no se suele ofrecer esa contextualización, esa otra cara, se muestra directamente el hecho y ahí quedó todo.
¿Cuál sería el camino para luchar contra el estigma?
Se están haciendo cosas bien, por ejemplo con los segmentos de interculturalidad, donde obligan a los medios a que tengan una visión desde las periferias, ayuda al conocimiento del otro. El Estado debería acercarse más, y tiene escrito lo que debería hacer, pero no lo hace. Las universidades públicas deberían tener más trabajos de investigación y antropología, el Estado se queda huérfano de ese conocimiento, porque sus instituciones están divorciadas de lo que pasa en los territorios.
¿Usted, que se autodefine como montuvio, sintió la carga del estigma?
Cuando pequeño sí. Yo nací en Guayaquil, pero mi padre es manabita, de Calceta, y mi madre es de Los Ríos, de San Juan. Y hubo un tiempo de estigmatización, decir montuvio años atrás era sinónimo de decir iletrado, montaraz, sin ningún valor y educación. Al interior de mi casa cuando hacías algo mal, te decían: ‘pareces montuvio, bruto’, como algo de lo que había que avergonzarse. Mi madre hasta ahora lo usa, aunque ella también es montuvia. Lo que pasa es que en los últimos años reivindicamos nosotros mismos la palabra montuvio, comenzamos a tener orgullo. Pero como lo montuvio no es una etnia genética sino cultural se transmuta más rápido.
¿Las propias denominaciones de cholo pescador y montuvio han sido usados contra estos pueblos como estigmatizantes?
Sí, hay una carga peyorativa y siempre fue así. De hecho ahora en las comunas ‘guancavilcas’ se está peleando por el estigma de cholo, porque no son cholos. Cholo es una categoría que viene de una etnia peruana, es un cusqueñismo. Hay un movimiento en las redes en donde dicen somos ‘guancavilcas’ y escrito con ‘g’, porque es nuestra designación, no con ‘h’. Con ‘g’ como Guayaquil, como Guayas, como guasango, guachapelí, guayacán o guaba, todos con ‘gua’. Los montuvios tenemos ese reconocimiento en la ley porque lo peleamos, somos una cultura del mestizaje; ahora los comuneros peninsulares de herencia ancestral están peleando por autodefinirse como ‘guancavilcas’.
¿El tema del discrimen también se presenta hacia manifestaciones culturales, como hacia la marimba, por ejemplo?
Cuando daba clases había unos estudiantes afros que seguían producción musical pero hacían hip hop. Ya con más confianza les pregunté de dónde eran, venían de Borbón. Y les pregunté si tocaban marimba o si habían bailado esa música, algo que fueron renuentes a reconocer. Les propuse fusionar su música con los instrumentos tradicionales y resultaron trayendo cununos y marimbas, que sabían tocar. Hicieron un rap con las marimbas. Ellos ocultan sus raíces cuando están en la urbe, porque la cultura mayor los estigmatiza y porque tampoco hay amor propio. Pero el arte es la mejor manera de poder conocer míticamente a los otros.