El viaje se realiza en canoas que también se usan para pescar. Foto: Marcel Bonilla / EL COMERCIO
Los habitantes de 11 comunidades afro que están a orillas del río Santiago, en Eloy Alfaro, norte de la provincia de Esmeraldas, muestran sus costumbres ancestrales a través de una ruta turística.
Las canoas que se utilizan para navegar por el afluente son fabricadas en los patios de los habitantes de las comunidades. Su construcción es uno de los atractivos que se muestra a los visitantes.
La travesía se inicia en la población de Selva Alegre y pasa por comunidades como La Alajita, Picadero, Chanusal, Guayabal, Palma Real, Zapote, Playa Nueva, Playa del Tigre, Angostura y Playa de Oro.
Allí se conservan tradiciones como brindar la bala de plátano, una comida típica que se prepara sobre una piedra extraída del río; o el dulce caña de azúcar, que se cultiva en los pequeños huertos.
A lo largo del río, los turistas pueden observar las minas de piedras que son arrastradas por la fuerza del río, el cual aumenta su caudal durante el invierno. Algunas piedras se usan para moler hierbas medicinales o como implementos para la cocina.
El uso de la piedra para hacer bocaditos de comida con plátano o dar forma a las bateas de madera -para la extracción artesanal del oro– llama la atención de los viajeros. Las mujeres aún recogen el metal precioso del afluente.
Jacinto Fierro, catedrático de la Universidad Católica de Esmeraldas, dice que esta forma de presentar las costumbres de los afroesmeraldeños enriquece esta ruta y permite conocer más de su cultura.
Lorena Ayoví, habitante de Guayabal, hace demostraciones del uso de estas piedras. Afirma que a los turistas les gusta el sonido que genera cuando se golpea el plátano, mientras preparan las balas.
Los comuneros no solo buscan demostrar su forma de vida, que aún conserva tradiciones ancestrales del pueblo afro. La idea es promover la conservación de los recursos naturales de la zona, afectados por la presencia de la actividad minera. El agua y la vegetación son las más perjudicadas.
“La actividad turística está orientada a generar conciencia entre los habitantes de las poblaciones afros, para recuperar la zonas contaminadas por la minería”, explica Ayoví.
Las expresiones artísticas complementan la ruta. Según Juan Ayoví, habitante de la comunidad Playa de Oro, en ocasiones cantan arrullos y chigualos después de explicar su origen a los turistas.
Durante el recorrido, los guías hablan de los primeros negros que habitaron en esa zona y cómo fueron liberados de la esclavitud. Esa es una de las razones por las que el viaje se convierte en un permanente canto con trovas de libertad, acompañadas de instrumentos como el bombo y las maracas, elaborados en las mismas comunidades.
Ya en las comunidades, los guías nativos muestran las bondades de cada población que visitan. Les cuentan sobre los métodos para la siembra de cacao y la pesca que se realiza con herramientas ancestrales, como la catanga.
En las 11 comunidades de la ruta aún se conserva la construcción de casas de madera. Ahí se mantiene la costumbre de permanecer debajo de las casas zanconas (altas), para ampararse del sol y mantener largas conversaciones familiares a la orilla del río, sitio en el que reciben a los turistas que llegan a visitarlos.
El destino final del viaje son las cabañas de Playa de Oro, que ofrecen servicio de alojamiento. Desde esa zona se preparan las expediciones para hacer caminatas en la Reserva Cotacachi-Cayapas.