Las plantaciones de cacao están cerca de la población Chachi de San Salvador. Foto: Marcel Bonilla / EL COMERCIO
Una espesa vegetación rodea la comunidad Chachi de San Salvador. Esta población está dentro de la Reserva Mache-Chindul, en Muisne, sur de la provincia de Esmeraldas. Desde una loma se observa una explanada con casas de madera y caña guadúa, características en la comunidad.
La neblina que cubre por la mañana el área de reserva oculta el poblado indígena de 150 casas, en donde llueve con regularidad. Los 800 habitantes de esta etnia han aprendido a relacionarse con la naturaleza, cuidando de sus bosques y el río que son la principal fuente de su sustento.
Al interior de la reserva, los chachis cuidan 9 000 hectáreas de bosque para evitar la invasión de colonos y la tala indiscriminada de madera, como ocurría hace 20 años. En ese trabajo se emplean nueve guardaparques de la comunidad instruidos por el Ministerio del Ambiente.
Cuando la comunidad requiere de madera para financiar sus actividades festivas, obtienen una licencia de aprovechamiento a través del Ministerio del Ambiente. Lo hacen cada año para juntar dinero y utilizarlo en la celebración de matrimonios y en la fiesta del Niño Dios, en diciembre, según lo explica Juan Añapa, gobernador del pueblo Chachi de San Salvador.
Los habitantes obtienen un cupo promedio de 600 m3 para el aprovechamiento de la madera, que les representa unos USD 1 500 que son usados por los priostes en las fiestas.
La conservación del bosque implica el desarrolló de un proyecto de turismo ecológico, en el que trabaja la comunidad con ayuda de profesionales de la misma etnia. Santiago de la Cruz, de la Unión de comunidades indígenas y campesinas de Muisne, dice que la propuesta turística estará terminada a finales de año. La idea es trazar una ruta al interior del bosque por donde los visitantes hagan turismo ecológico, pese a que existen senderos naturales en toda el área. En la propuesta se incluye caminatas para observar árboles grandes como el cedro o el laurel, y sentir el clima agradable al interior del bosque húmedo.
Las mujeres siembran en las colinas y cosechan el plátano que es parte de la alimentación diaria de los indígenas. Foto: Marcel Bonilla / EL COMERCIO
Actualmente solo turistas extranjeros llegan a la zona a recorrer esa parte de la reserva, porque les permite encontrarse con una cultura que conserva sus tradiciones en medio de la naturaleza.
Uno de los atractivos para los extranjeros es el centro ceremonial del pueblo Chachi, que está en medio de la comunidad y que fue construido con madera y caña guadúa (materiales típicos) del medio. Allí los indígenas realizan sus celebraciones navideñas y casamientos. En el mismo lugar, una cuerda que cuelga de la estructura del techo sostiene en el aire una marimba y dos bombos.
La instrumentación ancestral -elaborada artesanalmente con pieles de tatabra, caña guadúa y chonta- es usada para acompañar sus cánticos fiesteros.
Los chachis que están al interior de la reserva viven de la caza de guanta, guatín, tatabra, armadillo y venado, que son parte de su dieta. “La caza de animales ha disminuido desde hace 15 años con el objetivo de preservar las especies”, dice Ceferino Pianchiche, un educador chachi.
En invierno, cuando aumenta el río, se capturan especies como sabaleta, barbudo y mojarra. En verano, el afluente se seca y dificulta la navegación.
Durante la época invernal funciona el fogón que les permite usar la leña para asar el pescado en hojas de bijao, y hacer las tradicionales pandas de pescado.
Por eso en la unidad educativa Juan Lorenzo Añapa, donde hay 320 alumnos y 18 maestros, se enseña la importancia de conservar las especies. En este lugar estudian chachis, mestizos, afroecuatorianos y montuvios, quienes reciben ocho horas semanales de chapalá; lengua del pueblo Chachi.
Las mujeres chachis se encargan de enseñar su idioma a sus hijos en la casa o durante la recolección de materiales como el bejuco, para elaborar artesanías. Con la fibra natural elaboran canastas, abanicos, escobas y esteras, que se venden en Esmeraldas o a los turistas que los visitan.
También, utilizan las calabazas que recogen del campo para hacer recipientes, en los que almacenan agua fresca, obtenida del río Sucio que está junto al poblado.