Esmeraldas: En Caraño se conserva el bosque

La comunidad recorre constantemente el área. Foto: Marcel Bonilla/ EL COMERCIO.

La comunidad recorre constantemente el área. Foto: Marcel Bonilla/ EL COMERCIO.

La comunidad recorre constantemente el área. Foto: Marcel Bonilla/ EL COMERCIO.

Tras un recorrido fluvial de 45 minutos por el río Molina se llega a la población de Caraño, un recinto de la parroquia Mataje, cantón San Lorenzo, norte de la provincia de Esmeraldas.

Esa es una de las cuatro entradas a la zona de reserva boscosa de 1 000 hectáreas. También se lo hace por el recinto Cabeza de Pargo, Chimbuzal 2 y Carañito, todas vía fluvial, por donde se llega a cada uno de los predios del área.

Mientras se avanza río arriba, se deja el manglar y el agua salada para observar una franja boscosa que se divisa a lo lejos por su amplio verdor que se refleja en el espejo de agua.

El olor a hierba fresca invade el río del Molina, donde existe un camino de acceso a las casas de construcción de madera y trochas para llegar al bosque tras una hora de camino.

Ahí los árboles tienen un diámetro de cuatro metros y una altura de 25 metros. Los propios habitantes son los encargados las mediciones con el apoyo del equipo técnico del Ministerio del Ambiente.

Los comuneros del recinto Caraño son parte del programa Socio Bosque del Ministerio del Ambiente desde el 2008 y reciben USD 9 400, que es reinvertido en la comunidad para el fortalecimiento de los cultivos de cacao y plátano.

Ancestralmente, los comuneros tenían su propia normativa internas para la conservación de sus bosques como se los enseñaron sus antepasados.

Jon Nazareno, presidente del recinto Caraño, explica que sus ancestros no hacían tala masiva de bosque, sino por necesidad y bajo consentimiento de la comunidad. Ahí se encuentran especies maderables como chalviande, cuángare, laurel, entre otros.

Los comuneros ya no venden sus tierras ancestrales y no dan paso a la industria palmacultora, que está desplegada en todo el cordón fronterizo. “Hemos creado conciencia en cuanto al daño que puede producirnos la expansión del cultivo de palma, que genera un fuerte impacto al ambiente. Por eso estamos impulsando la conservación de otras área de bosque como lo hicieron nuestros ancestro”, señala Nazareno.

En el área de reserva están ubicadas 42 familias, pero en la comunidad existen 285 familias, unas 950 personas habitan de forma dispersa alrededor de 2 000 hectáreas que corresponden a su territorio.

El dinero que se recibe por la conservación también se emplea en el fortalecimiento de las fincas de los socios en temas como ampliación de fincas, construcción de casas, donación de semillas y la construcción de una oficina para manejar el proyecto de conservación forestal.

Las familias participan en las mingas comunitarias que permiten a los socios mantener el área en conservación, con accesos adecentados, senderos limpios y las mangas integrales, con la participación colectiva.

Máximo Vivero, habitante de Caraño, explica que los campesinos se dedican a la recolección de la concha, actividad que se realiza ancestralmente a 20 minutos río abajo, donde se une el agua salada con la dulce. Allí está la franja de manglar, en la reserva ecológica Mataje-Cayapas.

La agricultura es otra de las actividades. En esta zona se cultiva plátano y cacao para el consumo interno y para comercializarlo en el muelle de San Lorenzo, hasta donde los comuneros sacan su producción todos los fines de semana.

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