La poesía, una llama que se mantiene viva en el Ecuador

Mónica Ojeda, escritora guayaquileña. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

Mónica Ojeda, escritora guayaquileña. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

Mónica Ojeda, escritora guayaquileña. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

Ecuador es un país de poetas. La frase que rondó los círculos culturales y académicos del siglo XX sigue vigente a inicios de la segunda década del XXI, gracias a una generación heterogénea de autores, que ha encontrado reconocimiento dentro y fuera del país.

Nombres como el de Carla Badillo Coronado, Juan José Rodinás, Mónica Ojeda, Ernesto Carrión o María Auxiliadora Balladares, escritores nacidos a finales de la década de los 70 y comienzos de los 80, han sonado con fuerza en los eventos poéticos más importantes de Hispanoamérica, en ferias de libro y en sellos editoriales como Visor.

En esta editorial, que ha publicado la obra de Nicanor Parra, Octavio Paz, Silvia Plath, Ezra Pound o Fernando Pessoa, por nombrar un puñado de autores, se imprimió ‘El color de la granada’, libro con el que Badillo Coronado ganó el premio a Mejor creación joven, en la XVIII edición del Premio Loewe, del 2015. 

El libro fue escrito a partir de la película homónima del cineasta Sergei Paradjanov, en la que se retrata la vida del poeta armenio Sayat Nova. En el canto VII, la autora escribe: Esta religión que es la poesía nadie me la impone/aun en la vibración de una nota desafinada existo/y hay belleza en esta melodía incompleta/ porque incompleta fue mi vida/y sin embargo luminosa.

Los poetas de esta generación dialogan con escritores y artistas de todas las épocas. Mientras Badillo Coronado lo hace con la obra de Nova, un escritor del siglo XVIII, Rodinás, en ‘Yaraví para cantar bajo los cielos del norte’, lo hace con Banksy, el artista urbano más popular del siglo XXI.

El libro con el que este poeta ambateño ganó el Premio Casa de la Américas en poesía, el año pasado, comienza con la frase de Banksy que, de alguna manera, da cuenta de su trabajo poético: “Pintar algo que desafía las reglas de un país es bueno. Pintar algo que desafía las reglas de un país y las reglas de la gravedad al mismo tiempo es mejor”.

En su obra, el yo poético invita al lector a regresar su mirada al mundo de la lentitud y la contemplación. “Creo que sin ese espíritu de detención -dice- la poesía se vuelve una narración y se convierte en otra cosa. Pierde especificidad. Esa mirada contemplativa, esa introspección sobre ciertos elementos de la realidad es el ingrediente que hace de la poesía eso y no otra cosa”.

Ese espíritu de detención del que habla Rodinás está presente en ‘Historia de la leche’, de Ojeda, a través de un yo poético que se convierte en un faro que ilumina las relaciones entre padres e hijos. La luz que lanza esta autora desgarra y conmueve con la misma fuerza. En uno de sus poemas más comentados dice: Solo construimos nuestra sangre/cuando la limpiamos/de familia.

Como la mayoría de poetas de esta generación, Ojeda no reniega de los autores que estuvieron antes y que abrieron camino. En este libro, por ejemplo, recuerda a Efraín Jara Idrovo, a través de una frase ‘acuática’, como no podía ser de otra manera, si se quiere recodar al más ‘insular’ de los poetas ecuatorianos. “Como a la playa la marea debías sobrepasarme/pero tu muerte crecía más rápido que mi amor/delicada espina de erizo.

Uno de los poetas que ha puesto énfasis en ese diálogo generacional es Andrés Villalba Becdach, el editor de la colección ‘El almuerzo del solitario’, un proyecto editorial del Centro de Publicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

En este proyecto editorial, que comenzó en el 2018, se han publicado más de 10 antologías de autores como Gonzalo Escudero, Sonia Manzano o Fernando Nieto Cadena. Estos textos tienen estudios introductorios de autores jóvenes.

En ‘Atrás de mí queda un barrio a oscuras’, la antología de Cadena Nieto, Rodinás destaca que frente a la seriedad que ha caracterizado a la poesía ecuatoriana, el autor guayaquileño posee “detalles cómicos que sabotean el patrón patrimonial o aséptico y falsamente universal de gran parte de la poesía ecuatoriana”.

Esa falta de asepsia está presente en la obra poética de Ernesto Carrión. El guayaquileño está entre los más prolíficos de esta generación. Desde el 2002, cuando publicó ‘El libro de la desobediencia’, ha escrito 11 poemarios, que comprenden el tratado lírico ‘ø’ (símbolo del vacío). que está dividido en tres tomos: ‘La muerte de Caín’, ‘Los duelos de una cabeza sin mundo’ y ‘18 Scorpii: abiogénesis’.

Estas obras llevan al lector a un descenso a lo más profundo de la existencia humana, un mundo que ha desgranado a través de versos que le han merecido, en tres ocasiones, el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade.

En ‘Manual del ruido’, su último poemario, ahonda en la banalización en la que ha caído cierta poesía, a propósito del ‘boom’ de las redes sociales. “Es una voz que habla a los poetas del año 2214 y les explica que no pueden seguir bebiéndose sus copas de vino y viviendo en las nubes, porque la poesía ya está muerta”.

Evitar esa muerte es lo que precisamente se ha propuesto, consciente o inconscientemente, esta generación de poetas. Ellos saben que un poema, a diferencia del resto de géneros literarios, todavía puede ser refugio y patria o como dice Ojeda, un cráneo de leche.

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