El autor cubano fue creador de una de las novelas cumbres de la literatura latinoamericana.
Guillermo Cabrera Infante era un poeta. En rigor, no lo era. No escribía en verso. No publicó un libro de poemas. Pero era un poeta. Trabajaba la palabra intensamente como suelen hacerlo los poetas. Y -si se quiere- era un maldito.
El autor cubano de una de las novelas cumbres de la literatura latinoamericana, Tres Tristes Tigres, vivió las dos expatriaciones posibles: la de su lugar de nacimiento, Cuba, y la de la cuna de su lengua, España.
Cabera Infante fue un escritor proscrito en Cuba y en España. No se lo leía bajo el régimen castrista ni el franquista. Fue prohibido por distintas razones: traidor a la patria, para los comunistas; un inmoral, para los falangistas. Tiene la talla absoluta de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos.
Pero cuando él publicó Tres Tristes Tigres, en 1968, sus contemporáneos de la región eran de la izquierda, que tiene en sus manos, como se sabe, el capital cultural de nuestros países. Cabrera Infante, en cambio, se encontraba en Londres, ciudad que lo acogió como exiliado del castrismo, al que consideraba una farsa; Vargas Llosa comenzaba su tránsito hacia el liberalismo.
Pero la biografía de Cabrera Infante pudo ser otra si hubiese sido obsecuente. Fue hijo de comunistas. Durante la dictadura de Fulgencio Batista, se le consideró un escritor obsceno, y se lo censuró y publicó con el seudónimo G.
Caín. Fue funcionario cultural en los primeros años de la revolución. Pero ese romance duró poco. Como director del suplemento literario del diario oficialista Revolución, participó en el debate por el cual el Régimen censuró una película que retrataba la vida nocturna de los habaneros. La revista tuvo que salir de circulación y Cabrera Infante fue enviado como agregado cultural a Bruselas.
Era, de algún modo, su primer exilio, un castigo. Al volver a la isla por la muerte de su madre, en 1965, fue detenido por unos meses y se marchó al exilio definitivo. España fue el lugar en donde pensó vivir. Pero eran malos tiempos para la cultura. Él creyó que sería una dictadura “olvidadiza”, pero la policía política del Generalísimo no pasó por alto los artículos que publicaba contra él en esa revista cultural ‘Lunes de revolución’. Recaló en Londres, ciudad que le había fascinado porque le habían tocado unos días soleados. Y fue allí donde murió, hace 15 años, el 21 de febrero, sin volver nunca a Cuba. Y si bien es el escritor de lo ‘habano’, y quería regresar, nunca lo haría “en el primer vuelo”, decía, si alguna vez caía Fidel Castro.
En 1967 se publicó la primera edición de ‘Tres Tristes Tigres’ -él la llamaba TTT-, novela que es un retoque de ‘Vista del amanecer en el trópico’, con el que, en 1964, había ganado el premio Biblioteca Breve, de Seix Barral.
Originalmente, la novela se titulaba ‘Ella cantaba boleros’, nombre que quedó en forma de capítulos recurrentes en TTT. Hace tres años, por las cinco décadas de aparición, fue publicada una edición homenaje en la que se incluyeron los documentos de la censura que el franquismo le impuso, tanto a ‘Vista del amanecer en el trópico’ como ‘a Tres Tristes Tigres’.
La censura de ‘Vista…’ -contaba Miriam Gómez, su esposa-, fue en realidad “una bendición porque cuando Guillermo llegó a Cuba de nuevo se dio cuenta de que había que cambiar el libro”. ‘Vista…’ era “la celebración del cambio en Cuba, la noche habanera, (pero) se dio cuenta de que todo era un fracaso, un horror. Él prefería morirse que seguir allí”, añade Gómez.
Se confirmó con ello su condición de proscrito por partida doble. No se lo pudo leer en Cuba ni en España. Pero los ejemplares circulaban clandestinamente. En La Habana, se lo conseguía a cambio de comida y con el riesgo de ser detenido, como le ocurrió a una profesora jubilada -quien también fue obligada a pagar una altísima multa por leer “literatura subversiva-, con ‘La Habana para un Infante difunto’, una novela autobiográfica de los años en que Cabrera Infante pudo vivir en la isla.
‘Tres Tristes Tigres’ es una novela fascinante, pero difícil de leer, algo propio de la estética de los narradores de aquellos años: no hacerle fácil la tarea al lector, hacerlo un “cómplice”, como decía Cortázar. Aunque, como dijo el mismo Cabrera Infante, “uno no piensa directamente en el esfuerzo del lector, si no, no escribiría (…) No me preocupa el destino del libro como para inhibirme a la hora de escribir”, dijo en una entrevista del 2002.
TTT es el relato de la noche habanera, el deseo y el erotismo, los cabarés, la música (pareciera que los pasaportes cubanos tuvieran pentagramas en lugar de letras), el cine, la literatura. Son cuatro personajes (un músico, un actor, un fotógrafo y un escritor) que andan buscando algo -no se sabe bien qué, muy probablemente la vida-, y de las mujeres que son el símbolo de la belleza y el deseo, como si fueran actrices de cine, quizá la pasión mayor de Cabrera Infante.
“Como la respiración, decía, todo el mundo tiene ritmo como todo el mundo tiene sexo y ustedes saben que hay impotentes, hombres impotentes, decía, como hay mujeres frígidas y nadie niega por eso la existencia del sexo, decía, nadie puede negar la existencia del ritmo, lo que pasa es que el ritmo es como el sexo una cosa natural, y hay gente inhibida, decía esa misma palabra, que no puede tocar ni bailar ni cantar con ritmo mientras hay otra gente que no tiene ese freno y puede bailar y cantar y hasta tocar varios instrumentos de percusión a la vez, y lo mismo pasa con el sexo que los pueblos primitivos no conocen ni la impotencia ni la frigidez porque no tiene pudor sexual”, se lee en la novela.
Lo que seduce de esta obra -y he aquí lo poético- es su tonalidad, el cómo repercute el lenguaje cubano, sin llevarlo al exceso. Un lenguaje colocado ahí como un experimento constante. El lector se enfrenta a la lengua de la ‘habanidad’ y un sentido del humor extraordinario. Nada más exquisito en este sentido que el sexto capítulo , “La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos, años después -o antes”.
Todas esas versiones son ‘escritas’ por autores como José Martí, José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, entre otros. Y aquí radica la genialidad de su talento: si bien el lector podrá sonreír en esas 39 páginas, es notorio ese laborioso trabajo de ser fiel hasta la burla de esos escritores consagrados de Cuba.
Fui un autor censurado por “la moralina” cubana y española, decía Cabrera Infante. En estos tiempos de radicalismos, probablemente no pocos pensarían en ella . Pero como él decía, el exilio fue lo que le permitió ser un escritor. Sí. Era un poeta, y como todo poeta, repudiado por los dictadores.