Un episodio cruento y sus entretelones

15 de noviembre de 1922: obreros caminan en una de las calles de Guayaquil. La marcha sentó un antecedente histórico en las luchas nacionales. Foto: Archivo histórico del Guayas

15 de noviembre de 1922: obreros caminan en una de las calles de Guayaquil. La marcha sentó un antecedente histórico en las luchas nacionales. Foto: Archivo histórico del Guayas

15 de noviembre de 1922: obreros caminan en una de las calles de Guayaquil. La marcha sentó un antecedente histórico en las luchas nacionales. Foto: Archivo histórico del Guayas

Para tener certeza de que la movilización y la huelga se cumplían, los trabajadores guayaquileños que la impulsaban nombraron delegaciones de control del paro. Una de tales comisiones descubrió que una panadería de la calle Coronel estaba trabajando. Los comisionados pidieron a su propietario, de apellido Chambers, que cerrara su negocio, frente a lo cual el dueño del establecimiento llamó a la Policía para imposibilitar que esta medida se cumpliera. Llegó la Policía y acometió en contra de la comisión y de varios trabajadores de la panadería que estuvieron de acuerdo con la paralización de dicho negocio.

La confrontación dejó un muerto, el obrero Alfredo Baldeón, quien se constituyó en la primera víctima del 15 de noviembre de 1922 y cuya memoria fue rescatada por el escritor Joaquín Gallegos Lara cuando, en 1946, publicó la novela ‘Las Cruces sobre el agua’.

En efecto, en el trimestre final de 1922, la situación se había vuelto muy agitada en el puerto guayaquileño. Los ferrocarrileros habían declarado una huelga para mejorar su situación laboral y salarial. Esta lucha concluyó con resultados positivos para los huelguistas y, en general, para la clase obrera, pues sus demandas fueron atendidas casi en su totalidad.

El fin de la huelga fue el inicio de una agitación mayor y generalizada entre los trabajadores de Guayaquil alentados por los resultados de los ferrocarrileros. El 8 de noviembre de 1922 una Asamblea de Trabajadores de Luz y Fuerza Eléctrica y de los Carros Urbanos dirigió peticiones a los gerentes de dichas empresas. Entre las exigencias estuvo el planteamiento de la jornada laboral de 8 horas. Ante los reclamos de los trabajadores eléctricos y del transporte, otros grupos laborales les expresaron su apoyo. Fue organizándose así un respaldo creciente que paralizó a la ciudad porteña.

El 13 de noviembre los trabajadores se lanzaron a la huelga general indefinida. El mismo día, cuando el movimiento popular había tomado impulso, el síndico de los motoristas y conductores, José Vicente Trujillo, y el síndico de los trabajadores de la empresa de carros, Carlos Puig, propusieron en la Asamblea General de Trabajadores que se incorporara en la plataforma de lucha la baja del cambio del dólar, “con lo cual remediaremos la situación del país”.

Para el 14 de noviembre se convocó a una marcha de trabajadores, artesanos, desempleados y sectores populares. Allí estuvieron, también, representantes de los grupos empresariales y bancarios de oposición al régimen de Luis Tamayo que habían planteado, un día antes, el control de las divisas. Antes de la marcha, el abogado José Vicente Trujillo dio a conocer a los manifestantes las ideas centrales del preproyecto de decreto presidencial que se remitiría al Presidente de la República para la creación del Comité Ejecutivo Económico, instancia que tendría amplias atribuciones para solucionar la crisis con medidas como la fijación del máximo de venta de los giros incautados y en cuya composición, se dijo, habría una importante representación popular. Trujillo dejó claro que, de aceptarse la propuesta, los trabajadores deberían dejar insubsistente la huelga indefinida.

La marcha del 14 de noviembre llegó hasta la Gobernación, donde Trujillo entregó al gobernador las resoluciones de la Asamblea de Trabajadores y del Pueblo, anticipándole que al siguiente día le presentaría un proyecto de decreto para la incautación de giros y la creación del Comité Ejecutivo Económico.

El 15 de noviembre se convocó a una reunión de los dirigentes de la huelga, mientras los síndicos Trujillo y Puig hacían esfuerzos para que la proposición entregada a la Gobernación fuera acogida por el presidente Tamayo, quien a su vez había determinado la necesidad de silenciar las protestas. De aquello queda constancia con el envío a Guayaquil de nuevos contingentes armados en el amanecer del 15 de noviembre y de la orden dada por el presidente al Jefe de la Zona Militar de Guayaquil, Enrique Barriga, a quien Tamayo le remitió un telegrama que decía textualmente: “Mañana a las seis de la tarde me informará que ha vuelto la tranquilidad a Guayaquil, cueste lo que cueste, para lo cual queda usted autorizado”.

Mientras en la mañana del 15 de noviembre en la Gobernación, y luego en la casa del gobernador, se buscaba un arreglo, en la calle había malestar creciente por la falta de respuesta pública del régimen. En efecto, Tamayo respondió, a través de su Gobernador, al pedido de incautación de giros y sobre la conformación del Comité Ejecutivo Económico, haciendo observaciones al preproyecto y señalando que para la redacción final del texto, antes de que llegara nuevamente a su conocimiento, debía involucrarse en dicha tarea a Eduardo Game, a José Rodríguez y a Víctor Emilio Estrada, todos ellos vinculados a la actividad bancaria de la ciudad.

Por otra parte, el presidente Tamayo hizo conocer que no estaba de acuerdo con la composición del Comité Ejecutivo Económico. Señaló que la Presidencia de la República efectuaría tales designaciones. Esta última circunstancia trascendió a la ciudadanía y particularmente a las esferas obreras. La indignación fue creciendo a lo largo del día, porque fue evidente que el Gobierno ponía de lado cualquier propuesta que proviniera de la representación del pueblo y prefería un acuerdo directo con ciertos sectores empresariales y de la banca.

Los grupos populares que estaban próximos a la Gobernación, hasta donde llegaron los testigos del asesinato de Baldeón, se enteraron de tal hecho y los ánimos se caldearon. Avanzaron, entonces, hacia la Clínica Guayaquil, en donde había otra concentración popular y luego, juntos, se dirigieron hacia la avenida Olmedo, lugar en el cual se sumaron los cacahueros a esta movilización. De esta manera se constituyó una formidable marcha popular- que condenaba el asesinato de Baldeón y la ninguna atención, desde el Gobierno, a sus planteamientos.

La manifestación que se había iniciado en forma pacífica, enfrentó una fuerte represión. Los soldados apostados en las calles comenzaron a disparar a los grupos. La masacre en contra de los trabajadores y el pueblo se había iniciado. Luego se pretendería esconder esta realidad arrojando numerosos cadáveres al río. El 15 de noviembre de 1922, más allá de lo señalado, debe ser comprendido como un hito de la Historia del Ecuador, pues no solo es la fecha de un espeluznante crimen político, sino una referencia de la lucha por los derechos del pueblo y por la justicia social.

* Escritor e historiador

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