Imagen referencial. En este debate, que acompaña a la humanidad durante siglos, toma más fuerza la posibilidad de que la innovación pueda desacelerar el envejecimiento. Foto: EL COMERCIO
Como humanidad, hemos asumido que la vejez se mide por la degeneración del cuerpo; que todos los seres vivos deben llegar a ese estado en el cual la vida pierde su brillo y todos los sistemas internos se marchitan. Mas esta no es una regla universal en la naturaleza. Las langostas, con los años, no pierden su capacidad física (de hecho son más fértiles); y las medusas tienen la capacidad de revertir el paso de los años volviendo a una suerte de estado de larva.
Motivados por estos razonamientos, las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley emprendieron, en el último lustro, una tarea titánica: revertir el proceso ‘natural’ de envejecimiento y retrasar -y hasta detener- la muerte. La primera en sumarse a esta misión fue Google, que desde hace cuatro años trabaja en su proyecto empresarial Calico. Básicamente, la propuesta es entender los procesos propios del envejecimiento y determinar en qué momento estos pueden ser manipulados.
Y aunque todo esto parezca ciencia ficción, el Shangri-La tecnológico parece cada vez estar más cerca de su cometido. La aplicación de la técnica de edición genética Crispr Cas9 y el reciente descubrimiento de ‘hackeo’ de las células humanas (reprogramación celular funcional hecho por los científicos de la Universidad de Boston, EE.UU.) nos ponen un paso adelante ante un hecho que podría cambiar los paradigmas de lo que entendemos como proceso vital.
Detrás de la aplicación de estas técnicas se encuentra un debate que ha tomado cuerpo propio: ¿es la vejez un proceso natural o se debe considerar una enfermedad? Aquí la respuesta de muchos apunta a que no se puede clasificar a esta etapa de la vida como una patología, ¿pero acaso no decimos que un cuerpo sano es aquel que no presenta molestias?
Nos hemos acostumbrado a decir que son normales los ‘achaques de la edad’; a ir con más frecuencia al doctor porque los ancianos requieren de más cuidados. Si durante las tres cuartas partes de nuestra vida hemos luchado contra las enfermedades, en la última etapa asumimos que estar enfermos es completamente natural. Tan natural como cuando, 40 años atrás, pensábamos que el alzhéimer era una manifestación presenil o el inicio de una ‘segunda niñez’, hasta que se descubrió que era una patología con su propia dinámica.
En este punto, el debate biogerontológico se abre a dos cuestiones bastante concretas. Por una parte está el hecho mismo de que hay que comprender los procesos de la vida del adulto mayor para vivir una vejez mucho más llevadera. Del otro lado se encuentra una postura que apuesta por el uso de las nuevas tecnologías para detener y revertir el paso de los años.
En un artículo para The Huffington Post, Pete Shanks, autor de ‘Ingeniería genética humana: una guía para activistas, escépticos y perplejos’, escribe el trabajo de las grandes empresas tecnológicas no son esfuerzos aislados, sino un conjunto de prácticas empresariales con un objetivo común.
Al respecto, Shanks dice que “las ideas sobre la inmortalidad y el transhumanismo han sido un amplio recurso de fascinación en Silicon Valley. En efecto, no es inusual que los billonarios se interesen en la expansión de los años de vida. John Sperling lo hizo (y generó un negocio de clonación de mascotas por un lado). Larry Ellison lo hizo y su fundación continúa apoyando este cometido con aproximadamente USD 50 millones al año. Y el compromiso con Google no podía ser distinto”.
No es sencillo entender que la vejez puede ser una enfermedad con la posibilidad de ser revertida a corto o largo plazos. Tampoco es fácil decantarse por la idea de que los organismos vivos se van apagando con el paso del tiempo. A la postre, son luces y sombras de un proceso de cambio que el investigador David Gems, de la University College London, ha determinado como la “ética de la desaceleración del envejecimiento”.
Para entender la idea de Gems, hay que jugar un poco con la imaginación e ir, mentalmente, hacia el interior de un laboratorio. En estos sitios es usual encontrarse con animales genéticamente modificados que han sido expuestos a procesos de desaceleración del envejecimiento, extensión de su edad adulta y reducción de patologías propias de la vejez. Aquí no solo se prueba la posibilidad de cambiar la genética de los organismos, sino que se demuestra que un mejor estilo de vida (sin enfermedades asociadas) es posible.
Frente a esto, Gems plantea que “la salud humana se ha definido no solo en términos de ausencia de enfermedades, sino también en la presencia de un nivel de funciones óptimas que son típicas para los seres humanos”. Bajo esta visión, el envejecimiento como una puerta hacia las enfermedades consiste en una falacia frente a lo que se ha planteado la medicina moderna.
En este contexto, el compromiso que mantienen los creativos de Silicon Valley no solo debe apuntar a una desaceleración de la vejez. En este proceso, se vuele necesaria la voluntad de mejorar el estilo de vida de quienes puedan acceder a estos tratamientos. No es posible, estatalmente hablando, pensar en que vamos a construir una sociedad en la que sus miembros tengan
200 o 300 años y con una calidad de vida deplorable, cuyo costo económico repercuta en todos los ciudadanos.