Escritor Willliam Ospina: ‘La historia no solo la hacen los héroes’

Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.

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 ¿Qué significó para usted ese proyecto de escribir ‘Guayacanal’?

Guayacanal es una palabra que tengo asociada al mundo campesino de la zona cafetera colombiana de la segunda mitad del siglo XIX. Fue el nombre de la finca de mis bisabuelos. Es la tierra que ellos ocuparon y donde vivió mi familia hasta la primera mitad del siglo XX. En Colombia significa bosque de Guayacanes.

Hace un tiempo, Svetlana Alexievich señaló que las historias orales, la autobiografía y la no ficción son esenciales en la literatura actual; mucho de esto hay en su última novela. ¿Cuál es la razón?

En esta novela traté de evocar el mundo campesino en donde vivieron mis antepasados . Este a mí no me llegó por los libros sino por la tradición oral, por los relatos que se repitieron en mi casa a lo largo de la vida. Cuando esas voces se callaron, vi la necesidad de mantenerlas vivas en un libro.

En ‘Guayacanal’ habla de un mundo campesino que ahora ya no existe, ¿cree que el mundo rural ha sido ajeno a la literatura latinoamericana?

Más bien pienso que la literatura colombiana no ha sido muy urbana en sus temas. Se la ha escrito en las ciudades, pero los temas que toca tienen que ver más con la naturaleza, con las haciendas del siglo XIX como sucede en ‘María’ de Jorge Isaacs, con la selva como en ‘La vorágine’ de José Eustacio Rivera, o con las aldeas del Caribe que aparecen en las novelas de Gabriel García Márquez. Siento que esos mundos también han estado presentes en mi literatura.

Mencionó ‘María’ de Isaacs y en ‘Guayacanal’ aparece Mamá Rafaela. ¿Cuál es su lectura del papel de la mujer en el mundo campesino?

Mamá Rafaela es una suerte de esa Mamá Grande que aparece en García Márquez. Esa madre que todas las generaciones recuerdan. No la conocí porque murió justo un año antes de que yo naciera, sin embargo, era de quien más se hablaba en la familia. Ella, como muchas otras mujeres, acompañó a la fundación de las fincas. Las mujeres fueron las grandes protagonistas del desarrollo de esos territorios. Si después las generaciones siguientes lograron sobrevivir a las olas de daños y de desconfianza, como consecuencia de la violencia política, creo que se debió a ese espíritu de amor por la vida que las mujeres de ese tiempo sembraron.

En ‘Guayacanal’ habla de la historia de un país a través de todo lo que vivió una familia. ¿Por qué es importante alumbrar estas historias mínimas dentro de la literatura?

Me parece que la principal función que cumple el arte y la literatura es arrebatarnos esa falsa ilusión de que la historia solo pasa por los grandes personajes y los grandes héroes. La realidad es que la gran historia humana ha sido hecha por esas multitudes humanas anónimas, que casi siempre se borran con lo que nos cuentan sobre los grandes héroes.

¿Cree que hay una voluntad hasta cierto punto arqueológica en las novelas autobiográficas?

Creo que todo el que explora en sus memorias no encuentra solo recuerdos domésticos sino mundos perdidos. Cada ser humano es el epígono de la historia de otros humanos.

¿Cree que ‘Guayacanal’ puede funcionar como una metáfora de un país que muchos colombianos anhelan en la actualidad?

El mundo campesino que aparece en la novela sustentó una época de paz en Colombia. A veces los colombianos, como vivimos en medio de tanta violencia, creemos que siempre existió. A mí me interesa en este libro mostrar que durante 70 años, los campesinos vivieron en paz porque había una economía de la que participaban y que no les generó ninguna opulencia pero que les permitió mantenerse con dignidad. Si Colombia no ha logrado encontrar la paz es porque no se ha creado una economía incluyente que le permita a la gente, más a los jóvenes, pasar sin zozobra.

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