El pianista Samir El Ghoul realiza una serie de talleres en Quito. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.
Como parte de los talleres que ha brindado junto con la Fundación Zaldumbide Rosales, el pianista Samir El Ghoul habló con este Diario sobre cómo ha sido su evolución detrás del teclado y cuáles son las principales lecciones que aprendió de Celia Zaldumbide Rosales (+). Él se presenta justamente este sábado 9 de junio del 2018, de 14:30 a 18:30, en una serie de talleres que realizará en la institución con la que colabora.
Samir, reúne varias décadas dedicadas al piano, ¿cómo describiría la relación entre el pianista y su instrumento?
Tomé mi primera clase de piano a los 11 años, y desde niño, incluso muchos años antes de que tenga lugar aquella clase, supe que le dedicaría mi vida a la música. Mi relación con el instrumento es vehemente y absoluta, y nunca he considerado hacer que esto cambie. La relación de un pianista con su instrumento es y debe ser compleja. Supone la convergencia de facetas y virtudes que a simple vista parecen irreconciliables: paciencia, perseverancia, tenacidad, fogosidad, parsimonia, humildad, voluntad, capacidad autocrítica, autoestima, generosidad, introspección, recogimiento, curiosidad, entre otras. Hacer que todas convivan en armonía es una labor titánica.
Hablando de compositores, ¿cuáles han marcado su manera de tocar el piano? ¿De cuáles disfruta más?
No estoy seguro de tener un compositor de predilección. Disfruto plenamente de aquello que toco en el instante dado. Para cualquier músico es imprescindible abordar un repertorio muy diverso. La búsqueda de sonoridades distintas hace que nuestra paleta auditiva se expanda, en cambio, al escoger unos cuantos compositores de predilección para dedicarles todo o gran parte de nuestro tiempo, dejamos de lado muchos otros universos no menos interesantes.
Han sido decenas de pianistas los que se desarrollaron musicalmente de la mano de Celia Zaldumbide. Uno de ellos fue usted. ¿Qué enseñanzas podría rememorar de tu relación musical con Celia?
La relación que muchos jóvenes músicos tuvimos con Celia no fue exclusivamente musical. Han pasado casi cuatro años desde su muerte, y el tiempo me hace constatar y entender que la vida me puso frente a una mente colosal, por demás musical, mas no exclusivamente. A través de Celia Zaldumbide Rosales pudimos ver el mundo, y la incidencia sobre nuestra música de esa mirada aguda constante y siempre crítica, sólo puede ser positiva. Hay maneras y maneras de relacionarse con la música. Aquella que resulta del contacto con tales maestros de vida como Celia, es aquella a la que pienso aferrarme sin ningún reparo.
¿Qué significa para usted la Fundación Celia Zaldumbide (ahora Villa Celia)?
La Fundación Zaldumbide-Rosales, hoy Villa Celia, es un espacio único, embebido desde su génesis de erudición y música. Un templo para el arte y la reflexión. Veo en este legado una oportunidad extraordinaria para las nuevas generaciones músicos, literatos e intelecutales. Las puertas están abriéndose paulatinamente para quienes buscan un refugio artístico, y un espacio idóneo de reflexión. Hay que recordar igualmente que durante décadas fue el epicentro de la formación pianística de muy alto nivel de un gran número de jóvenes pianistas, y esto le da un lugar importantísimo en la historia musical del Ecuador.
Su mano dura, su intransigencia, su ternura…¿cómo era Celia Zaldumbide?
Confieso que Celia Zaldumbide, la mujer, es para mí un enigma. Hay piezas de su persona que ni siquiera intento ensamblar, pues hay terrenos íntimos que simple y llanamente no me pertencen. Pero si debiese describir al ser que desde mis 15 años tuvo una gran incidencia en mi crecimiento como artista, diré que efectivamente era una mujer a ratos intransigente, firme en sus opiniones que no siempre eran del agrado de muchos, y que esa fachada se desmoronaba en segundos al primer contacto con la música. Hasta ahora no logro olvidar los instantes sublimes en que ella se dejaba tansportar mientras escuchaba sus grabaciones predilectas. Hay que haber visto la imágen para comprender lo que acabo de decir. Tampoco logro olvidar sus gestos de una sutileza y discreción indescriptibles, que nos evidenciaban su apoyo sincero, incondicional, completamente desprovisto de halagos innecesarios.
¿El legado académico y cultural de Celia Zaldumbide pervive en las nuevas generaciones de músicos?
El halo que ha dejado Celia Zaldumbide tras su muerte dificilmente se extinguirá. Se trata de una personalidad musical e intelectual arrolladora, y somos muchos quienes en lugar de olvidarla, revivimos día a día los momentos que compartimos con ella. Sospecho que su memoria sólo crecerá con el paso del tiempo.
El taller será como un encuentro convival. ¿Cuál es la experiencia que se vivirá en la jornada? ¿Qué hará especial a estos talleres para los jóvenes pianistas emergentes?
No hay ningún plan o método trazado de antemano para mis talleres. Funcionamos de manera espontánea y sin rigor. Tan sólo luego de la ejecución de los participantes es posible establecer el rumbo que tomará la clase, no antes. Quien desea ejecutar una obra, lo hace, y quien desea simplemente estar presente y comentar, también es bienvenido. La única regla es mantener vivo nuestro deseo sincero de hacer música y hacerla bien. Para que suceda, es necesario reunirnos, escucharnos, comentar, indagar, insistir en la solución de los pasajes que causan problemas, y no bajar la guardia por nada del mundo, ni durante ni después de la clase. Me inquieta igualmente el proceso individual de quienes escucho después de terminada la sesión, porque es durante las horas solitarias de un pianista frente a su instrumento que se define el verdadero rol del que fuere su maestro. Si su voz nunca se extingue, cobra cada vez más sentido, y resuena en el alumno per secula seculorom, quiere decir que el trabajo ha sido bueno.