Sin drama, la vida sería aburridísima

Mariana de Althaus empezó en el teatro como actriz, pero esa faceta duró apenas cuatro años. Desde el año 2000 se dedica a escribir obras; también dicta talleres de dramaturgia. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

Mariana de Althaus empezó en el teatro como actriz, pero esa faceta duró apenas cuatro años. Desde el año 2000 se dedica a escribir obras; también dicta talleres de dramaturgia. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

Mariana de Althaus empezó en el teatro como actriz, pero esa faceta duró apenas cuatro años. Desde el año 2000 se dedica a escribir obras; también dicta talleres de dramaturgia. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

Muchas veces vacila antes de asegurar algo, habla bajo y pausado.Con un delicado acento limeño. Mariana de Althaus es una de las plumas más interesantes de la dramaturgia peruana.

Mujer revestida de una genuina modestia, que su imponente presencia física y su lugar destacado en la escena teatral limeña no hacen más que contradecir.

En la sala VIP de la FIL de Guayaquil, a la que asistió la semana pasada, trata de encontrarle sentido a su materia prima: el drama.

¿Qué es la vida sin drama?
Bueno, sería aburridísima, ¿no? Yo vivo la vida muy dramáticamente, sobre todo porque no me ha pasado nada realmente dramático.

¿Drama es solo sinónimo de conflicto?
El teatro es conflicto, es una oposición de voluntades. El teatro que decide explorar una situación en la que no haya conflicto es un teatro experimental… es un teatro siempre difícil, porque lo que nos interesa del drama justamente es la síntesis de los conflictos y de los obstáculos.

De hecho, en la vida real, es bien difícil que no haya algún conflicto; obviamente, en diferentes escalas.
Según la sociedad. Hay sociedades alérgicas al drama; no les gusta y tienen la constante necesidad de hacer como si no estuviera pasando nada. Y hay otras sociedades más dramáticas, como la argentina.

O la italiana.
Los argentinos son como los italianos americanos, ¿no? A mí me gusta eso; me gusta esa sangre dramática, me gusta la gente que confronta. Por ejemplo, en mi familia yo soy la que confronta. La que si hay un problema no me lo puedo callar y me cuesta mucho hacer como si no hubiera pasado nada y mantener la fiesta en paz.

¿Cuáles son los factores que más comúnmente disparan el drama en sociedades como Perú o Ecuador?
Bueno, somos países sumamente conflictivos, para empezar porque estamos integrados por culturas muy diversas, no somos sociedades homogéneas. Y por todas las desigualdades sociales estamos viviendo injusticias que generan inevitablemente confrontaciones cotidianas. Entonces el drama se vive el día a día.

¿Por qué ser dramático es considerado un defecto?

Porque es ser generador de conflicto y la gente prefiere vivir lejos de la confrontación.

¿Y es malo el conflicto?
Yo pienso que es sumamente productivo.

¿Por qué?
Porque, para empezar, un conflicto es la situación en la que uno conoce la verdad del otro. Bueno, obviamente, hay conflictos más saludables que otros. Para mí el conflicto siempre tiene que ver con las palabras, que deben ser respetuosas. Yo alejo el conflicto del acto violento. Por supuesto que uno puede llegar, en el drama, a herir al otro, pero uno va creciendo y evitando dramas innecesarios; y es saludable de vez en cuando enfrentar esos dramas que son postergados por llevar la fiesta en paz.

¿Cuál crees que es el drama necesario que tiene que vivir Perú?
Tenemos todavía pendiente resolver el conflicto que ha dejado la guerra interna. Todavía vivimos los rezagos de esa violencia y del dolor que generó. Todavía no nos ponemos de acuerdo en quiénes son exactamente las víctimas.

Y desde la dramaturgia, ¿se ha procesado y recreado ese conflicto?
Se está haciendo. El teatro responde con un poco de demora porque es necesario que la herida cierre un poco para poder mirarla con cierta distancia. Uno no puede escribir sobre la guerra mientras están cayendo las bombas encima.

¿Cuáles son los ingredientes básicos para que haya drama?
Bueno, para empezar, dos seres humanos.

Incluso hasta un solo ser humano.
Exactamente. Es que somos tan complejos, que estamos siempre peleando con nosotros mismos, ¿no?

¿Qué espacio o institución identificarías como la escuela básica del drama?
La relación madre-hija.

Y también la relación madre-hijo, ¿no?
Pero sobre todo la relación madre-hija (risas).

¿Por qué?
Porque es una relación mucho más compleja que la de la madre y el hijo… Bueno, esto tendría que decirlo un psicólogo porque yo no tengo ninguna autoridad, pero la hija para una madre es un espejo. Al criar una niña es como si se tuviera una segunda oportunidad para vivir la infancia que no se tuvo. La madre ve en la hija la reproducción de sus defectos, de sus virtudes, de sus sueños, de sus dificultades. No pasa así con el hijo. Y bueno, siempre hablan de la competencia pero yo eso de la competencia entre madre e hija no lo he vivido ni con mi mamá ni con mi hija. Pero sí hay un espejo muy fuerte y eso es perturbador.

¿Qué nos mueve a dramatizar la vida, en el sentido de complicarla?
Nuestros egos. Queremos que nuestra voluntad se cumpla por encima de la de los demás. Cuesta tanto renunciar, ¿no?

Y en el sentido de recrear, ¿de dónde nace esa necesidad de dramatizar recreando los sentimientos, las situaciones que vivimos poniéndolos en escena?
Necesitamos vernos en un espejo a veces para poder entendernos. En el teatro es brutal, porque ocurre esa magia del autoconocimiento. Uno se ve reflejado ahí y a través de la compasión empieza a comprender mejor el mundo y a indagar en zonas de uno mismo que antes no había explorado.

En psicología hay técnicas como el psicodrama.
Es superútil. El teatro en verdad es terapéutico; es decir, ningún creador hace teatro para sanar a nadie ni a sí mismo, pero inevitablemente resulta.

¿La vida es una eterna obra de teatro en la que somos protagonista pero no hemos ensayado nada?
Sí, eso es lo terrible. Nunca nos sabemos la letra.

Es gracioso, vivimos circunstancias o patrones que se repiten y, sin embargo, seguimos sin saber.
Sí, exacto. Por más que ensayamos la misma escena nos vuelve a salir mal.

¿Por qué?
(silencio) Por el ego. Creo que uno de los mayores aprendizajes que nos tocan es distinguir lo importante de lo que es ego. Bajarle los humos al loco que tenemos adentro y que quiere imponerse ante los demás.

¿Por qué crees que se dice ‘drama queen’ y no ‘drama king’?
Tenemos mala fama, ¿no?

Sí, pero ¿por qué?
Las mujeres nos tomamos las cosas más personalmente. Estamos conectando más entre lo racional y lo emocional.

Eso no tendría por qué ser malo, pero la sociedad decidió que no te lo puedes tomar así y punto.
Es que la sociedad, tradicionalmente, ha censurado todo lo femenino. Eso ya se está dejando de lado, las nuevas generaciones vienen mucho más feminizadas. Pero ha estado muy mal vista esta hiper emocionalización de las cosas que hacemos las mujeres, este traer los sentimientos a espacios donde no deben entrar.

Donde supuestamente no deben entrar.
Exacto. Pero yo noto que ahora hay muchos hombres que son tan drama queens’ como yo y me parece fantástico.

¿Crees que hay dosis ideales de drama?
Sí, por supuesto. Yo creo que los dramas deben ser a puerta cerrada y no soporto a la gente que no puede controlar su drama y lo desparrama y contagia a gente que no está involucrada. Hay gente que tiene necesidad de llamar la atención y constantemente está haciendo drama en espacios donde realmente no corresponde, porque no responde a un verdadero llamado de justicia. Y eso es otra cosa pues.

¿Qué deberíamos aprovechar del drama?
¡No tengo idea! Puede que hoy te diga una cosa y mañana otra... Quiero decir, me parece que es productivo conversar sobre las cosas, poner sobre la mesa las cosas que a uno le están molestando de la otra persona. La discusión puede ser muy productiva y sanadora.

¿Y algo que deberíamos desechar?
El no saber distinguir entre una injusticia y la excesiva necesidad de poner tu persona en el centro del mundo. El drama tiene que responder a un llamado de justicia.

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