Juan Manuel Carrión nació en Quito, en 1960. Es naturalista, ornitólogo e investigador. Trabajó como director en el Zoológico de Guayllabamba. Actualmente trabaja como investigador e ilustrador independiente de la naturaleza del país y realiza consultorías para temas ambientales. También es gestor cultural. Conduce eventos culturales en el Teatro Sucre. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO
A finales de octubre Juan Manuel Carrión cerró el Coloquio Internacional sobre la obra del escritor Jorge Carrera Andrade, en el auditorio de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, con una ponencia magistral sobre la relación de este poeta ecuatoriano y los pájaros. Un mes y medio después, sentado en el jardín de su casa, un espacio poblado de yucas, bromelias, gramíneas, geranios, agapanto, un pinzón azafranado, un huiracchuro, un mirlo y varios colibríes, vuelve a reflexionar sobre los vínculos entre la poesía y los pájaros y el mundo de la animalidad.
¿Cree que es posible medir la vida desde el vuelo de los pájaros?
Creo que el vuelo de los pájaros nos permite reflexionar sobre los valores trascendentes de la vida. Pensamos que conceptos como la belleza son exclusivos de la creación humana y no es así, porque la naturaleza tiene su estética. El vuelo y el canto de las aves que nos están rodeando en este momento nos enriquecen más allá de lo que somos conscientes. A veces pensamos que el bienestar es consecuencia del éxito, cuando el disfrute de la vida está en las experiencias que nos rodean.
Usted y Jorge Carrera Andrade comparten el gusto por los colibríes, ¿si pudiera personificarlos qué características les daría?
La vivacidad y la alegría. El poeta Carrera Andrade sostenía que el colibrí merece ser el ave heráldica del pueblo ecuatoriano, porque es una imagen de la delicadeza y del fulgor fugaz. Él cuenta que eran su regocijo los fines de semana cuando hacía excursiones al Cotopaxi, al Tungurahua o al Chimborazo y los encontraba en sus faldas disfrutando, revoloteando, dando alegría a la vida, tal vez inconscientes de los riesgos que los rodean. Los llamó prismas voladores, astillas de vitral, vagabundo espíritu de los colores.
Ahí hay una relación entre poesía y pájaros a través de la contemplación.
La contemplación para mí es un sinónimo de la observación. En mi formación profesional como ornitólogo, es la herramienta o el recurso principal de trabajo para inmiscuirse en la vida privada de las aves. En mi ponencia sostengo que Carrera Andrade, probablemente, si no hubiese sido poeta tenía el espíritu para ser un naturalista, porque era un acucioso observador de todo lo que le rodeaba.
En Tierra de Pájaros, Carrera Andrade menciona que el país es una inmensurable pajarera, ¿cómo entiende esta metáfora?
Yo diría que él hace referencia a la pajarera no en un sentido de encierro, de un espacio que contiene, sino de la amplitud de un espacio físico sin barreras, sin confinamientos. En el ámbito científico lo que dijo es una gran verdad porque el 17 por ciento de las aves del planeta están aquí. Carrera Andrade también dice en ese poema que el amanecer sonoro a cada árbol es un coro y que hay tantas alas en vuelo que alzan a América al cielo.
Una de las acepciones de pajarear es andar vagando sin estar ocupado en una cosa útil. ¿No cree que deberíamos pajarear más haciendo referencia a esta idea de contemplación?
Sin lugar a dudas. El espacio en el que estamos sentados está creado para eso. Aquí vivo un momento sagrado del día, el momento de no hacer nada en el sentido convencional, pero de estar pensando y reflexionando sobre todo. Ojalá todos fuéramos más pajareros en la vida. Cuando quedamos en conversar me puse a pensar en lo absurdo y ridículo que se escucha cuando a alguien lo llaman animal para proferirle un insulto. Así como debemos pajarear más debemos destacar nuestra esencia animal, que para mí es una conexión con lo natural, con lo que nos ata a la tierra.
¿Por qué encuentra tan atractivo el vuelo de las aves y de los pájaros?
Para mí el vuelo de los pájaros es una metáfora de la ensoñación. De tener perspectivas globales. A veces los seres, sobre todo urbanos, vivimos muy constreñidos y limitados al sendero que estamos caminando. El vuelo nos permite, como ahora lo hacen los famosos drones, tener perspectivas cotidianas que no habíamos visto desde esa posición y eso nos ayuda a entender mejor lo que nos rodea. Cuando se enfrentan situaciones difíciles de manejar en la vida, un sabio consejo es gana perspectiva y seguro encontrarás la salida, porque son siempre evidentes.
En lo que dice aparece otra relación entre la poesía y las aves, que es su capacidad de vencer la linealidad y ser fragmentarias.
La escritura y la lectura de la poesía y el vuelo de los pájaros son fragmentarios, fugaces, inasibles. Las palabras y los pájaros son elementos misteriosos que siempre se nos van. Hay magia en esa conexión.
¿Por qué hay tanto temor de la sociedad actual por reconocer su animalidad?
Nos hemos vuelto muy artificiales, la distancia que hay entre la humanidad y la animalidad es consecuencia del desarrollo evolutivo de los seres humanos. Ese progreso ha sido tan desorbitante, tan extremo, sobre todo para la actual generación, que eso nos ha alejado de la naturalidad. El temor quizá está en perder todo lo que nos tiene conectados al mundo de lo artificial.
¿La poesía sirve como herramienta para vencer ese miedo?
Carrera Andrade decía que hay dos instrumentos válidos para entender el mundo: la poesía y la ciencia. Solo que decía, ya en los años 50, que en este mundo tan cambiante la gente ya no tiene tiempo para leer poesía. Creo que es importante recuperar ese papel de la poesía y verla como ese bálsamo mágico para entender el mundo.
¿Qué se ganaría si se volviera a dar importancia a lo animal en lo humano?
Creo que ganaríamos nobleza y sensibilidad. En los animales no veo actitudes como la hipocresía. Los animales actúan como deben actuar en un momento determinado. No quiero decir con esto que yo vea a los animales como un mundo romántico e ilusorio. Entre los animales hay conflicto, drama y lucha, sin embargo cada vez que veo en la mirada de un animal siempre encuentro transparencia, no encuentro un puñal oculto en la mano atrás de la espalda. También ganaríamos eso, transparencia.
¿Una de las causas de esa pérdida de sensibilidad es resultado del escaso trato que tiene la gente con los animales?
Sin lugar a dudas. El trato directo con los animales sensibiliza. Trabajé durante varios años en el Zoológico de Quito y recuerdo la sorpresa de muchos niños urbanos cuando iban a la granja infantil y hacían el acto sencillo de tocar la piel de un animal, de sentir su textura. En los niños ese toque es como un descubrirse, un sentirse parte de la naturaleza. El trato con los animales no debe estar al servicio de una necesidad egoísta de los humanos, a ese yo quiero un animal porque me proporciona algo. Los animales tienen sus derechos y su libertad. Con los animales hay que asumir un compromiso de cuidado y de convivencia.
El otro extremo es la humanización de los animales.
Es un extremo que no está bien. Esto de vestirlos como seres humanos cae en la pérdida de la dignidad y del respeto hacia los animalitos.
Si tuviera el poder de convertirse en un animal, ¿cuál sería?
No sé si un cóndor o un colibrí, uno de esos dos, quizás el cóndor porque me daría posibilidad de extender mi vuelo a horizontes más lejanos, más allá de las montañas.
¿Cómo personificaría a la sociedad ecuatoriana?
Con el colibrí, es el ave heráldica del pueblo ecuatoriano.
¿Y a los políticos?
Con este afán de no denigrar a los animales convirtiendo la esencia de la animalidad en un insulto, no ubico ningún animal para que encarne a los políticos. Muchas personas se refieren a ellos como ratas y eso ha hecho que veamos a estos animales de manera despectiva. Creo que los políticos encarnan la parte negativa del animal humano.