La pereza nos acerca a la contemplación

De paso por Quito (vive en Ibarra), Juan Carlos Morales aprovecha para visitar Rayuela. Aquí, posa apoyado en la puerta del garaje de la librería. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

De paso por Quito (vive en Ibarra), Juan Carlos Morales aprovecha para visitar Rayuela. Aquí, posa apoyado en la puerta del garaje de la librería. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

De paso por Quito (vive en Ibarra), Juan Carlos Morales aprovecha para visitar Rayuela. Aquí, posa apoyado en la puerta del garaje de la librería. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

La pereza, ese pecado capital inevitable. Que lance la primera piedra quien no haya sido presa de ella alguna vez (o varias). Estamos diseñados para sentirla y disfrutarla (por ejemplo, hay pocas sensaciones físicas más agradables que la de desperezarse); y hemos sido educados para reprimirla. Vilipendiada de tantas formas, hoy -48 horas antes de rendir homenaje al trabajo, como cada 1 de mayo- es un buen día para tratar de entenderla. Con el investigador, periodista y escritor Juan Carlos Morales Mejía hacemos el intento.

Algo inquieto por la entrevista que está por comenzar, Juan Carlos, que está acostumbrado a hacer las preguntas y no a responderlas, se atrinchera detrás de los libros que trae consigo y las cuatro hojas sueltas en las que ha esbozado algunas ideas alrededor de la pereza, el ocio, la holganza... que durante toda la conversación él trata como sinónimos. Pero mientras avanzan las preguntas y las repuestas, se va soltando y empieza a ser nuevamente él y a hacer bromas del tipo: “Es que cada vez me estoy haciendo más vago, por eso ahora escribo haikus”.

Cámbiale el final a la fábula de la hormiga y la cigarra.

Estoy pensando en un cuento que hice acerca de cómo las cigarras aprendieron a tocar violines. Hay una antigua pelea de lo que significan las cigarras y la música; esta pelea se remonta a Caín y a Abel. Caín es el sedentario, mientras Abel es el nómada, el pastor; no te olvides de que uno de los hijos de Caín es músico. Y siempre hay esta mirada a cierto tipo de artes como algo vinculado a la holganza, al ocio, a la pereza, al no hacer nada.

Cierto, mucha gente tiene la idea de que los artistas no hacen nada.

Claro. Entonces, volviendo a esta antigua fábula de Esopo, siempre el mérito se ve en el hacer. Pero pienso en las hormigas soldado que tal vez no saben ni quién es el rey, mientras tanto la cigarra siempre sabe para quién toca su música.

¿Dices que ya reescribiste ese final con tu cuento?

Sí, mi cuento habla de cómo las cigarras aprendieron a tocar música, por medio de las patas, al frotarlas.

¿La música salió cuando estaban ‘vagueando’ frotándose las patas?

Sí. Pero siempre tenemos este culto impuesto al hacer cosas; bueno, nosotros somos occidentales en la periferia. Tenemos esta visión judeocristiana del trabajo; y la pereza, de hecho, es un pecado.

Y capital.

Yo estaba pensando antes de venir, que como el Papa ya eliminó el purgatorio, quizá un día elimine la pereza (como pecado).

Nuestros cuerpos sienten naturalmente pereza, ¿por qué reprimimos tanto esta sensación?

Creo que estamos viviendo un mundo, como dice (Ernesto) Sábato, demasiado cosificado. Un mundo que vive el vértigo y el vértigo te produce amnesia, mientras la lentitud te lleva a la memoria y a la trascendencia. Estamos viviendo un mundo de corbatas, y como dice el filósofo coreano-alemán (Byung-Chul) Han, ya nosotros somos a la vez víctimas y verdugos de nosotros mismos. Estamos viviendo una manera autoimpuesta de esclavitud, en una sociedad que en definitiva lo único que está haciendo es llevando a la gente a estados de cansancio y depresión y de una vida que no merece vivirse.

¿Hay o habrá habido alguna cultura que no sancione la pereza?

Bueno, a mí me fascina el taoísmo y estaba leyendo el libro ‘La importancia de vivir’, de Lin Yutang (me señala el libro, porque lo ha traído a la entrevista), que reivindica la pereza. Tienes, por ejemplo, un texto maravilloso que se llama El jardín del ocio, en el que se reivindica la vida que practica el desprendimiento de las cosas. La filosofía taoísta te lleva al desapego de las cosas materiales, porque en definitiva qué está pasando con el mundo capitalista de ahora: tienes cosas, sí, pero a costa de otras.

¿Puedes diferenciar el ocio de la pereza?

Creo que lo importante es entender que hay una construcción que dicta que no seamos perezosos ni ociosos. Mira, por ejemplo, lo que dice Bertrand Russell (lee): “El sabio uso del ocio es producto de la civilización y de la educación”. Y tienes otra idea de Séneca de hace dos mil años (vuelve a leer): “Estar en ocio muy prolongado no es reposo, es pereza”. A lo largo
de los tiempos, las terminologías cambian.

Pero la pereza, desde que se tiene noticia, siempre ha sido mal vista, ¿no?

Pero también es un estereotipo. Mira cómo en una época anterior se hablaba de los “sociólogos vagos”. Y el latino, ¿qué es?: vago; ¿el afro?: vago. Porque siempre el poder construye un sentido de dominación.

Si un oso perezoso pudiera hablar, ¿qué diría?

Me topas un tema muy lindo, porque yo escribí un libro que se llama ‘Animalanzas’ en el que se reúnen todos los animales para decidir cuál será el nuevo rey de la selva. Bueno, el lobo es una especie de Maquiavelo y al final el búho es el nuevo rey, por su sabiduría y desprendimiento de la corona. Y creo que el oso perezoso es un buen taoísta porque a él no le importaría la corona.

¿Por qué?

Por desprendimiento. Cuando tú no quieres tener cosas, ya te libras de un montón.

¿Pero qué diría el oso perezoso si estuviera en tu ‘Animalanzas’?

No le importaría nada y diría: “Sigan en su mundo”. Porque el desprendimiento es bien importante para entender el sentido de las cosas.

Si te serían dadas solamente estas dos opciones, ¿cuál escogerías: ser perezoso o ser ‘workaholic’?

Lo mío sería la pereza creativa (se ríe); no te olvides que tengo como 25 libros, así es que no he sido tan perezoso.

Dame un argumento más a favor de la pereza.

Creo que la pereza está asociada con el ocio y la holganza, y otra vez voy a citar a Lin Yutang: “Nos hemos perdido demasiados atardeceres”. O sea, vivimos una vida loca, no tenemos tiempo de nada y eso nos lleva a no encontrarnos a nosotros mismos.

¿Una persona perezosa busca esos espacios de reflexión, de contemplación, o le dará pereza hasta eso?

(sonríe) Es que el rato que está en el estado de la pereza ya está en la contemplación.

¿Ah, sí?

Claro, ya está en el nirvana (se carcajea).

Si pudieras cambiar el dicho: “La pereza es la madre de todos los vicios”, ¿cómo lo harías?

Yo diría: Si la pereza es la madre de todos los vicios, como madre hay que respetarla.

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