Entrevista a la escritora Gabriela Wiener, una de las invitadas a la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Foto: Joffre Flores/ EL COMERCIO.
Entrevista a Gabriela Wiener. Nació en Lima en 1975. Ha colaborado con la revista Etiqueta Negra y El País de España. Es una de las invitadas a la tercera edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil
Después de leer sus textos queda la sensación de que usted arriesga mucho física y emocionalmente. ¿Esa exposición es necesaria?
Hay cosas que más que necesarias son inevitables, más si he decidido trabajar una literatura personal. Una literatura que se construye en la medida en la que voy destrozando límites y tabúes propios y ajenos. En ese sentido si no hay exposición no hay nada. Para mí, todo arte para que se convierta en necesario debe estar abierto a esta exposición personal.
¿Qué le aporta al lector este tipo de escritura en la cual el autor, al menos en apariencia, no se guarda nada?
Pienso que le aporta identificación con algo cercano y esa sensación de que está frente a algo vívido. Cada vez es más difícil engañar a un lector o a alguien que consume cultura. Todo este ‘boom’ de la autoficción y de la crónica tiene que ver con que la sociedad actual está fascinada con la posibilidad de poder vivirlo todo y de forma simultánea. En mi caso tolero cada vez menos la mala ficción. No puedo con el artificio y la impostura.
¿Sus textos son una reivindicación de la escritura en primera persona?
Desde la academia periodística siempre se ha cuestionado la escritura del yo. Siempre la he reivindicado porque el periodismo narrativo se hace desde la subjetividad. La primera persona no es para todo y ese mi único consejo, porque estoy aburrida de la cantidad de aleccionamientos y decálogos que rodean a la escritura de la crónica. La literatura y la libre expresión no deben ser reglamentadas. He leído textos en primera persona que son soporíferos pero otros que son fascinantes y pertinentes social y políticamente.
Entre estos últimos hay muchos que hablan sobre las problemáticas de las mujeres.
Creo que es necesario hablar en voz alta y en primera persona desde y sobre nuestros cuerpos. Movimientos como el de Ni una Menos comenzaron con el testimonio de una mujer que levantó su voz para contar su historia y eso ha provocado que miles de mujeres más también lo hagan. En Perú este colectivo ha llevado más gente a las calles que cualquier sindicato o dictadura.
¿Hay algún grado de autocensura en su obra literaria?
Espero que no. Trato de no callar, de hablar de cosas que estaban silenciadas. Hay cosas que no salen a la luz pero que no son autocensura. Simplemente uno va dosificando las cosas. En ‘Sexografías’, mi primer libro que salió en el 2008, callé cosas por seguridad, por protegerme, y por proteger a los míos, por tratar de seguir el decálogo del ‘buen periodista’ y de la ‘buena chica’, pero en la reedición del 2015 las incluí.
En ‘Dicen de mí’, su último libro, usted pasó de hablar de los otros para hablar de sí misma.
Me pareció divertido y rompedor entrevistar a gente que me conoce para hablar de mí. Durante la presentación del libro una amiga dijo: ‘Que de mal gusto exponerse a uno mismo como tema de conversación pero Gabriela lo ha hecho, porque alguien tiene que hacerlo’. Aunque este ejercicio puede parecer un poco impúdico o ridículo las cosas que salen son interesantes. La idea es promover un encuentro con el otro en el que aparezcan temas que nunca se han tratado. Atreverse hacerle al otro las preguntas que siempre nos han quemado por dentro.
Lo contrario a su propuesta de trabajo sería la posverdad, que en Perú podría estar relacionada al periodismo chicha.
El periodismo chicha no tiene ninguna gracia. Aunque pueda verse como algo pintoresco pertenece al capítulo más aberrante, vergonzoso y terrorífico de nuestra historia democrática. La prensa chicha la invento el fujimorismo. En ese contexto podría verse como un antecedente de lo que es la posverdad.