Carlos Arcos Cabrera es el autor de ‘Memorias de Andrés Chiliquinga’, unos de los libros locales más reeditados de los últimos años. Aquí, en un rincón de su vivienda. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
All that we share (Todo lo que compartimos), el video producido por el canal TV-2 de la televisión danesa y que se hizo viral en YouTube es abrumador. En un escenario de piso negro hay líneas blancas pintadas en el suelo, a manera de recuadros, que representan varias formas de encasillamiento social. Ahí están los ricos, los pobres, los religiosos, los que creen en sí mismos…
Carlos Arcos Cabrera está sentado al pie de una de mesita de madera en los exteriores de Coyoacán, una propiedad poblada de verde ubicada en Lumbisí. Cuando le enseño el video lo reconoce de inmediato y me dice que ahí están condensadas muchas de las ideas que desgranó, minutos antes, sobre la manía que tenemos por clasificarlo todo.
¿De dónde sale esta manía por encasillar o clasificar a todo y a todos?
No creo que sea una manía. El encasillamiento es algo consustancial al desarrollo cultural del ser humano. Es una manera de ordenar el mundo, más allá de si la clasificación es justa o injusta. Las personas al construir su cultura van generando categorías sociales que pueden enaltecer o denigrar al otro. El encasillamiento es un juego complejo en el que se reafirma la identidad.
¿Este juego no está exacerbado?
En el mundo occidental se han creado cientos de clasificaciones. Un ejemplo son las diferencias generacionales que hay entre las personas.
Dentro de esa clasificación generacional usted sería un Baby Boomer. Es decir, una persona nacida entre 1946 y 1964 muy dedicada al trabajo y que no tolera el ocio.
Esa es una clasificación muy de EE.UU. Los nacidos en mi época somos una generación pretelevisión donde el teléfono era un artefacto muy lujoso y donde solo las familias ricas tenían automóvil. Ahora mis nietos mandan mensajes de voz grabados en el celular.
¿Las tecnologías han potenciado los encasillamientos sociales?
Sí, sobre todo, la clasificación informal. Lo grave es que no solo es un encasillamiento que se puede borrar sino que tiene un impacto social bárbaro. Sigue existiendo una necesidad de clasificar que está vinculada a la identidad.
¿Encasillamos a los otros por pereza de encontrar sus matices?
Para los niños de mi generación los otros eran los indígenas y los peruanos. No pensábamos en que había una heterogeneidad dentro de esa clasificación. Ahora sé que la vida en libertad implica la posibilidad de que los encasillamientos se disuelvan de forma permanente.
¿No cree que el encasillamiento también puede responder a una manera simplista de ver el mundo?
No, porque esta reflexión está ligada a la creación de la autoimagen. Calificas al otro para calificarte de manera distinta. Cuántas veces no hemos escuchado que los afrodescendientes son ladrones. Dentro de esa clasificación, si yo soy mestizo significa que no soy ladrón. Lo que se está estableciendo en este caso es un encasillamiento racista. Algo que se vuelve más latente en los partidos de fútbol de la selección.
¿Perdemos algo cuando alguien nos encasilla?
Se atenta contra nuestra identidad. Nos están limitando. Es una forma de reducir la complejidad de la realidad y de las interacciones. Decir, por ejemplo, que un alumno es un vago es una forma de encasillarlo. Quizás ese chico tiene un montón de problemas o capaz sí es vago pero también un gran músico o pintor en potencia y tú con ese encasillamiento le estás arruinando la vida. Lo paradójico de todo esto es que la clasificación es inevitable porque está en las bases del comportamiento humano.
Decir que usted es sociólogo y escritor es una forma de encasillarlo.
Claro, te cuento que dejé la sociología hace años y ahora todos me dicen el sociólogo y el escritor. Lo cómico de esto es que para los sociólogos soy un escritor y para los escritores, un sociólogo. En el fondo, este encasillamiento de la opinión pública me ha hecho sentir como un ‘outsider’.
¿Qué encasillamientos son los que más detesta?
Los encasillamientos que tienden a destruir o a denigrar la identidad del otro. Los relacionados a la discriminación étnica, de género y de opciones sexuales. Son terribles porque implican una violación no solo de la identidad. Denigrar a una persona por el color de su piel o por su preferencia sexual me parece terrible.
En los quiteños, ¿cuáles son los más fuertes?
En los años 60 había un insulto muy popular. Si alguien quería lanzar la peor grosería a otra persona le decía ‘¡indio e mierda!’. También se escuchaba mucho ‘¡ese es un cholo!’, en relación a las personas que venían de una ciudad pequeña versus el chulla quiteño, que fue también retratado en ‘El Chulla Romero y Flores’, escrito por Jorge Icaza. En México, donde también viví, decirle ‘¡hijo de la chingada!’ a alguien es para darse de balazos.
En la literatura hay casos sonados de encasillamiento. Uno de ellos es precisamente el de Icaza y el realismo social.
En un estudio Álvaro Alemán, un gran crítico literario, sostiene que gran parte de la obra teatral de Icaza es vanguardista. Es un autor que en esos tiempos ya incorpora el psicoanálisis a sus obras. Del otro lado está el encasillamiento de Pablo Palacio como un vanguardista, cuando su obra también tiene elementos del realismo social. Estos dos casos son un buen ejemplo de que con el encasillamiento se puede perder la riqueza de dos perspectivas.
¿Qué encasillamiento le resulta agradable?
Cuando dicen Carlos Arcos es un escritor. Todo encasillamiento que implique cierto fortalecimiento del ego va a ser agradable para una persona; el que lo pone en duda seguro le generará conflicto.
¿Cree que los seres humanos hemos olvidado que tenemos más cosas en común de lo que creemos?
Creo que sí. Los encasillamientos han llevado a las personas a divisiones bárbaras. Es un proceso muy complejo que contrasta con las declaraciones de los derechos de los seres humanos. Hay una fractura profunda en relación a los discursos sobre una base genética compartida. No hay que olvidar que el ADN tiene una base común más muchas diferencias.
Nos gusta que nos encasillen porque así nos quedamos en nuestra zona de confort.
Si te encasillan de forma positiva, claro. Si te encasillan de forma negativa tu vida se puede convertir en un infierno, y eso pasa con mucha gente. Todo lo que implica desprecio o alguna forma de sanción moral o cultural te puede destrozar. Ahí no estás en una zona de confort, más bien estás en una zona siniestra. En una cárcel sin rejas pero con barrotes.
¿Cuáles son los encasillamientos sociales más peligrosos?
En el país, sin duda, los de orden político. Por ejemplo, cuando le dicen a los periodistas bestias salvajes o sicarios de tinta. Hace tiempo escribí un texto a partir de la desafortunada declaración de Pabel Muñoz sobre los periodistas como sicarios de tinta, porque justo por esos días mataron a un periodista mexicano. Escribí que en clave mexicana se podría decir: sicario del cartel de Sinaloa mató a sicario de tinta.
Encasillar a Quito como la ‘Carita de Dios’ puede ser otro de esos ejemplos.
Habrá quiteños a los que les guste este encasillamiento pero para quienes están a pie o en bicicleta y quieren cruzar la calle y le botan el carro encima seguro Quito no será la ‘Carita de Dios’ sino un infierno.
¿Qué estereotipos se han reforzado, a escala global, con los encasillamientos negativos?
Los relacionados al mundo árabe. Decir a alguien islámico es decirle que es malo, perverso y asesino. Lo malo de este tipo de encasillamientos globales es que se están usando para definir políticas sociales, y eso es brutal. No hay que olvidar que el mundo islámico es heterogéneo.