Pocas veces una trilogía logra justificar cada una de sus partes. Con ‘Toy Story 3’, Pixar muestra que sabe refrescar sus historias.Esta tercera entrega reafirma la personalidad de la saga iniciada en 1995. Ni una posible moraleja, ni los efectos visuales se imponen a una historia divertida, emocionante, conmovedora y con ingrediente social.
Ahora, Woody, Buzz y el resto podrían ser desechados, donados o abandonados, pues Andy, su dueño, va a la universidad. Los giros de la trama hacen que los juguetes terminen en una guardería al ¿cuidado? de unos preescolares. Allí se dará el clima propicio para la aventura, el aprendizaje y las risas.
Además del absurdo en algunas situaciones, las ironías sobre el mercado y la tecnología son hilarantes. El humor cataliza las emociones creadas por el momento que atraviesan los juguetes y por el paso en la vida de Andy. Ambas situaciones presentan la necesidad de cerrar ciclos, aceptar los cambios y tomar decisiones.
Su mayor logro es la construcción de los personajes, quienes han impactado a una generación que, como Andy, creció junto a ellos. Los clásicos como Woody y Buzz y los juguetes que se han ido integrando en la historia, además de ser ‘amigos fieles’, son seres con temores, complejos y anhelos.
En esa línea entra Lotso, un oso de peluche con aroma a fresa, que desfoga sus traumas instalando un régimen autoritario y jerarquizado (el ingrediente social del filme es la resistencia a la opresión, desde la amistad). A él se suman, en la tercera parte, un Ken metrosexual, un puerco espín actor que ‘interpreta’ un papel como juguete, un payaso que dejó de reír…
Junto a ellos y a otros juguetes se desarrollan las acciones que refuerzan los lazos de amistad y acumulan la nostalgia por la infancia, el juego y la imaginación, hasta un desenlace de lágrimas y que cierra adecuadamente la saga. ¡Adiós vaquero!